Top Gun: Maverick es definitivamente la mejor secuela posible de la película dirigida por Tony Scott, una obra que hasta el día de hoy sigue exudando un hedor panfletario de los tiempos de la guerra fría y el narcisismo propio de la era Reagan en Estados Unidos.
Pero aunque esta nueva película indudablemente se acerca a jugar en el mismo terreno, cortesía de la propia colaboración del Ejército, quienes de seguro apuntaron a apoyar a un nuevo producto que sirva para elevar los números de reclutamiento, Top Gun: Maverick es mucho más que un panfleto o un mero revival nostálgico. Y eso es algo que se establece tanto por la soberbia y majestuosa ejecución de su acción, como por el propio tratamiento de un legado que se ve enfrentado al inexorable paso del tiempo.
Aquello último es clave para que esta película funcione tan bien como termina resultando, ya que su historia se eleva inclusive por sobre las más altas de las expectativas al entender no solo lo que está en juego, a más de 35 años de los tiempos de gloria de Maverick, sino que también a la hora de reexaminar a su personaje principal: Pete Mitchell. Maverick.
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Y para abrazar lo anterior hay que tener en claro que al centro está un súper hombre que ya no tiene símil. Alguien que sin duda es el último de su estirpe. Un dinosaurio destinado al olvido, pero que enfrenta la extinción negándose a torcer sus ideales, su talento y la convicción de que un humano puede superar a una máquina o a la más avanzada de las tecnologías.
Al mismo tiempo, los realizadores establecen un énfasis no menor en el nudo dramático que confronta a un as de los cielos que es este remanente de una época que ya no existe y, décadas después, sigue marcado por la imposibilidad de dejar atrás la muerte de su mejor amigo.
Toda esa base sirve de plataforma para dar rienda suelta a un espectáculo de acción al más alto nivel, una verdadera explosión visual de maniobras imposibles, proezas inconcebibles para el ojo e inclusive el propio talento de Tom Cruise para crear una experiencia cinematográfica que convoca a verse en la pantalla más grande posible.
En cuanto a la historia, la secuela presenta a un Maverick que sigue desafiando las órdenes y la fuerza de gravedad, trabajando como un piloto de pruebas de un avión de combate de la más alta tecnología. Pero cuando la iniciativa es amenazada con ser cerrada, ya que los líderes militares esperan destinar los fondos a proyectos de desarrollo con drones, el talentoso piloto desafía otra vez las órdenes, logra superar las barreras y termina nuevamente al borde de una nueva sanción. Las mismas que han marcado a su carrera, la cual sigue estancada en un rango militar que prefiere mantener para seguir surcando los cielos.
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Solo su viejo amigo Iceman, que ahora es almirante, logra salvarlo de una baja deshonrosa al enviarlo de regreso a la academia Top Gun. Ahí su labor será entrenar a un grupo de jóvenes pilotos que estarán al servicio de una misión secreta, que involucra el ataque a una base que está siendo creada en una zona montañosa por una nación que está enriqueciendo uranio y amenaza a la estabilidad de los aliados de Estados Unidos.
En el medio de todo eso, Maverick tiene problemas para que su método de enseñanza sea entendido por sus superiores, se ve enfrentado a un viejo amor con el que nunca logró estabilidad y, por sobre todas las cosas, debe confrontar el resentimiento que le tiene uno de los jóvenes pilotos: el hijo de su viejo amigo Goose, cuya carrera fue afectada por la sobreprotección que alguna vez tuvo Maverick en el pasado. Todo lo anterior se entrelaza con múltiples guiños al pasado y secuencias que llegan a crear un diálogo con la película de 1986 de una forma realmente sorprendente tanto en diálogos como en acciones frente a la cámara.
A la larga, indudablemente hay que volver a los grandes momentos visuales que elevan el pulso de la emoción de esta película. De hecho, lo más determinante de la verdadera magia visual de Top Gun: Maverick radica en que realmente logra desencajar mandíbulas al poner en pantalla increíbles secuencias realizadas dentro y fuera de esos jets de combate que son tan protagonistas como la colección de humanos de cuerpos esbeltos que se ponen al servicio de la batalla.
Tan increíbles son las secuencias de acción, que inclusive los momentos de mero entrenamiento se convierten en instancias que paralizan la respiración de puro asombro. No puedo sino recalcar que en más de un momento queda en evidencia que en su despliegue no hubo solo pantallas verdes y realmente instalaron a los actores al interior de las cabinas de combate. Y me encantaría ser Goro para aplaudir a cuatro manos ese factor que eleva a esta película por sobre a los espectáculos plenamente digitales que hoy por hoy dominan a las salas.
Pero también es relevante de destacar que, aunque aquí se transmite la velocidad y la destreza de la mano del trabajo encabezado por el director Joseph Kosinski (Oblivion, Tron: Legacy), generando un espectáculo visual del más alto calibre, no puedo sino destacar que cada pieza de la maquinaría de Top Gun: Maverick termina funcionando y eso incluye a su historia, la relación entre los personajes e inclusive los factores emocionales que están en juego. Y considerando que esos eran justamente los puntos bajos de la película de 1986, solo puedo terminar planteando que esta película vuela aún más alto que el original.