Autor: Dr. José Martín Méndez González
El dinero público está siendo atacado. Y así no habrá innovación.
Mariana Mazzucato.
Lo importante para el gobierno no es hacer cosas que ya están haciendo los individuos, y hacerlas un poco mejor o un poco peor, sino hacer aquellas cosas que en la actualidad no se hacen en absoluto.
John Maynard Keynes.
El pasado 4 de agosto compareció en sesión virtual por espacio de más de cinco horas (después de cancelar en reiteradas ocasiones) ante la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación, conformada por diputados y senadores, la Directora General del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), la Dra. María Elena Álvarez Buylla.
Hasta hace un par de días, también sonoba su nombre como próxima titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), pero su posible nombramiento fue desmentido por el propio titular del Ejecutivo. “La necesitamos donde está”, sentenció el Presidente de la República la mañana del 9 de agosto.
Volviendo al tema de la renunión de trabajo de la Dra. María Elena Álvarez Buylla, en dicha sesión no estuvieron exentos los reproches por parte de algunos diputados y senadores, así como las intervenciones de apoyo de algunos otros hacia su gestión en las políticas científicas del Conacyt en lo que va del sexenio.
Quizá uno de los cuestionamientos más importantes se refirió a la extinción de los fideicomisos en octubre de 2020. De los 109 fideicomisos públicos, 44 estaban destinados para proyectos relacionados a temas de ciencia, tecnología e innovación (CTI), gestionados por 26 Centros Públicos de Investigación (CPI). La idea de los fideicomisos era contar con recursos transexenales para proyectos a mediano y largo plazo, y no supeditarlos a las negociaciones políticas que año con año se dan en la discusion y asignación del presupuesto federal. Además, los fideicomisos también permitían contar con recursos ante posibles crisis económicas o medioambientales, por ejemplo, el ahora extinto Fondo para la Atención de Emergencias (Fonden).
La extinción de los fideicomisos se llevó a cabo de manera tropellada, sin realizar auditorías y con la venia de los partidos políticos de Morena, Partido del Trabajo (PT) y el Verde Ecologista. Un estimado del monto acumulado en los fideicomisos para CTI apunta a una cifra que ronda los 45 mil millones de pesos. ¿Qué sucedió con ese dinero? La
“extinción” de los fideicomisos no fue otra cosa que una reasignación. La propia Directora de Conacyt confirmó en su comparecencia virtual que, de los 45 mil, habría entregado 21 mil millones de pesos para financiar los denominados “proyectos prioritarios”: la refinería de Dos Bocas, el Aeropuerto Felipe Ángeles y el Tren Maya. El resto de los recursos se regresó a la Tesorería de la Federación (TESOFE).
No hace mucho, en marzo de este año, durante la Presentación de Trabajo en Conferencia de la Comisión de Ciencia y Tecnología del Senado de la República y de la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Cámara de Diputados (a la cual no asistió la titular de Conacyt, por cierto), políticos como Olga Sánchez Cordero y Ricardo
Monreal, afirmaban con convicción partidista que la ciencia, tecnología y la innovación “son los elementos que deben guiar el desarrollo de las naciones… los motores de transformación… nuestras aliadas y nunca una amenaza”. Las acciones muestran todo lo contrario.
Y si el Estado no invierte en CTI, ¿quién lo hará? El sector privado también vive sus propias crisis derivadas de la pandemia y las políticas económicas promovidas por el Estado, además de que, típicamente, no suelen invertir en CTI. Así, parece un callejón sin salida que nos obliga a regresar al punto de origen: el Estado.
¿Es posible crear un mecanismo que permita al Estado invertir en CTI y generar ganancias? ¿Debería el Estado fungir como “inversor ángel” en lugar de limitarse a financiar de manera pasiva la CTI? La economista Mariana Mazzucato, en su ensayo “El estado emprendedor. Mitos del sector público frente al privado”, apunta a que el Estado sí debe actuar como un emprendedor más en el panorama de la CTI, asumiendo riesgos y creando mercados. El Estado como el verdadero creador de tecnologías disruptivas de la que todos nosotros (sector privado incluido) nos beneficiamos y, además, moldean el futuro.
La tesis de Mazzucato es exportable. Otros países están ejecutando esta visión de una u otra manera. Por ejemplo, hablemos de Dinamarca, un país que no sólo destaca por su excelente sistema de salud (nivel de excelencia prometido mas no cumplido aún por parte del ejecutivo federal, a pesar de aquel “Sí es mi modelo a seguir en lo que tiene que ver con un país extranjero”) sino también lo hace por su papel de emprendedor en CTI.
