El domingo pasado se llevó a cabo la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia. Sin muchas sorpresas, el izquierdista Gustavo Petro se alzó triunfador de esta primera ronda con el 40% de las preferencias. Lo acompañará en la segunda vuelta el derechista Rodolfo Hernández, que en esta primera etapa solo consiguió el 28% de los votos, sin embargo, otro representante de la derecha, Federico Gutiérrez, que obtuvo el 23% de los sufragios, anunció su apoyo a Hernández la noche del domingo.
El gran dilema para Colombia es que ambos candidatos, los que pasaron a la segunda vuelta, se encuentran en las antípodas del espectro ideológico y eso no pinta nada bien para un país tan lastimado por la desigualdad y la pobreza tras 20 años de un régimen que ya no da de sí.
Las protestas de los últimos años y el hartazgo social frente al uribismo, que no ha permitido que otras alternativas políticas comanden al país, se han dejado ver en estos últimos comicios, pero si Petro no logra convencer al sector moderado de la sociedad colombiana y acallar los clásicos y machacones reclamos de la derecha latinoamericana hacia cualquier candidato de izquierda y su supuesta tendencia a “venezolanizar” al país, el sueño de un cambio para Colombia puede no concretarse.
Lo que preocupa de estas elecciones y del actual clima político, ya no solo en Colombia, sino en el resto del continente y del mundo, son las cada vez más polarizadas posturas tanto de izquierda como de derecha. Es cierto que los países hispanos del continente han padecido de regímenes de derecha ineptos, corruptos e incapaces de atender las necesidades de su población. Es cierto también que el viraje a la izquierda que parece estar dando América Latina es visto como urgente y necesario por muchos, pero también es cierto que la izquierda latinoamericana tiene algunos ejemplos nada dignos de presumir: Nicaragua, Venezuela y Cuba desde luego.
Es innegable que existe un evidente desgaste del binomio democracia-capitalismo, y que sus beneficios, que existen, desafortunadamente no han llegado a todos. Esta anomalía del sistema ha dado a pie a que surjan en este continente, y en otros, populismos de derecha e izquierda en los que las ideas extremistas son la vara que atiza el fuego de las justas y muy legítimas inconformidades de un grueso de la población. Y este sí es un verdadero problema.
Por el momento, Colombia vive una relativa paz y sí se da la transición a la izquierda, puede que esta sea pacífica. Sin embargo, el fantasma de los extremismos ideológicos permanecerá y lo hará impulsado por otros que habitan en el continente, Brasil y EU por ejemplo. El primero tiene elecciones presidenciales en octubre, y si bien los sondeos dan una amplia ventaja al expresidente Lula Da Silva, la existencia de las llamadas milicias, grupos paramilitares de extrema derecha afines a Bolsonaro, han encendido las alarmas debido a su creciente nivel de influencia y a la narrativa de fraude que ha impulsado el actual presidente de Brasil, misma que será respaldada por estos grupos criminales.
Por el otro lado, en noviembre EU se enfrenta a unas elecciones intermedias cruciales para su historia política, con un Partido Republicano secuestrado por el supremacismo blanco y un Partido Demócrata sumamente débil que tiene muy pocas probabilidades de lograr una mayoría en el Congreso.
Esta dinámica, como lo he señalado más arriba, no es exclusiva de esta latitud del planeta. El mundo entero está experimentado estos fenómenos y creo que no deberíamos subestimarlos, porque lo que más inquieta en todo esto es la ausencia del centro ideológico y el auge de posturas extremas, tanto de izquierda como de derecha.
El siglo pasado nos dio muchas y muy duras lecciones de a dónde nos pueden llevar cosas como el nacionalismo o la supuesta superioridad racial. Hoy, estos temas que creíamos superados, están viviendo un preocupante resurgimiento de la mano de líderes impresentables que han aprovechado las fallas del sistema para resucitar ideas y prácticas francamente medievales. Sin ánimos de ser alarmista, la democracia está hoy más que nunca pendiendo de un hilo muy débil y creo que nos toca a todos hacerlo más resistente.