CONFESIONES

LATITUD MEGALOPOLIS 

 

Por: MANUEL PÉREZ TOLEDANO

Esta tarde decidí hacerle un recorrido a la ciudad. Como había llovido, la atmósfera estaba fresca; sólo un airecillo molesto irritaba los ojos. Después de cerrarme el impermeable con el botón del centro, emprendí la marcha. Al llegar frente al cine “Encanto” compré el periódico “LA NOCHE”, para ver si habían “empastelado” algunas líneas de mi cuento – ¡Un voto de confianza señor linotipista y señor formador! -.

Cada calle que transitaba despertaba en mí un nuevo pensamiento. ¡Es una delicia caminar a solas! Después de caminar tres kilómetros me detuve ante un capo de diversiones: ruedas de la fortuna, pulpos, aviones, ferrocarriles, látigos, y además, juegos de tiro al blanco, aparatos automáticos donde con diez centavos se da uno el placer de aniquilar con ametralladora una escuadrilla de aeroplanos, proyectados sobre una pequeña pantalla. Contemplando a los tiradores, gocé íntimamente su entusiasmo. Lo mismo cuando mi vista posó en los grupos de los jóvenes que se zangoloteaban jubilosos en los monstruos giratorios… En esos instantes me olvidé de mis sueños y de mis ocultas angustias. La vida era “clara, undívaga y abierta, como un mar…” (¡Oh, Barba Jacob!).

 

Luego de observarlo todo, ¡emprendí el regreso!, y para ello, nada más arduo que tomar un “Circunvalación”. ¡Vaya con los camioncitos! Son algo muy serio,

Trabajosamente pude colarme hasta el fondo del vehículo, no sin antes dejar de advertir un flirteo del cobrador con una fámula de pocos años. Huyendo del galán, la sirvienta se refugió muy cerca de mí. En un principio no le di importancia a la cosa, iba yo abismado en un profundo análisis sentimental, pero a con secuencia de un bote del ómnibus la joven se estrechó hacia mí; su anatomía era fresca, dura y bien moldeada; un limpio vestido de percal cubría sus redondeces… Al punto sentí el alfilerazo del deseo; más también al instante recapacité: ¿Qué me sucedía…? ¿Podía mi cabeza albergar semejantes sentimientos?  “¡Sátiro!”, me dije con acrimonia. Pensar que yo, una persona que presume de civilizada y que se está preparando para estudiar Metafísica, sea capaz de esto: ¿de hermanarme en instintos al cobrador de camiones…?

 

De súbito, una reflexión cortante vino en mi auxilio: “El sexo es siempre el mismo”, opiné, y descendí del vehículo…