Este año el cine de terror desempolvó un estilo de relato que se producía en los 1970, que exige sólo emoción. Recientemente se vio en X (2022, Ti West). Dicho estilo lo aplica Scott Derrickson en su séptimo filme, El teléfono negro.
Derrickson, junto a su coguionista C. Robert Cargill, adapta el relato homónimo de Joe Hill (hijo del célebre Stephen King, pero destacado escritor por mérito propio), que cuenta el secuestro que sufre Finney (Mason Thames) a manos del sin nombre, sádico asesino de niños, llamado Grabber, Raptor (Ethan Hawke).
A punto de sufrir Finney algo espantoso, sucede un giro sobrenatural, que involucra al teléfono del título, a la hermana de Finney, Gwen (Madeleine McGraw), incluso al marginal Max (James Ransone).
Lo sobrenatural nutre un argumento que explica la situación no por lo insólito sino como parte de la compleja psique adolescente de Finney, unida a otros personajes. Así, el giro de la trama no es exagerado ni gratuito. Al contrario: es inteligente y está magníficamente llevado.
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La fortaleza y sensibilidad de Finney le ayudan a enfrentar a un criminal que parece común, pero es un asesino temible.
Derrickson, aunque sin el presupuesto de su producción previa Dr. Strange, hechicero supremo (2016), dirige con precisión; aplica con sabiduría, al relato y sus apuntes sobre los conflictos de la pubertad, hasta el mínimo recurso de suspenso y terror. Lo importante es su grupo de actores.
El teléfono negro es una suerte de homenaje circular que va de Hill a King, pero también del cine actual al del pasado. Una variación adulta, tipo la gustada serie Stranger things, con la que confirma que el miedo se expresa mejor con la llaneza que significa convertir en realidad la peor pesadilla. Pequeña joya contemporánea del género.
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