El Filósofo de Güémez, aquél célebre personaje que en vida se hizo famoso por sus aforismos en apariencia absurdos, con un tinte de ingenuidad o con una fachada infantil pero con un profundo trasfondo, en su infinita sabiduría acuñó la frase que dice así: “el que anda hecho madre se muere… y el que no, también”.
Esta aparente verdad de Perogrullo esconde debajo de su simple e inocente fachada dos mensajes cifrados que, de descubrirlos y apreciarlos, pudieran ser el eje para cambiar nuestras vidas, enmendar el rumbo y encontrar la esquiva felicidad.
El primero tiene que ver con la forma. Específicamente con la velocidad que llevamos en la vida, no solamente con la que manejamos un coche. De hecho, el propio Ramón Durón, quien asumió la investidura de la leyenda urbana del Filósofo de Güémez, desoyó su propio consejo y falleció en un accidente automovilístico, precisamente, por andar hecho madre.
Citas, reuniones, mensajes, llamadas, correos, eventos, comidas. Para cuando acordamos ya cayó la noche y nos pasamos el día apagando fuegos en lugar de construir nuestros sueños. De repente ya es viernes y hacemos el balance de una semana muy intensa, pero sin avanzar en los proyectos personales.
No pudimos siquiera empezar a leer ese libro que lleva meses sobre el buró, comenzar a ver esa serie de Netflix o salir a pasear al parque con nuestra familia. Y las semanas se convierten en meses y los meses en años. Volteamos para atrás y descubrimos que hemos acumulado principalmente cosas que no nos llevaremos cuando abordemos la barca de la Laguna Estigia, salvo el óbolo que habremos de ofrecer a Caronte.
El segundo tiene que ver con el fondo. Seamos como seamos y hagamos lo que hagamos, algún día nos vamos a morir. Claro está que en la medida que cuidemos mejor nuestro cuerpo las probabilidades de prolongar algunos años la existencia aumentan, pero nadie tiene esa garantía como nadie tiene comprada la vida.
Perdemos amigos por negocios, nos alejamos de la familia por desacuerdos materiales, nos amargamos el alma acumulando rencores generados por el éxito ajeno. Bien decía Platón que “de todos los desórdenes del alma, la envidia es el único inconfesable”.
El estilo divertido y auténtico del Filósofo de Güémez para abordar temas trascendentales es muy didáctico. Con frases cortas que parecen absurdas, ideas sencillas que aparentan estar encontradas, se invita a la reflexión sobre el actuar del ser humano y sus principales contradicciones.
Estamos a tiempo de tomar el control de nuestras vidas, a bajarle la velocidad. Darle prioridad a lo importante sobre lo urgente, a retomar nuestros proyectos olvidados. Más acciones que nos den felicidad, aunque no nos den tanto dinero. Más viendo hacia delante que mirando hacia atrás. Más actitudes que conduzcan a la armonía y menos a la discordia.