Red Pública-21 de marzo. Primera parte

 

Edgar Mereles Ortíz.

 

Dedicado a Sergio Octavio, Tania Chávez, José Bárcenas, Clementina Olguin, José Refugio, Margarita Ortíz, René Muñoz, Víctor Manzanilla, Tomás Martínez…

“Todos de alguna manera morimos, perdimos, nos ausentamos.”

Hermenegildo García.

 

El 21 de marzo del año 2020, las autoridades federales anunciaban el decreto de emergencia por pandemia en México. Fue el inicio de un encierro de cuarenta días que se prolongo por meses y termino en casi dos años. La pandemia nos transformó, no somos los mismos antes y después de ella. Nuestros hábitos cambiaron, nuevas formas de convivencia se innovaron y se quedaron en la vida cotidiana del mundo.

El contagio se propagó con tal rapidez que muchos fueron sorprendidos, las medidas de seguridad sanitarias eran una forma de comunicar que este virus si es un riesgo real a la vida de las personas. Hubo gobiernos responsables y de reflejos inmediatos, otros apelaron al prudencia y a observar el desarrollo de los acontecimientos para tomar decisiones, y también, los que de plano menospreciaron lo sucedido y actuaron en consecuencia: irresponsablemente.

El fenómeno mundial desarrolló riesgos y pérdidas económicas en todos los niveles, desde los globales hasta los domésticos. La cadena de restaurantes y la dueña de la fonda vivieron la necesidad de cerrar cortinas, despedir empleados y administrar la precariedad. Las cadenas de consumo se vieron seriamente afectadas, a tal grado de que existen insumos que siguen siendo una dificultad para poder proveer con la regularidad prepandémica. Cuando recorremos las calles de nuestra vida laboral vemos que ya no existe la tienda, la panadería, la tintorería, el baño publico que antes funcionaban con normalidad. No soportaron la crisis económica ni recibieron el apoyo del gobierno.

Las formas de convivencia se transformaron de manera vertiginosa: el puño, que antes simbolizaba poder, fuerza, lucha, enojo, violencia se convirtió en el saludo, la cortesía, la identidad y el sentido de pertenencia entre todos. Un puño es ahora un saludo o despedida, es el significado de reconocimiento, de saber que estás aquí y ahora, de que nos mantenemos vivos. En cambio, la palma de la mano que era el mensaje de la franqueza, la amistad, el saludo mundialmente reconocido se convirtió en la amenaza de contagio, en el acercamiento indeseable, en la falta de atención a las normas para evitar enfermarse, incluso, hasta en irresponsabilidad inconsciente.

De repente todos eran, fuimos, somos una amenaza de contagio. Había personas que con discreción, amabilidad y respeto que aplicaban la distancia que evita o reduce el contagio; otras menos pacientes o con más miedo de plano exigían con carácter, firmeza hasta con altanería el respeto a la distancia, a la lejanía, a la sobrevivencia. Difícil era ver a mas de tres personas juntas en la calle, un espacio público abierto o cerrado. Los supermercados aplicaron la regla de que solo una persona por familia podía ingresar a sus instalaciones, la individualidad tomó signos de salvación, sí, era mejor sólo, que ir acompañado. Cuando uno regresaba a la casa tirábamos el cubrebocas, nos aplicábamos gel en todo el cuerpo, pasamos nuestro calzado por jergas con cloro, nos quitábamos el calzado, íbamos al sanitario y nos lavábamos las manos y la cara, nos quitábamos la ropa que usamos en las compras y nos poníamos la ropa para andar por la casa, dejábamos los artículos en una mesita a la entrada del hogar y con un aerosol rociábamos todos y cada uno de los artículos, de alcohol. Todo para sobrevivir.

Los medios de comunicación nos enteraban del confinamiento en los países de Europa, las noches de aplausos para el personal de limpieza, enfermeros, médicos de los hospitales. Fuimos testigos de las pilas de cadáveres en ciudades que eran los prototipos de la modernidad, la moda, el futuro, la vida de lujos, luces, tecnología, abundancia y prosperidad. Todas las noches nos enteramos de cómo el número de contagiados y fallecidos iba en aumento; números ascendentes imparables que parecían interminables. Hasta que un día, con todas las medidas sanitarias en nuestros hogares, nos convertimos en esos números de contagio y de muerte. La muerte llegó a nuestros hogares, hizo su visita y se llevó la vida de un padre, hijo, hermano, madre, sobrina, abuela, vecino, compañera de trabajo, conocido.

Pasamos el luto más estúpido e irracional que pudimos haber vivido como seres humanos. Nuestros familiares se fueron al hospital y jamás volvieron. No hubo velorios, no hubo rosarios, no hubo abrazos de consuelo, no hubo palabras de pésame. Del hospital a la morgue y de ahí al incinerador. No podíamos racionalizar que un cuerpo, una vida que ayer era una persona de ideas, palabras, inteligencia, emociones, sentimientos y sentidos se convirtiera en un puñado de cenizas sin razón. No, eso no es aceptable, yo quería a mis muertos en su ataúd, hacerles su velorio, enterrarlos o cremarlos, despedirlos con el honor que se merecen, llevarles flores, orar por ellos, llorarles y mencionarlos por su legado, su paso en nuestras vidas. La estúpida pandemia todo eso también me quitó

El 21 de marzo del 2020, unos empezamos a morir y otros sobrevivieron.

Del Departamento de Estampado de la Fábrica de Santa Rosa:

Hoy abrieron nuevas pistas de despeje y aterrizaje en la Base Aérea de Santa Lucia. El aeropuerto ya existía, era de uso exclusivamente militar, de la Fuerza Aérea Mexicana. El gobierno federal ávido de noticias buenas y, su fascista movimiento de la cuatroteología, lo presenta como la gran obra de modernización. Dos sucesos opacaron la fiesta militarista de estos tiempos: el pleito entre Scherer, Gertz y Sánchez. Por donde se le vea es una colección de suciedad, pobreza e inmundicia humana. La revista “Proceso” ha reventado la bola de pus que se alimenta desde palacio nacional. La otra abolladura proviene del periódico “Reforma” donde dan cuenta de la estela de corrupción en la construcción de lo que dicen que es y no es: el aeropuerto Felipe Ángeles.

Ciudad de México a 21 de marzo del 2022.