Autor: Dr. José Martín Méndez González
La razón por la que el soberano y el buen general vencen al enemigo cada vez que se lanzan al combate, es que tienen información previa.
La “información previa” no puede obtenerse de los espíritus ni de las divinidades, ni del recuerdo de los acontencimientos pasados, ni de los cálculos. Se obtienen de hombres que conocen la situación del enemigo.
Sun Tzu, “El arte de la guerra”. Cap. XIII, “La utilización de los agentes secretos”
La verdadera amenaza es cuando nadie cree nada, sea real o no. Porque cualquier imagen, video, audio o mensaje de texto podría ser falso. Esa es la amenaza real. Cuando creemos que no podemos distinguir lo real de lo falso no hay vuelta atrás.
Hany Farid, profesor de Ingeniería Eléctrica y Ciencias Computacionales, Universidad de California, Berkeley.
A poco menos de tres años para la elecciones presidenciales de 2024, entre “candidatos” destapados, autoproclamados y eternos aspirantes, el golpeteo entre los distintos partídos políticos no se ha hecho esperar, máxime que el fin de semana pasado hubo elecciones gubernamentales.
En esta ocasión, el 24 de mayo el dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno Cárdenas, fue blanco de señalamientos al revelarse varios audios en el programa “Martes del Jaguar”, que presenta la gobernadora de Campeche, Layda Sansores. Durante la emisión del programa (alrededor del minuto 27), se menciona, a modo de precisión para descartar el uso de espías, que dichos audios primero fueron publicados por un periódico nacional (no se detalla cuál, ni en qué fecha) en formato escrito, y que quizá por eso no tuvieron el impacto que tienen las declaraciones en el formato de audio. También se añade que los audios no están editados, pero que efectivamente se trata de la voz de Alejandro Moreno; que los audios están tal cual y “como se los pasaron” por parte de una persona anónima hasta el momento; se reitera: no existe edición de los audios.
Uno de los audios hace referencia al gremio de periodistas (alrededor del minuto 31): “A los periodistas no hay que matarlos a balazos papá, hay que matarlos de hambre”. El impacto mediático no se hizo esperar; al audio se le dio cabida (¿o promocionó?) en la inmensa mayoría de los noticieros de cadena nacional, así como en redes sociales.
Por su parte, Alejandro Moreno ya inició con un proceso de “peritaje independiente de los audios exhibidos para mostrar la manipulación y fabricación de hechos”. Aunado a esto, el 31 de mayo, el dirigente del PRI reviró la filtración de los audios al compartir en redes sociales una conversación telefónica entre él y el actual senador por el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), Manuel Velasco. El audio aparece con fecha del viernes 8 de abril de 2022, pocos días antes de la votación por la reforma eléctrica. Fungiendo como mensajero de las más altas esferas políticas, Velasco deja entrever una amenaza en caso de no apoyar dicha reforma. Posteriormente, es el mismo Velasco quien admite que la llamada existió, pero que el “contenido fue desvirtuado, ya que en ningún momento amenacé a nadie.”
La manera en que se han divulgado los sucesos anteriores hacen pensar en aquella frase latina affirmanti incumbit probatio: a quien afirma, incumbe la prueba. ¿Quién de todos dice la verdad? En ninguno de los casos se acompañó de un peritaje que dejara más allá de toda duda razonable la veracidad de los audios (si están manipulados o no). Las cadenas noticiosas tampoco, hasta donde tengo entendido, realizaron un análisis independiente antes de compartir los audios desde sus plataformas. No es de extrañar que esto suceda así toda vez que la velocidad a la que circulan las “noticias” en redes sociales es, en muchas ocasiones, más rápida que en radio o televisión, plataformas que históricamente poseían la tecnología y la infraestructura para difundir a un público amplio las noticias. Sin embargo, el procedimiento estándar ahora es primar el rating (¿ruido?) de la “noticia” por sobre su veracidad. O simplemente se traslada la responsabilidad de la veracidad a quien en un inicio divulga la “información”.
En un mundo donde es más fácil darle “compartir” a cada post que surge en la redes sociales que analizar y cuestionar la veracidad de la información, ¿cómo democratizar plataformas o herramientas que nos permitan dar un peritaje rápido sobre la veracidad o manipulación de imágenes, videos u audios?
