En estos días estoy leyendo un libro que me ha parecido excepcional. Se llama El ocaso de la democracia, de la columnista del Washington Post, Anne Applebaum. Aun no lo termino pero lo menciono porque la autora inicia el texto con una anécdota personal que describe a la perfección el momento político que vive el mundo en nuestros días.
La anécdota en cuestión es la siguiente:
Applebaum relata, que para celebrar la llegada del nuevo milenio, ella, su marido y un grupo de amigos periodistas, académicos, intelectuales y funcionarios públicos se reunieron en una modesta propiedad que ella acababa de adquirir en Polonia, país del que es originaria. Todos tenían un gran entusiasmo por el futuro de su país; a 10 años de la caída de la Unión Soviética y del comunismo, Polonia se abría al mundo, a Occidente, a la Unión Europea y al libre mercado.
Sobra decir que todos en ese grupo se identificaban ideológicamente como liberales de derecha. Veinte años después, la autora ya no conserva a ninguno de esos amigos quienes han radicalizado su postura política hacia la extrema derecha, se han convertido en defensores a ultranza del actual régimen, rechazan el modelo de integración europeo y consideran a la autora, su antigua colega, como representante de la izquierda globalista “progre” financiada por George Soros.
No se me ocurre mejor historia para describir las enormes tensiones sociales y políticas que vive el mundo en la actualidad. Otro ejemplo más de ese escenario de divisiones y posturas irreconciliables es el de Brasil. La mayor economía de América Latina le quitó el poder a Jair Bolsonaro y con ello Ignacio Lula Da Silva toma las riendas del país por tercera ocasión, un hecho histórico para la democracia brasileña.
Sí, Lula regresa al poder, pero tendrá que enfrentarse a un congreso con mayoría de derecha. Sao Paulo, el centro del poder económico de Brasil será gobernado también por la derecha y a esto hay que sumarle una sociedad profundamente dividida: muchos dieron su voto en contra de Bolsonaro, pese a su repudio a Lula. Entonces, al presidente electo le toca enfrentarse a un panorama diametralmente distinto al que vivió cuando fue presidente por primera vez.
Brasil y el mundo han cambiado. El auge de materias primas que vivió la región en los años de Lula es cosa del pasado y las consecuentes crisis económicas y sanitarias así como la cada vez más estridente polarización social y política en un mundo en el que las desigualdades económicas se desbordan, no se lo ponen a fácil a ningún político.
Hoy, América Latina vira hacia la izquierda bajo el reclamo legítimo de mayor inclusión social y bienestar económico para todos. Pero también, en algunos casos, la región ha optado por gobiernos de izquierda para salvaguardar la democracia, que vive bajo amenaza constante.
La tentación del autoritarismo siempre vivirá con nosotros, la clave está en saberla domar. A diferencia de Latinoamérica, Europa vive hoy un auge de la derecha en su peor versión y las reminiscencias al fascismo son para preocuparse. La anécdota con la que comencé este texto da cuenta de ello.
Y aquí ya no importa si se es de derecha o izquierda. Aquí lo que importa es que la democracia no muera. Este domingo, en su discurso como ganador de los comicios, Lula lo puntualizó muy bien, la victoria ha sido para la democracia. Con sus virtudes y sus defectos, con los enormes retos que enfrenta su país, lo mejor del triunfo del otrora humilde obrero, es que Bolsonaro se va.