Avándaro Valle de Bravo; 51 años

A 51 años del Festival de Avándaro, Héctor Palacio destaca en su columna episodios del evento que tuvo lugar entre el 11 y el 12 de septiembre de 1971 y que se ha convertido en un mito nacional.

 

 

La primera vez que supe de la geografía del título de este texto fue sin duda por medio de un derivado, un personaje encarnado por Eduardo Manzano, uno de Los polivoces (los muchas voces), “Armándaro Valle de Bravo”, un holgazán, júnior, hippie, mariguano buena onda. Esto cuando hubo llegado la televisión a mi ranchería en Tabasco. La segunda vez, como estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en algún documental o fragmento de “Avándaro Festival de Rock y Ruedas” visto en alguno de los espacios de Ciudad Universitaria. Aunque probablemente haya escuchado en simultáneo algunas “rolas” de las bandas de rock que tocaban asimismo en CU hacia finales de los ochenta. A partir de 1987 sobre todo, cuando estalló la huelga estudiantil de entonces.

Era inevitable que en esas tocadas surgiera la memoria de Avándaro pues, en cierta medida, algunas de las bandas que llegaban a la Universidad tenían algún antecedente en el evento roquero celebrado el 10 y 11 de septiembre de 1971 en Tenantongo, o lo que es lo mismo, Avándaro. (Once de septiembre que coincide con el 9/11 gringo y la muerte de Salvador Allende en Chile, me hace recordar Gustavo Marcovich en una conversación telefónica.)

Entre los grupos que escuché en vivo en Ciudad Universitaria, que se volverían famosos, estuvieron La maldita vecindad y los hijos del quinto patio y Botellita de Jerez, mucho antes que #MeToo llevara a Armando Vega-Gil al inútil suicidio. Pero siempre estaba presente en las tocadas a bafle puro o a puro bafle, una banda famosa desde los tiempos de Avándaro y que ya había conocido en la adolescencia.

Cuando después de la televisión hubo llegado la primera consola a la ranchería, un tío nos obsequió un montón de LP’s de los cuales se quería deshacer, entre ellos uno que llamó mi atención por su portada y porque al escucharlo me sonó a ruido insoportable, Three Souls in my Mind, en vivo desde el Reclusorio Oriente. La fotografía de la portada mostraba a un anciano sin piernas bailando con el tronco de su cuerpo bajo el ánimo y las palmas de los compañeros de prisión. Ese grupo se transformó en El Tri, aunque yo lo nombro ahora CROPyG (Cotorra Ronca Prianista y Guadalupana) por su líder, Alejandro Lora. Pues ese sonaba en CU también, aunque no en vivo; tampoco andaba ya por ahí Óscar Chávez, que después de 1968 inició un proceso de aburguesamiento al estilo del subcomediante Marcos, ayer Moisés, hoy Galeano, mañana…

Es natural que a las personas de los Estados del país, de los municipios, pueblos y rancherías el célebre evento que se considera “el Woodstock mexicano” (El Festival de Música y Arte de Woodstock, realizado en el Estado de Nueva York entre el viernes 15 y el lunes 18 de agosto de 1969), significara poco o nada. Es con el tiempo y la conciencia, los documentales, testimonios, algunos registros fílmicos, sonoros y fotográficos, cuando ese magno evento (al menos por la cantidad de gente convocada, que se calcula de manera precisa entre los 100 y 500 mil) toma importancia.