Aunque sólo uno por cada cien de los diez billones de planetas posea vida en la actualidad, habría más de cien millones de tales planetas. Es de vanidosos pensar que estamos solos.
Harlow Shapley, astrónomo norteamericano (1885-1972).
Si estamos solos en el universo, seguro sería una terrible pérdida de espacio.
Carl Sagan.
Mucho se ha avanzado desde que en 1609 Galileo Galilei contara en una carta a su cuñado algunos rumores de un invento surgido en Flandes (una región de Bélgica) llamado catalejo, el cual permitía divisar objetos ubicados a grandes distancias. Impulsado por la curiosidad, Galileo logró proveerse de los materiales necesarios y construyó su propio catalejo, mejorando la versión original. La mejora fue tan buena que el propio senado Veneciano lo mandó llamar para que mostrara ese invento suyo que ya daba de qué hablar entre la sociedad. Los miembros del senado quedaron tan asombrados de poder divisar barcos que tardarían cerca de dos horas en poder observarse a simple vista que le otorgaron, de por vida, una cátedra en la Universidad de Padua. Ambicioso por conocer más sobre lo que se hallaba más allá de los cielos, se las ingenió para construir un telescopio, llegando a descubrir objetos celestiales tan lejanos como algunas lunas de Júpiter, por ejemplo.
Poco más de 400 años después de aquella carta de Galileo, el pasado 30 de marzo la NASA anunció un nuevo récord del telescopio espacial Hubble: “detectar la luz de una estrella que existió en los primeros mil millones de años después del nacimiento del universo en el Big Bang, lo que la convierte en la estrella individual más lejana jamás vista hasta la fecha.” El Hubble, puesto en órbita un 24 de abril de 1990 y después de 5 misiones de servicio en las que se han reparado algunos detalles, así como realizado algunas labores de mantenimiento y adición de nuevos instrumentos, continúa ofreciéndonos una ventana al pasado del Universo como ningún instrumento óptico en la historia de la humanidad.
En el comunicado de prensa de la NASA se detalla que “La estrella recién detectada está tan lejos que su luz ha tardado 12,900 millones de años en llegar a la Tierra, y se nos aparece como cuando el universo tenía solo el 7 por ciento de su edad actual […]”. Ahora bien, el tiempo que ha tardado la luz en llegar hasta nosotros no implica que la estrella—bautizada con el nombre de Earendel, “estrella de la mañana” en inglés antiguo—esté efectivamente a 12,900 millones de años luz. De acuerdo con la observación de un astrofísico, como nuestro Universo está en expansión (es decir, no está estático) el tiempo que tarda la luz en llegar hasta este rincón de la Galaxia no revela la distancia real de la estrella Earendel. Así, para compensar la expansión del Universo se aplica un factor de escala que, para el caso de Earendel, conduce finalmente a una distancia real en años luz de 27,760 millones. Ponderen un momento este número.
Brian Welch, uno de los astrónomos que forma parte del equipo que publicó el descubrimiento sobre Earendel menciona que “Earendel existió hace tanto tiempo que es posible que no haya tenido todas las mismas materias primas que las estrellas que nos rodean hoy en día.” Por lo tanto, “Estudiar Earendel será una ventana a una era del universo con la que no estamos familiarizados, pero que condujo a todo lo que conocemos.”
Cuando la esperanza de vida media de las personas en el planeta Tierra es de 73 años aproximadamente, al leer las cifras anteriores del orden de miles de millones de años luz, uno sufre de una especie de vértigo mental que pone nuestra existencia como humanidad en cierta perspectiva. Por ejemplo, se ha estimado que la edad del planeta Tierra es de 4,540 millones de años, aproximadamente. Es decir, la Tierra no existía cuando los rayos de luz comenzaron a viajar por el espacio, y pasarían muchísimos millones de años después para que seres inteligentes comenzaran a poblar la Tierra. De hecho, Carl Sagan desarrolló el concepto del Calendario Cósmico para poner un poco en perspectiva tales magnitudes de tiempo. Así, los primeros momentos del 1 de enero constituyeron el Big Bang, el nacimiento del Universo, y el 31 de diciembre era la fecha actual de cuando lo propuso. En este marco de referencia temporal propuesto por Sagan, la Tierra se forma un 14 de septiembre, mientras que los primeros primates hacen su aparición el 29 de diciembre, y en los últimos segundos del 31 de diciembre se concentra toda la historia humana hasta nuestros días: así de joven es nuestra especie.
Los números astronómicos asociados a la noticia de Earendel sirven nuevamente de pretexto para reflexionar sobre la existencia de vida inteligente en otros rincones del Universo. Por ejemplo, la ecuación de Drake propuesta en 1961 “estima” la cantidad de civilizaciones en nuestra galaxia (denotada por “N”) que podrían haber avanzado lo suficiente como para desarrollar una tecnología para “escuchar” nuestras emisiones de radio.
El número de civilizaciones que pueden llegar a obtenerse varían ampliamente. En aquel año de 1961, Frank Drake y colaboradores llegaron a un consenso en los valores de los parámetros, obteniendo un valor mínimo de N=20 y un máximo de N=50’000,000. Por supuesto, aunque desde entonces se han realizado mejoras en las estimaciones para cada uno de los parámetros, la gran incertidumbre que los rodea es el principal talón de Aquiles a la ecuación. Si bien la ecuación de Drake no puede considerarse rigurosa desde el punto de vista científico, creo que ayudó a poner seriamente sobre la mesa de discusión la pregunta que muchos nos hemos hecho alguna vez: ¿Estamos solos en el Universo?
La pregunta anterior también se la había hecho diez años antes (1950) el físico Enrico Fermi mientras charlaba con algunos colegas, y uno de ellos sacó el tema de los platillos voladores. Fermi reflexionó brevemente sobre el asunto. Si había civilizaciones extraterrestres lo suficientemente avanzadas tecnológicamente como para realizar viajes interestelares, entonces, ¿dónde estaban? ¿Por qué no hay más evidencia de ellas? A esta aparente contradicción se le conoce como paradoja de Fermi. Y una de las tantas preguntas que se desprende de la paradoja de Fermi es que no queda claro si la paradoja se debe a que las civilizaciones extraterrestres simplemente están ausentes o han preferido no revelarse.
En un interesante artículo titulado “Si los alienígenas existen, así es como los hallaremos”, el astrónomo Martin Rees y el astrofísico Mario Livio reflexionan avanzan algunas conjeturas sobre la existencia de vida inteligente en otros planetas, y concluyen con estos puntos: 1) Es probable que la vida inteligente no sea orgánica o biológica; 2) La vida inteligente no permanecerá en la superficie del planeta donde surgió y evolucionó su precursor biológico. 3) No seremos capaces de sondear las intenciones de tales formas de vida.
Creo que ser capaces de realizar viajes interestelares no sólo demandará otra forma de ver y comprender las leyes que gobiernan el Universo (los combustibles químicos no nos van a llevar a otras galaxias), sino también nos obligará a modificarnos (¿genéticamente?) para seguir explorando el espacio exterior cada vez más lejos, por ejemplo, minimizando los efectos adversos de la radiación en el espacio exterior, o soportar largos periodos de hibernación, entre otros obstáculos a vencer. Y el primero de ellos es, quizás, vencer nuestra manía de exterminarnos entre nosotros mismos.