Nuestras niñas, niños y jóvenes están en peligro. Al menos dos de cada 10 reconocen ser víctimas de bullying y 41 por ciento de los padres reportan que sus hijos sufren ciberacoso. La cifra negra suele ser mucho peor y hay que agregarle a los infantes y adolescentes que viven violencia familiar o en sus comunidades. Todavía más, esa circunstancia es el principal detonante de muchos trastornos mentales y del comportamiento.
De acuerdo con estudios del Hospital Psiquiátrico Infantil “Juan N. Navarro”, la mitad de esos padecimientos entre los mexicanos inician antes de los 14 años de edad. No se trata de un sector pequeño de la población. 15 millones de ciudadanos de este país sufren trastornos mentales y el 25 por ciento de la población presenta algún problema de salud mental, pero solo una de cada 10 de esas personas se atiende.
El problema entre infantes y adolescentes es por demás serio.
La Encuesta Nacional de Salud revela que, en 2020, mil 150 niñas, niños o adolescentes en México decidieron suicidarse, es decir, un promedio de tres casos por día, casi el triple que los registrados por COVID-19, que ascendieron a 392 casos en ese mismo periodo.
Poniendo El Dedo en la Llaga, el prestigiado psiquiatra, José Newman, explica que como país no estamos prestando la atención debida a un asunto tan serio. Además de la poca cultura e información al respecto entre la población, el sistema educativo y el de salud no tienen mecanismos de detección y atención oportuna del bienestar mental de nuestros infantes y adolescentes.
La primera señal de alerta es cuando alguno es demasiado inquieto al punto de convertirse en una fuente de irritación para los demás, y también cuando es demasiado aletargado al punto de la pasividad, la indiferencia y el desgano excesivos. En ambos casos, la atención médica es oportuna. El especialista suele obtener datos mediante un electroencefalograma, un perfil de hormonas y uno tiroideo, que permiten determinar el tratamiento adecuado e incluso si se requieren medicamentos.
Cuando esas alertas no se atienden, lo que sigue es el desencadenamiento del trastorno. Entre los más comunes está el de déficit de atención, irritabilidad, depresión, e incluso la llegada cada vez más temprana de las adicciones. La última Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, hecha en 2017, documentaba que el 17.2 por ciento de los estudiantes de secundaria y bachillerato habían consumido drogas alguna vez en su vida. La edad promedio de inicio se ubicó en los 13 años, pero con cada vez más casos de niñas y niños consumiendo sin haber cumplido siquiera 10. Buscando actualizar el dato, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, afirma que esas adicciones aumentaron 15 por ciento durante la pandemia.
El aumento en los trastornos del ánimo y la conducta en el mundo tiene cada vez más causas. ¿En qué punto inicia el riesgo? Tan temprano como cuando se es un feto. Una madre mal alimentada, ansiosa o angustiada por tensiones y conflictos en su entorno, sin duda tiene una posibilidad mucho mayor de dar a luz a un bebé con trastornos mentales que una mujer que vive su embarazo con tranquilidad, buena alimentación y el ambiente adecuado.
Ya en este mundo, a eso también se agrega la contaminación del aire que nos hace respirar humo, literalmente; el ruido incesante y estruendoso nos mantiene en estrés continuo y el deterioro cada vez más notorio de las condiciones de vida. Todo suma en el ánimo y en los trastornos mentales y emocionales. Consumimos cada vez más productos químicos, incluso en la comida.
Es un tema tan complejo como preocupante pero muy descuidado por las políticas públicas. Es hora de corregir esa deficiencia.