Una posibilidad es el uso de la llamada Ley de Bendford. Esta ley empírica nos dice que los primeros dígitos de los números (pensemos en el número de habitantes en distintas ciudades del mundo, por ejemplo) no están igualmente distribuidos. Es decir, dado un número, resulta que es más probable que dicho número comience con un “1” que con un “2”; el “2” es más probable que aparezca como primer digito antes que un “3”… y así sucesivamente, hasta el número 9, sin importar si los números son muy grandes o muy pequeños. La desviación de esta ley puede ser indicativo de una falsificación o manipulación del proceso sometido a análisis.
Hany Farid es profesor de la Universidad de California, Berkeley, y su investigación se ha centrado en el desarrollo de algoritmos que permitan determinar la autenticidad de imágenes o videos, si estos fueron manipulados o no; él es un forense digital. En el 2015 reportó que desviaciones a la Ley de Bendford en imágenes digitales sirven como “huellas dactilares”. Además, la cuantificación de estas desviaciones es un buen indicador de falsificación o manipulación de algún tipo, por ejemplo, “cortar” las fotos de muchas personas que inicialmente se encuentra en un determinado lugar y “pegarlas” en otro contexto o lugar, como por ejemplo un mitin político político.
La ley de Bendford también se ha usado en el análisis de redes sociales. Jennifer Goldbeck es una científica computacional actualmente afiliada a la Universidad de Maryland. En 2015, tras analizar cinco redes sociales (Facebook, Twitter, Google Plus, Pinterest y LiveJournal), encontró que el número de contactos y seguidores siguen la ley de Bendford. Lo interesante es que también logró identificar aquellas cuentas que no siguen o se desvían significativamente de la ley de Bendford: algunas cuentas eran spam, mientras que la gran mayoría pertenecían a una red de bots rusos. Esto es particularmente útil al momento de investigar si una noticia crece o se hace viral de manera “orgánica” o “artificial” con el uso de redes de bots. Si una “noticia” es impulsada por cuentas que no siguen la ley de Bendford, muy probablemente se esté tratando de manipular la opinión pública o imponer una narrativa que tergiversa o intenta suplir los hechos de un acontecimiento.
Por supuesto, la ley de Bendford no es la panacea contra las fake news en las redes sociales: es tan sólo una herramienta con la que cuentan los forenses digitales. Sin embargo, pensemos por un momento en la posibilidad de democratizarlas en plataformas de internet o redes sociales. Imaginemos que algunas redes sociales comenzaran a implementar un algoritmo basado en la ley de Bendford cada vez que alguien sube una imagen. Al término del análisis, el algoritmo emitiría una calificación basada en el grado de modificación que ha sufrido o no dicha imagen. De esta manera, al subirla a las redes sociales, tendríamos un sello o marca de agua que nos alerta del grado de confiabilidad de dicha imagen. En este punto, una posibilidad es que la decisión de compartir o no la imagen recaiga sobre el criterio del usuario; la otra, es que la plataforma o red social impida su publicación. Esta última opción pareciera atentar contra la libertad de expresión, pero podría ser útil para abrir la conversación en torno al cáncer mediático que son las fake news, y las alternativas para combatirlas o minimizar su impacto.
En una ocasión le preguntaron al escritor de ciencia ficción Michael Crichton cuál consideraba era el mayor reto de la humanidad. Su respuesta no fue el cambio climático, ni la crisis energética o de alimentos; su respuesta fue: “El mayor reto que tiene que afrontar la humanidad es el reto de distinguir la realidad de la fantasía, la verdad de la propaganda. Conocer la verdad ha sido siempre un reto para la humanidad, pero en la era de la información (a la que considero más bien la era de la desinformación) se convierte en algo especialmente urgente e importante.” La respuesta data del 2003, casi 20 años atrás, un mundo de diferencia dada la velocidad a la que avanza el mundo digital: Facebook se fundó en 2004; Twitter llegaría en 2006.
Lo que estamos viendo—y que seguirá escalando en intensidad conforme se acerce el 2024, al menos en la arena política—es la lucha por el control de una narrativa que allane el camino al siguiente presidente de México, una narrativa en la que, juzgando por los actuales acontecimientos, carece de importancia si está fundamentada en verdades o mentiras: hacerse con su voto justifica cualquier medio. Mientras tanto, el ciudadano queda a mitad del fuego cruzado en la guerra de descalificaciones entre los distintos partidos políticos, preguntándose “¿Qué es verdad?, ¿Qué es mentira? ¿A quién le creo?” No contestar estas preguntas puede llegar a ser paralizante e inhibir el voto: la apatía también es un botín de guerra.