No hay nada más peligroso de contemplar que la Tercera Guerra Mundial.
Norbert Wiener, Cibernética: o el control y comunicación en animales y máquinas
La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios.
Karl von Clausewitz, De la guerra.
Apenas pasados treinta minutos del lunes 26 de septiembre de 1983—en plena guerra fría—las alarmas comenzaron a sonar. En medio de las sirenas y luces de alarma, la pantalla de las computadoras del Sistema de Alerta Inmediata de Misiles Balísticos Soviéticos mostraba cinco misiles nucleares en pleno vuelo hacia la Unión Soviética. El encargado esa noche de los sistemas era Stanislav Petrov. A partir de ese momento, cada destello en el radar indicando la posición de los misiles nucleares era de vital importancia. En cuestión de segundos, tenía que tomar una decisión: responder el ataque— también con misiles nucleares—o no. Su entrenamiento dictaba que debía responder el ataque apretando tan sólo un botón después de confirmar el ataque con sus superiores. Una vez activado, una cascada de secuencias programadas tomaría el control a partir de allí para lanzar los misiles nucleares; más allá de ese punto, el sistema estaba diseñado para no permitir la intervención humana. No habría fuerza humana capaz de detener el contraataque nuclear.
Antes de apretar ese botón, Petrov tenía que estar seguro, analizar la situación, no sólo fiarse ciegamente de lo que mostraba la computadora. Petrov revisó las alarmas del sistema y, tanto él como sus operadores, llegaron a la conclusión de que se trataba de un ataque real. ¿Por qué Petrov no confirmó en ese momento un ataque entonces?
El análisis que realizó Petrov durante esos minutos de enorme tensión se basó más en su intuición. Algo no tenía sentido. ¿Por qué tan solo cinco misiles?, pensó. Eso no podría considerarse como un ataque global por parte de Estados Unidos, que poseía cientos de misiles nucleares. No creyó que la Tercera Guerra Mundial se desencadenara por tan solo cinco misiles nucleares. Así que decidió esperar. Según los cálculos, los cinco misiles deberían impactar la Unión Soviética en aproximadamente quince minutos. No imagino los pensamientos de todos los involucrados durante aquel cuarto de hora. Todas las miradas centradas en la pantalla de la computadora… ¿Y si se Petrov se había equivocado y las computadoras estaban en lo correcto?
Transcurridos los quince minutos, no sucedió nada. No se reportó ninguna explosión nuclear en terreno de la Unión Soviética. Efectivamente, la red de satélites y computadoras habían enviado una falsa alarma. Así, Petrov confirmó a la cadena de comando su intuición: todo había sido una falsa alarma. Una falsa alarma que puso al mundo, durante algunos minutos, al borde la Tercera Guerra Mundial. Por su actuación en semejante situación de crisis, en 2004 la Fundación Ciudadanos del Mundo le otorgó su premio de Ciudadano del Mundo por haber evitado un desastre nuclear de proporciones mundiales.
Puede pensarse que la historia de Petrov fue un incidente aislado. La realidad es que ese tipo de situaciones límite donde la tecnología (aderezada con uno que otro error humano) ha terminado desencadenando falsas alarmas de ataques nucleares habían sucedido en al menos tres ocasiones previo al incidente de Petrov.
Al momento de escribir esta columna han pasado diecinueve días desde que comenzó la guerra de Rusia contra Ucrania. La crisis internacional derivada de esta guerra en Europa ha desencadenado nuevamente el temor de que Rusia hago uso de armas nucleares, aunque este temor parece infundado. La estrategia subyacente en el uso de armas nucleares se le ha llamado destrucción mutua asegurada: en caso de una guerra nuclear, tanto el atacante como el atacado no vivirían (o quedarían muy mermados) para reclamar botines o siquiera firmar armisticios. De hecho, no es un accidente que las siglas en inglés para designar esta estrategia—Mutually Assured Destruction o MAD— signifique “loco” en español.
