Otra vez el 19 de septiembre un fuerte temblor sacudió la capital del país. Como me tocó vivir en carne propia desde un 7º piso el de hace cinco años, no pude evitar recordar el momento. A lo largo de mi vida he pasado por muchas situaciones de temor y riesgo, pero jamás de la intensidad como la experimentada aquel día. Escuchar el crujir de las paredes, sentir el trepidar del suelo y presenciar el desmoronamiento del techo seguramente cambia la vida a cualquiera.
El instinto de supervivencia me impulsó a correr, pero la sacudida intensa me lo impidió, tumbándome en el suelo. Los siguientes segundos fueron dedicados a esquivar la caída de muebles y pedazos de cal y ladrillo. Dicen que fueron 80 segundos. Para mi fueron como 80 días. Hacía un par de horas que habíamos realizado el simulacro, así que cuando terminó de temblar nos organizamos rápido para desalojar el edificio. Los guías capacitados dieron indicaciones precisas para reunirse en el punto indicado y posteriormente salir de forma ordenada. Muy asustadas, pero prácticamente ilesas, todas las personas evacuamos el impávido edificio en pocos minutos.
En la calle reinaba el caos. Nubes de humo, fumarolas de polvo y un helicóptero que surcaba el cielo presagiaban lo peor. El estridente e incesante aullar de las sirenas y la imposibilidad de comunicación con familiares multiplicaban la desesperación, la impotencia y la angustia. Los momentos de terror comenzaron a ser paliados por espontáneos y solidarios abrazos entre todos, actitud que se replicaría y multiplicaría en toda la ciudad a partir de ese momento.
Justo hacía 32 años, un terremoto había matado a miles de mexicanos. La parálisis oficial obligó a la sociedad civil a organizarse. Entonces grupos ciudadanos prestaron invaluable auxilio a las víctimas. Éstos seguirían consolidándose al paso de tiempo y traerían trascendentes aportaciones, abonando indiscutiblemente a la democratización del país.
Hace cinco años fue diferente. La sociedad volvió a volcarse a las calles como en 1985, pero esta vez en sincronía con el esfuerzo gubernamental: lo mismo vimos a los “topos” trabajar junto a los marinos que los socorristas de la Cruz Roja a un lado de los federales. Los centros de acopio abarrotados gracias a la participación de ciudadanos y funcionarios públicos por igual.
Hace cinco años la tragedia nos unió y sacó lo mejor de nosotros. Demostró que es posible el entendimiento sin distingo de colores, que sociedad y gobierno pueden trabajar tomados de la mano y que, si bien persisten intereses y expresiones oscuras y mezquinas apostándole a la división y al encono, la adversidad nos une y fortalece.
Recordé, como hace cinco años, que todos somos mexicanos.