Desde hace más de un siglo, el nombre Fabergé evoca riqueza, opulencia y los huevos de Pascua más extravagantes del mundo. Los pequeños objetos de arte intrincadamente decorados, que la Casa Real rusa de los Romanov encargó al joyero y orfebre Peter Carl Fabergé son, todavía hoy, algunas de las obras decorativas más exquisitas jamás creadas.
Los Huevos Imperiales, como llegaron a llamarse, se diseñaron por primera vez como regalos navideños a mediados de la década de 1880. Se hacían a mano con oro, diamantes y piedras semipreciosas como esmeraldas y perlas. Cada uno de los diseños, únicos en su género, presentaba capas ricamente pigmentadas de esmalte de vidrio, hoja de oro y filigrana.
Los huevos de Fabergé tenían un tamaño que oscilaba entre 7,5 y 12,7 centímetros de altura, y tardaban entre uno y dos años en completarse. A menudo podían abrirse para revelar una sorpresa: un retrato en miniatura, un reloj o un autómata diminuto.
“Eran objetos mágicos, lo que explica que sigamos tan fascinados con ellos ahora”, afirma el especialista británico en joyería Geoffrey Munn en una entrevista telefónica. “La gente siempre ha tenido sed de cosas bien hechas, y los huevos Fabergé sacian esa sed perfectamente. Son visualmente brillantes”.
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Pero la fascinación duradera por la Casa Fabergé también puede provenir del entorno histórico en el que operaba. El negocio, que se hizo un nombre y una fortuna como proveedor oficial de joyas de la familia real rusa y de otras cortes europeas, se disolvió cuando la revolución de 1917 puso un violento fin a más de 300 años de gobierno de los Romanov.
Cuando la familia del zar huyó de San Petersburgo, los 50 huevos imperiales fabricados por Fabergé a lo largo de tres décadas quedaron atrás. Algunos desaparecieron: hoy se cree que solo existen 43 de la colección real.
“La historia de Fabergé es casi como una película de Hollywood”, dijo Munn. “Tienes una hermosa dinastía caída, una vida de corte fastuosa, una caída tumultuosa y estos objetos impresionantes, sentimentales y muy raros que lo atestiguan todo. Ningún otro joyero ha formado parte de tanta intriga, misterio y suntuosidad”.
Los objetos de la Casa Fabergé pasaron de moda en las décadas de 1920 y 1930, a medida que crecía la popularidad de estilos más geométricos y menos ornamentados como el Art Decó.
Sin embargo, los huevos, y las demás creaciones artísticas de Fabergé, volvieron a la conciencia de los coleccionistas y entusiastas de las artes decorativas cuando, en 1949, el autor británico Henry Bainbridge publicó la primera monografía sobre el joyero, explicó Munn.
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Una rica red de artesanos
Se ha escrito mucho sobre Fabergé desde el estudio de Bainbridge. Uno de los libros más recientes sobre el tema, “Faberge: His Masters and Artisans”, adopta un enfoque poco convencional de la obra de la casa de joyas al centrarse en los colaboradores de los que se rodeó Fabergé, desde los diseñadores hasta los maestros orfebres que ayudaron a dar vida a sus visiones.
“La Casa de Fabergé dirigía una operación impresionante”, dijo la autora del libro y experta en joyería, Ulla Tillander-Godenheim, en una entrevista telefónica. “El joyero empleaba hasta 500 artesanos diversos en todos los aspectos de las creaciones de la firma. El negocio ocupaba un edificio de cinco plantas en San Petersburgo, (con) cuatro sucursales en Rusia y una en Londres”.
“Las conexiones que Fabergé creó con los artesanos con los que trabajaba fueron fundamentales para el éxito de la ‘marca’”.
La inspiración para el libro, dijo, vino de su propio pasado: el bisabuelo de Tillander-Godenhielm fue orfebre de la corte imperial rusa y trabajó en la misma época que Faberge. Pero la autora también buscó material en su Finlandia natal.
“Un gran número de artesanos de la Rusia prerrevolucionaria eran finlandeses”, dijo. “Después de la revolución, regresaron a su tierra natal. Fui a buscar personalmente a sus familias, y recogí sus anécdotas y recuerdos de los años que sus difuntos parientes pasaron trabajando para Fabergé”.
El resultado es un tomo bellamente ilustrado que relata las historias de los artesanos a través de cartas, fotografías e imágenes de los artículos que produjeron para la Casa Faberge.
“Aunque son los huevos con los que la mayoría de la gente asocia a Fabergé, solo son la mitad de la historia”, dijo Tillander-Godenhielm. “Los ‘maestros joyeros’ de la casa creaban desde cigarreras hasta relojes de sobremesa”.
Tillander-Godenhielm describe a Fabergé como un hombre de negocios adelantado a su tiempo. Para empezar, dos de sus principales diseñadores eran mujeres: Alina Holmstrom y Alma Phil. Sus llamados “maestros joyeros de Fabergé” se encargaban de reclutar y formar personalmente a sus propios equipos de artesanos, y se les permitía establecer sus propios calendarios de producción. Fabergé también les concedía el derecho a marcar los artículos con sus propias iniciales.
“Fabergé dirigía su casa con un prototipo temprano de ‘democracia industrial’, a pesar de vivir bajo una de las autocracias más férreas del mundo”, afirma el autor. “Estaba al tanto de los círculos más ricos de Rusia, pero trabajaba con gente mayoritariamente analfabeta y humilde, dándoles a menudo rienda suelta al arte. Sus objetos son aún más notables por ello: cuentan muchas historias diferentes (y) son una lección de microhistoria”.
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Fascinación continua
Los precios de los huevos Fabergé han aumentado a lo largo de las décadas, y ahora alcanzan enormes sumas en las subastas. En 2002, el “Huevo de Invierno” se vendió a un postor telefónico anónimo por US$ 9,6 millones en Christie’s de Nueva York. Cinco años más tarde, un huevo de oro y esmalte con un gallo de diamantes se vendió por un precio récord de 9 millones de libras (entonces US$ 18,5 millones) en la misma casa de subastas de Londres.
“La escasez de los huevos ha impulsado claramente sus ventas en las subastas, además de alimentar nuestro interés a lo largo de las décadas”, dijo Munn.
Los huevos rara vez aparecen en subasta, y hoy en día la mayoría de ellos se encuentran en museos e instituciones públicas, desde Moscú hasta Cleveland. Las mayores colecciones las tienen la Armería del Kremlin y el Museo Fabergé de San Petersburgo, que albergan 10 cada uno.
Los huevos desaparecidos siguen siendo una fuente de intriga permanente. En 2015, un huevo Fabergé de oro reapareció cuando, al parecer, un chatarrero lo encontró en un mercado del Medio Oeste estadounidense. En su interior había un intrincado reloj de oro.
Tras comprar el objeto por US$ 14.000, al hombre le dijeron inicialmente que el oro valía menos de lo que había pagado por él. No fue hasta que buscó en Google el nombre que figuraba en el reverso del reloj, Vacheron Constantin, cuando descubrió que estaba en posesión del Tercer Huevo de Pascua Imperial, diseñado por la casa Faberge para el zar Alejandro III en 1887 y cuyo valor se estima en US$ 33 millones.
“Su arte, la variedad de formas y materiales y el hecho de que todos tengan una historia que contar hacen que el atractivo de los huevos Fabergé no vaya a disminuir pronto”, afirma Munn. “Son eminentemente coleccionables porque son únicos en el verdadero sentido de la palabra. Llevo cuatro décadas estudiándolos y no me he cansado de ellos. No creo que eso sea posible”.
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