Pero, aun así, ¿podemos estar seguro de que dicha estrategia mantendrá a raya las ambiciones desmedidas de un estado o nación? Un estimado en 2021 indica que existen aproximadamente 13,080 misiles nucleares repartidos entre ocho países. Más del 90 % de estos misiles se encuentran en posesión de Estados Unidos y Rusia (5,550 y 6,257, respectivamente). Cuando Ucrania se independizó de la Unión Soviética en 1991, ésta contaba con el tercer arsenal nuclear más grande en el mundo. Sin embargo, en 1996 devolvió todo su armamento nuclear a Rusia a cambio de ayuda económica y protección. Hoy, ante la escalada militar, es imposible no pensar si la historia no hubiera sido distinta si Ucrania hubiera tenido misiles nucleares todavía en su poder.
Esta asimetría en el poder de destrucción masiva me recuerda algunas de las lecciones aprendidas de primera mano durante la crisis de los misiles en Cuba y Vietnam del que fuera el secretario de la defensa durante la administración de John F. Kennedy y posteriormente, tras su asesinato, de Lyndon B. Johnson: Robert S. McNamara.
En el documental Niebla de Guerra (Fog of War), el director Errol Morris destila once lecciones que le dan estructura a la conversación con McNamara. La lección número 2 indica: “La racionalidad por sí sola no nos salvará”. McNamara declara que fue suerte (aunque con un poco de empatía; ponerse en los zapatos del “enemigo”) lo que impidió una guerra nuclear durante la crisis de los misiles en Cuba. Todos los involucrados en la toma de decisiones (Castro, Kennedy, Khrushchev) eran personas racionales y plenamente conscientes del grado de destrucción en sus manos y, sin embargo, al parecer no tenían duda en apretar el “botón rojo” de las armas nucleares.
La lección número 5 establece que “la proporcionalidad debe ser una pauta en la guerra”. En la experiencia de McNamara durante la Segunda Guerra Mundial, las principales ciudades de Japón se encontraban con porcentajes de destrucción por arriba del 40 % debido a que gran parte de las viviendas estaban hechas de madera, por lo que los bombardeos maximizaban el grado de destrucción. En otras palabras, no había necesidad de emplear una bomba nuclear (mucho menos dos) contra Japón. Y sin embargo se hizo. ¿La proporcionalidad se respetará en el actual conflicto entre Rusia y Ucrania? Hace unas semanas se especulaba sobre el uso por parte de Rusia de bombas termobáricas (o bombas de vacío), las cuales están prohibidas por la Convención de Ginebra. Aún así, tanto Rusia como Ucrania no firmaron el tratado contra la fabricación y uso de este tipo de armas, a pesar de que ambos países cuentan con esta arma.
Otra de las afirmaciones de McNamara se refiere al uso de las sanciones económicas, las cuales, a su parecer, rara vez funcionan. En retrospectiva (el documental se estrenó en 2003) este punto quizá resulte erróneo en la actual guerra de Rusia contra Ucrania. Vivimos en un mundo sumamente interconectado no sólo a nivel digital sino de relaciones comerciales: todos los países requieren o compran algo de otros países, y Rusia quizá no tenga la capacidad para sostener su economía interna. Más aún, esta guerra ha desatado una “Rusofobia” en áreas que superan las sanciones comerciales como el mundo cultural.
Dado que las negociaciones para un cese al fuego definitivo no parece que vayan a conducir a un acuerdo favorable para ambas partes, parece que estamos en una carrera entre la estrategia directa de las armas y la erosión económica que podría hacer crecer el descontento interno en Rusia, creando un segundo frente, pero esta vez en casa.
En cualquier caso, las palabras del expresidente Barack Obama al recibir el premio Nobel de la Paz en 2009 resuenan con claridad: “En las guerras de hoy, mueren muchos más civiles que soldados, se siembran las semillas del conflicto futuro, las economías son destrozadas, las sociedades civiles se quiebran, aumenta la cantidad de refugiados y a los niños les quedan cicatrices”.