Dinamarca creó el Fondo de Crecimiento Danés, que compra acciones en empresas de reciente creación. En una entrevista de 2015, Martin Motzfeld, Director Ejecutivo del Fondo, señalaba que habían invertido hasta el momento alrededor de 2 billones de euros en aproximadamente 600 empresas, y esperaban invertir entre 300 y 400 millones de euros en otras 800 o 900 empresas.
Durante la entrevista, Martin levanta un vaso con agua, y lo muestra a la cámara diciendo que se trata de una compañía en la que invirtieron un millón de euros hace 10 años, logrando multiplicar su inversión por 10. No es una empresa de tecnología avanzada sino de diseño… pero diseño innovador.
Otra empresa en la que invirtió el fondo se llama Universal Robots. Su historia es peculiar y, de no ser por un poco de suerte, quizá no sabríamos de ella, y la innovación se habría perdido o malvendido.
Universal Robots fue co-fundada por Esben Østergaard, quien pasó de la idea a la manufactura de un brazo robot flexible en 3 años. La innovación radica en cómo se programan los movimientos del brazo robot: no hace falta que el operador conozca las matemáticas, algoritmos, grados de libertad, centros de masa, etc., involucrados en los eslabones del brazo robot, sólo tiene que tomar el brazo y, con ayuda de una tablet, colocar el brazo en las posiciones que desea que realice, casi como si tomara el brazo de un niño para indicarle cómo balancearlo para alcanzar o mover un objeto paso a paso. Y eso es todo. Terminada la “programación de movimientos”, el robot está listo para repetirlos una y otra vez en cuestión de segundos.
Pero en sus inicios casi pierden la empresa: Esban y otros colaboradores, con 2 brazos terminados y 3 por terminar para un pedido, sin dinero (habían pagado de sus bolsillos el salario de otras personas los últimos 3 meses) para pedir las piezas necesarias para cumplir con el pedido de 5 brazos robots, se encontraban en una posición difícil de mantener… hasta que un día, en 2007, en una visita de algunos miembros del Fondo Danés a la Universidad, se asomaron a su taller donde intentaban fabricabar los brazos robots, y les preguntaron qué hacían con ellos. Al finalizar la explicación, la idea le pareció buena a los miembros del Fondo Danés y les colocaron una inversión inicial de 2 millones de euros.
Cuando lograron colocar 20 pedidos por mes, dejaron atrás los números rojos. La compañía creció y era tan buena que la compró Teradyne, en Estados Unidos. De acuerdo con Martin Motzfeld, multiplicaron los beneficios por 50, es decir, obtuvieron unos 100 millones de euros, más la comisión. Todo lo ganado se reinvierte casi en su totalidad
(guardan algo para la época de “vacas flacas”) en financiar nuevas empresas. Dinero público que beneficia al público a través de la generación de empresas. No es dinero público que se da sólo porque sí: se otorga porque hay una idea que busca una oportunidad para echar raíces y crecer.
El dinero que constituía a los fideicomisos era dinero público, dinero recabado a través nuestros impuestos para que el Estado garantizara (o lo más cercano a ello) la consecución de objetivos considerados como prioritarios y que redundarían en un beneficio a la nación (a todos nosotros, sin importar ideologías políticas) en un futuro. Contar con
esos recursos te permitía a ti, y a tus descendientes, tener participación en un futuro que, ahora, luce casi por completo fuera de alcance en una sociedad del conocimiento.
En un mundo donde el futuro está dominado por la economía basada en la explotación de conocimiento y que puede llegar a crear dividendos que exceden, en algunos casos, el PIB de países no desarrollados, queda patente que “la tecnología no es amable… No dice ‘por favor’. Se estrella contra los sistemas existentes y los destruye mientras crea
nuevos sistemas. Los países y los individuos pueden surfear nuevas y poderosas olas de cambio, o tratar de detenerlas y ser aplastados”. Con la desaparición de los fideicomisos, no sólo se ha permitido que las olas del cambio revuelquen a toda una generación de ciudadanos con interés en la ciencia sino que también los han dejado sin tabla para surfear.
Sálvase quien pueda… y como pueda.
Nota: La cita “la tecnología no es amable” proviene de Juan Enríquez-Cabot. As the future
catches you: how genomics & other forces are changing your life, work, health and wealth.
Crown Business.