Estados Unidos atraviesa por uno de los momentos más sombríos de su historia reciente, en lo que asuntos domésticos se refiere. La lamentable ola de extrema polarización política que recorre el mundo ha tenido especial impacto en nuestro vecino del norte y eso ha revivido con gran intensidad a los demonios internos de aquel país.
Aunque EU siempre ha protagonizado, como cualquier país, lamentables episodios de crisis social y política, creo que la actual no tiene precedentes sobre todo por las posibles implicaciones que tendrá no solo para ese país sino para la configuración política y social del mundo en los próximos años.
Sé que es un cliché decirlo, pero la llegada de una figura como Donald Trump a la Casa Blanca provocó una reacción en cadena y despertó viejos rencores y rivalidades inherentes a la idiosincrasia de muchos estadounidenses a raíz de la Guerra Civil, y que más o menos pudieron mantenerse en la marginalidad durante más de 100 años.
Sin temor a exagerar, la situación que vive EU hoy es caótica y preocupante: el aumento de los tiroteos masivos y la reticencia del lobby de las armas por una regulación, la regresión en derechos reproductivos para la mujer y la amenaza de que la eliminación de derechos se expanda a otros grupos, la cada vez más creciente polarización del debate público y el resurgimiento de movimientos de extrema derecha, amén de un Partido Republicano secuestrado por estos, están arrojando al país al borde de un precipicio.
Ahora bien, la profunda crisis social y política que vive Estados Unidos no es casual ni exclusiva de su territorio y obedece a una problemática global cuyo origen descansa en las promesas incumplidas de la democracia liberal, y en el hartazgo generalizado de los sectores sociales a los que no les ha sido posible acariciar la abundancia que el capitalismo les prometió.
La crisis que vive EU es la crisis de la democracia misma y de sus protagonistas. Es la crisis de los políticos tradicionales y de su incapacidad para responder a los desafíos del presente y del futuro, es la crisis del modelo político y económico instaurado en Occidente después de la Segunda Guerra Mundial.
Y lo que verdaderamente preocupa aquí, es que la democracia liberal tenga como protagonista no a los procesos democráticos, sino a la incapacidad de diseñar alternativas que alienten una reflexión profunda sobre esos nuevos pactos sociales donde la liga revienta por la falta de una narrativa y acciones concretas de inclusión y desarrollo.
Lo que preocupa es que se sigan exacerbando nuestras diferencias y que cada vez se reduzca más nuestra capacidad para dialogar de manera respetuosa y teniendo consideración y conciencia del otro. En un efecto espejo, en nuestro país está sucediendo un fenómeno similar y creo que no debemos subestimar los alcances de estos roces y divisiones sociales. Miremos hacía atrás en la historia, esto ya ha sucedido, ¿nos daremos el lujo de que siga la inercia de la repetición?