Fernando Alberto García Cuevas.
El pasado miércoles recibí un sobre amarillo que contenía dos hojas arrugadas mal dobladas. Extendí las hojuelas. Era una carta manuscrita con tinta azul. En los rasgos de la cursiva se podía fácilmente apreciar el esfuerzo de la mano que la escribió.
Palabras con líneas entrecortadas, quizá con miedo. Algunas escritas con mano firme y otras titubeantes, temblorosas al fin, estas últimas, tal vez, causadas por alguna dolencia neurológica, o peor aún, por síntomas de intensos dolores del alma.
Ninguna fragancia placentera impregnaba la misiva.
Ninguna pizca de esperanza, percibí. Mas bien estaba, mas seca que una hoja caída al final del ventoso otoño. Con detenimiento, curiosidad y respeto, comencé a leer el contenido de la carta manchada por un par de gotas de grasa impregnada. La comparto con ustedes, para quien quiera leerla, y comprender la esencia de su contenido y provocar en usted, la conciencia activa que requerimos.
Soy María José, mi esposo falleció hace poco, en 2020 por causas del covid. Atendimos la recomendación oficial de dejarlo en casa, no tuvo atención médica y aquí murió.
El dolor, la tristeza y el miedo nos atrapó. Para entonces el sueldo de mi esposo se fue haciendo cada vez mas chico. Trabajé en una fábrica como costurera para apoyar a nuestros hijos, hasta que se cerró el taller. De nuestros hijos, el mas chico, lo dejábamos en la guardería de la colonia, mientras yo trabajaba, y el otro, más grande, lo mandábamos a la escuela de tiempo completo, que también se acabo.
Nuestra impotencia y soledad se convirtió en abandono, que es peor que estar sola, porque sentirte abandonada, es que no le importas a nadie, no existes, no vales nada.
Comencé a vender tacos fritos, con tanta inflación, ya no me alcanzó para el aceite ni para la crema. Estoy desesperada. Me siento impotente, como en un callejón sin salida,
creo que estoy enferma de depresión, ya ni seguro popular tenemos. Ya no se ni a donde ir.
Salí temprano, a buscar algo para mis hijos. En la tele de una lonchería salió el presidente diciendo que primero los pobres. Yo pensé, en que lugar estaré de la lista.
Siento que ya perdí todo, ahora solo le vengo a pedir a usted una ayuda, quiero un trabajo, no quiero limosna. Lo último que me queda es la fe de que mis hijos viva seguros y con dignidad.
Regrese a la casa sin nada, mi hijo el mayor se salió.
Esta noche caí rendida de hambre y cansada por el sufrimiento de mis hijos.
Ya perdí todo, solo me queda la esperanza, quiero un trabajo, quiero un trabajo.
Cuando desperté me di cuenta que mi esperanza esta vez, amaneció muerta.
Voy a dejar mi carta en la lonchería, a ver si alguien la ve.
Querido lector, me llegó la carta atreves de un amigo, quién la leyó antes que yo.
Me dijo haberla encontrado, que sacudió su indiferencia.
Me la compartió. No se quién sea María José, lo lamento mucho, tampoco se donde vive.
Apenas leí el mensaje, detonó en mi corazón una mezcla intensa de emociones, tocando las fibras de mi humanidad relegada por la indiferencia.
Ahora que voy por la calle, pongo más atención, veo en los rostros de la gente, la imagen de María José y escuchó solidariamente los latidos de sus corazones afligidos, que me impulsan a generar conciencia activa y contribuir de alguna manera, a reducir el sufrimiento silencioso de millones de familias. Amor y gratitud es igual a inmunidad y que la mejor manera de vivir con gratitud, es expresando en los hechos, compasión y solidaridad humana.