Sacerdote Daniel Valdez García
Hermano y hermana!
Hoy termina la Octava de Pascua, es el segundo domingo de ésta y celebramos la fiesta de la Divina Misericordia. No quiero suponer nada, así que si lo sabes, reafirma; y sino pues ignora menos.
Voy a comenzar con una pregunta ¿QUÉ ES LA DIVINA MISERICORDIA? Respondo: no es un mensaje nuevo. Es más, no hay misterio de Dios que no tenga que ver con sus excesivas misericordias, eso se dice en el Antiguo Testamento, en el original hebreo, “Rahamim”, literal sería: “Raj, útero, entrañas; y Min, amor”. Se traduce en plural y significa que “sus misericordias no tienen fin”; es así como Dios se dio a conocer a Agar la esclava de Sara esposa de Abraham (Génesis 16, 18-21), y así lo dice Jeremías en su libro de las Lamentaciones (3, 22-23).
Por otro lado, la devoción a la Divina Misericordia asume un nuevo enfoque poderoso, ya que nos llama a una comprensión más profunda de que el amor de Dios no tiene límites y que está disponible a todos, especialmente al pecador más grande: Cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi Misericordia, dice en su “Diario, 723”, santa Faustina. Las conclusiones son muy sencillas: Es un mensaje que siempre puedes tener presente sencillamente al acordarte de la letra “S”, como el “Señor”: SOLICITE MISERICORDIA, SEA MISERICORDIOSO, SIN CESAR CONFÍE COMPLETAMENTE EN ÉL. Lo cual es totalmente congruente con el mandato de Jesús: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lucas 6, 27-36).
Las lecturas de la liturgia de hoy son una invitación a vivir bien la vida, es decir ser constructores de la paz y ser misericordiosos. Con lectura del pasaje del libro de los Hechos de los apóstoles sigo dejando la moneda en el aire: ¿Por qué con Pedro bastó un sermón para convertir a miles de personas, y hoy, ni con mil sermones logramos convertir a menos personas?; con la lectura del pasaje del libro del Apocalipsis de San Juan, que nos acompañará todo el tiempo de la Pascua en la segunda lectura, tenemos la respuesta: “Anunciar la victoria definitiva de Jesús sobre el mal y la muerte”. Y como la Palabra de Dios es un banquete que se sirve en la “Mesa de la Palabra” antes del banquete eucarístico, el pasaje del evangelio tomado del apóstol y evangelista san Juan nos desafía a vivir la reconciliación, en comunidad y en la paz haciéndonos mensajeros de que el crucificado ha resucitado y nos envía viviendo bien la vida confiando en la Palabra de Jesús que vive y que quiere que vivíamos.
El mejor ejemplo de esto lo tenemos en el Papa san Juan Pablo II que en el Gran Jubileo del año 2000 instituyó el Segundo Domingo de Pascua como el DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA, lo cual no debe ser un solo día, sino un día para todo el año y para toda la vida. Concluyo citando las palabras del Papa en su encíclica “Rico en Misericordia” (Dives in Misericordia): “En su resurrección Cristo ha revelado al Dios misericordioso, precisamente porque ha aceptado la cruz como vía hacia la resurrección. Por esto -cuando recordamos la cruz de Cristo, su pasión y su muerte- nuestra fe y nuestra esperanza se centran en el Resucitado”.
Felices Pascuas de resurrección al final de esta Octava de Pascua, Domingo de la Misericordia Divina.
Amén, amén, Santísima Trinidad.