Que de la reunión de los representantes de las siete naciones más poderosas del mundo trascienda una anécdota irrelevante sobre cómo un grupo de líderes se ríen de una foto de su principal némesis político, nos dice mucho del nivel de desgaste y futilidad al que han llegado este tipo de encuentros.
Me preocupa la ausencia de liderazgos claros y firmes del mundo occidental, sobre todo porque la siempre latente amenaza a las democracias y a los regímenes libres se vale de la carencia de liderazgos demócratas para impedir el ascenso de autoritarismos y populismos de todos los espectros ideológicos.
El poco interés que despertó en la prensa el encuentro del G7, que se llevó a cabo del 26 al 28 de junio, es una alarmante señal de la intrascendencia que tiene para la gran mayoría de la gente seguir atenta a las reuniones de “lideres” que no se cansan en demostrar su lejanía con aquellos que dicen representar.
Y esto es alarmante no porque crea que Occidente es la panacea, pero sí considero que los modelos económicos y políticos que han dado mejores resultados hasta ahora, se encuentran dentro de la esfera de influencia de la ideología occidental.
Y me preocupa la parte de los liderazgos porque en las antípodas del sistema político y económico de Occidente, que no es perfecto desde luego, están potencias como Rusia y China, cuyos modelos económicos y políticos son aún peores que los occidentales, y está claro que la proyección que tiene el gigante asiático de sí mismo para consolidarse como la economía hegemónica a nivel mundial no es para subestimarse.
Palabras más, palabras menos, la cumbre del G7 cierra sin nada nuevo que agregar, con la guerra de Ucrania como tema principal, pero sin llegar a ningún acuerdo o solución posible y prolongando este trágico evento ad infinitum a la espera de que las potencias se repartan el país como mejor les convenga.
Nada nuevo bajo el sol. Los países más desarrollados del mundo acudieron a otro tedioso encuentro en el que ni siquiera hubo discursos relevantes y en el que EU nomás no logra recuperar su papel de liderazgo, pese a los esfuerzos de un Joe Biden que no convence a nadie y cuyo nulo carisma se resiente no solo dentro de su país sino fuera de él.
Y mientras esto sucede en el languideciente hemisferio Occidental, donde quiera que se ubique eso, en Oriente, una civilización de más de 3 mil quinientos años de antigüedad espera paciente su momento en la historia.
El mapa geopolítico se está moviendo, y creo que de este lado del atlántico no están sabiendo leer las señales de ese movimiento. La desangelada reunión del G7 es la más reciente prueba de esto y de la irrelevancia del discurso y modelo Occidental.