Según la ciencia, se come menos con temperaturas elevadas, mientras que vivir en entornos más fríos eleva el apetito.
El científico del CSIC Javier Sánchez Perona, explica con varios estudios que el aire acondicionado engorda. De hecho, es un truco que usan los restaurantes para que comas más.
La teoría es que “la energía que el cuerpo gasta para mantener la temperatura corporal en entornos por debajo de la temperatura neutra (22-25 °C) es compensada por un aumento del apetito y la ingesta de calorías”.
Seguramente tú también lo hayas vivido en carne propia: tener más apetito de un plato de cuchara contundente en invierno y sentir menos hambre en verano, cuando el cuerpo pide gazpachos, ensaladas y comidas más frescas y ligeras.
Entre las múltiples funciones de la alimentación, el científico del CSIC Javier Sánchez Perona explica que comer contribuye a la termorregulación o mantenimiento del calor corporal. Un estudio de 1936 ya averiguó que comer carne picada de ternera y tomates guisados hasta la saciedad aumentaba la temperatura de la piel un promedio de 2 °C aproximadamente una hora después de comer.
El investigador recopila algunas de las evidencias más interesantes que hay al respecto, y que apuntan a que el hambre se reduce con el frío. Además, la mayor comodidad propiciada por las tecnologías de calefacción y aire acondicionado generan una mayor ingesta, ya que el cuerpo no tiene que adaptarse para mantener su temperatura.
Otra investigación realizada en ratones se demostró que comían menos si se les exponía a más calor. De hecho, a 40 °C, las ratas dejaron de comer por completo. Mientras, estar hambriento reduce la temperatura corporal, y las personas en ayuno prolongado suelen quejarse de frío, lo que sugiere que la menor ingesta con calor puede ser un mecanismo adaptativo ante el mismo.
Cabe mencionar un interesante estudio clásico de 1966 en torno a los cambios en la ingesta de alimentos entre el personal militar: británicos trasladados a Bahréin, donde la temperatura corporal no baja de 30ºC, tuvieron un consumo de alimentos un 25% menor que en el Reino Unido. El grupo que no estaba aclimatado perdió 2,5 kilos en 12 días, en comparación con el 1,1 de los que sí lo estaban.
No hace falta irse tan lejos: en una oficina con aire acondicionado comerás más, tal y como demuestra otra investigación llevada a cabo en Birmingham en 2015, donde 20 personas trabajaron a 20ºC (grupo control) o a 26ºC (grupo de tratamiento) durante 2 horas. Trabajaron una hora, comieron pizza y trabajaron otra hora.
Los participantes sometidos a una temperatura más cálida comieron 99,5 calorías menos de pizza. Además, se calculó que por cada incremento de 1 °C en la temperatura periférica, los sujetos comieron 85,9 kcal menos de pizza. También influye la temperatura de la comida: la fría minimiza el efecto térmico, lo que explica que en verano el cuerpo te pida helado a gritos.
Además, Sánchez Perona apunta a que las señales anorexígenas, que reducen el apetito, como el péptido YY, suben en ambientes cálidos. También hormonas como la grelina y la leptina pueden estar involucradas en el mayor consumo de energía en ambientes fríos, aunque las investigaciones todavía son contradictorias y dejan muchas preguntas en el aire.
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¿Comes más con el aire acondicionado puesto?
Este es un viejo truco que los restaurantes llevan usando años para que tus bocados sean más suculentos. De hecho, una encuesta estadounidense de los noventa reveló que las ventas caían de forma dramática cuando se apagaba esta máquina.
La teoría ya la postuló Alexandra W. Logue hace 3 décadas en su libro La psicología de la comida y la bebida, argumentando que apagar el aire acondicionado es la forma más sencilla de reprimir el apetito en una cena de verano. La energía que gastas en termorregulación en entornos por debajo de la temperatura neutra (22-25 ºC) se compensa con más hambre y mayor ingesta calórica.
A efectos de ganancia de peso, Javier Sánchez Perona explica que es peor vivir en un ambiente cálido y comer en uno frío que permanecer en el ambiente cálido para comer, un dato que se confirma con otro estudio en ratas realizado por Roberto Refinetti en el 88.
Otra encuesta británica en más de 100.000 adultos mostró un índice de masa corporal más bajo en quienes viven en casas con temperaturas medias por encima de 23 °C que aquellas por debajo de 19 °C. En este caso, quienes no pueden pagarse un sistema de calefacción tienden a tener más peso corporal.
Varios estudios científicos han puesto la lupa sobre el efecto del aire acondicionado: investigadores estadounidenses afirmaron que podría ser uno de los factores determinantes en la epidemia de obesidad al aumentar la ingesta calórica.
No obstante, en una revisión francesa de 2017 varios investigadores apuntaban a que no existe todavía ningún análisis sistemático para comprobar estas alteraciones en distintos ambientes térmicos.
“Lo que sí está probado científicamente es la relación entre la temperatura y el apetito. A mayor temperatura, menos apetito. Así que parece obvio que si vivimos, y comemos, con aire acondicionado, comeremos más y engordaremos más”, señala Sánchez Perona, tal y como recoge el diario El País.
Además, estar con calefacción en invierno y aire acondicionado en verano provoca que comamos con temperaturas poco variables, un fenómeno denominado sedentarismo térmico, en el que se engorda porque la demanda energética se minimiza. O lo que es lo mismo, precisamos menos energía para la termorregulación del organismo.
Por supuesto, no todo tiene que ver con la temperatura: la falta de actividad física, los trabajos sedentarios, el consumo de determinados fármacos o el incremento del papel de los alimentos ultraprocesados en la dieta también tiene su impacto en las tasas cada vez más elevadas de obesidad.
Sea como fuere, si no quieres coger kilos de más, apagar el aparato de aire acondicionado podría ser una solución.
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