Por: Fernando Alberto García Cuevas.
La sociedad esta inmersa en una burbuja de información.
Todo lo que ocurre en cualquier momento y lugar del mundo, es identificado y trasmitido, por quienes se ocupan y controlan los medios de información.
Las sociedades de las distintas naciones en cuanto a su origen étnico y cultural, geográfico, político y económico, son infinitamente diversas.
Aún cuanto tenemos las mismas necesidades físicas y ontológicas, como seres humanos que somos, las posibilidades de subsistencia entre unos y otros son diametralmente distintas.
Desde los tiempos más remotos en la historia de la humanidad, los habitantes de las diferentes regiones, aprendieron a comunicarse de distintas maneras, que, a su vez, fueron evolucionando desde el lenguaje de las señas, sonidos guturales, palabras, dialectos, lenguas, idiomas etc. pasando por la escritura en tablillas de arcilla y rollos de papiro, hasta el papel y la imprenta, que dio paso a la impresión de los primeros libros antiguos de singular belleza conocidos como incunables.
La comunicación es inherente a la naturaleza humana. Atentar contra la libertad de expresión, es tanto como profanar la vida.
Con el paso del tiempo la comunicación humana siguió evolucionando.
Se logró acortar las distancias para enviar mensajes, pasando de las caravanas en la antigüedad, a los mensajeros de a pie como los heraldos en américa o los sherpas en los Himalaya.
La inteligencia humana desarrolló el telégrafo, el correo postal, el teléfono, el sonido del cuerno en Suramérica, la instalación de cables submarinos, que dieron paso a la comunicación intercontinental y espacial.
Orbitando alrededor de la Tierra apareció en el escenario el desarrollo de satélites espaciales, ampliando así el potencial humano para su conversación.
En el mundo de las telecomunicaciones nació el término el ciberespacio, para definir la operación tecnológica que permite la comunicación instantánea desde cual cualquier punto geográfico del planeta.
Me siento orgulloso de ser humano, de ser testigo y beneficiario generacionalmente de la inmensa, asombrosa imaginación y talento de hombres y mujeres científicos, tecnológicos y emprendedores, quienes, sobre los hombros de gigantes de todos los tiempos, siguen diseñando y creando las mejores herramientas al servicio de la humanidad, en plena Era del Conocimiento. Sobre ellos mismos vendrá las nuevas generaciones, que descubrirán y desarrollarán nuevos universos del conocimiento en favor de nuestra propia evolución.
Ciertamente como escribí al principio de esta nota, vivimos inmersos en una burbuja de información, que al igual que la matriz materna donde se co-crea la vida humana,
en esa burbuja de información, es el lugar donde nos nutrimos de realidad.
Hoy en pleno año 2022 del Tercer Milenio, no necesitamos de un extraordinario Marco Polo que nos cuente sobre los descubrimientos y costumbres de los chinos, tampoco de un Ibn Battuta, su contemporáneo, joven explorador marroquí, que recorrió medio Oriente, África, India, entre otros lugares, para aportarnos maravillados sus descubrimientos.
En nuestros tiempos tenemos muchos exploradores contemporáneos que nos comparten sus viajes y experiencias, incluso en tiempo real, atreves de plataformas digitales como YouTube. Quienes aspiran conocer, que es lo hay fuera de la realidad limitada que tenemos dentro de nuestra pecera, lo podemos investigar y descubrir en los libros, en Google o en la maravillosa Wikipedia, así como en muchas otras fuentes de información.
En nuestros tiempos, el concepto de realidad se amplia a otros horizontes.
Desde la realidad que esta al alcance de nuestros sentidos, hasta la que se conoce como realidad virtual o aumentada, incluso aquellas realidades que son creadas mediante la ficción mostrando igual mundos ideales o distópicos indeseables.
La comunicación es tan poderosa y versátil que une y a su vez divide. Orienta y manipula, informa y desinforma, construye, pero también destruye.
La comunicación no solo es verdad, también mentira. Así nació entre estudiosos el concepto de posverdad, que no es otra cosa que la manipulación política de la realidad, que elabora y calcula la distorsión de los hechos, para encubrir una intención mediante la confusión y el engaño.
Es frecuente observar que, en política o en el comercio, la comunicación se utiliza, para comunicar lo que se quiere, lo que necesita, para que la gente se comporte y dirija sus pasos, a donde el interés marca. En este sentido, la verdad importa menos, que la intención que mueve la estrategia de comunicación.
Lo que quiero advertir con esta reflexión, queridos lectores, si es que alguno se ocupa de leer mi columna, es que no confundan adaptación con conformismo, que no se resignen a vivir de cualquier modo. Considero vital ampliar fuentes de información para no ser presa fácil, de la manipulación gubernamental ni comercial. Por lo que resulta conveniente salir de la pecera individual para ejercer con mayor amplitud, la comprensión de la realidad en la que vivimos, para mirar más lejos el horizonte, conocer con claridad el detalle de los hechos, y en su caso, no conformándose con lo peor, por rendición, ante la fatalidad del destino.
Las verdades cotidianas no son la verdad, tampoco la realidad perfecta, siempre se requiere, de una interpretación bien informada para clarificar los datos y confirmar los criterios.
Un ciudadano informado, deberá asomarse al conocimiento y alejarse de la opción de vivir en un mundo de sombras proyectado por lideres de la manipulación, que no permiten que veas mas allá de tus propias narices, como Platón lo relata en su Metáfora de la Caverna.
A fin de cuentas, ejercer la libertad de expresión, es atreverse a vivir con plenitud la libertad individual. Desprenderse de los grilletes de la conciencia que enmudecen las palabras de quienes proclaman libertad y justicia. Alejarse de ser esclavo por voluntad propia. Dejar de vivir en las sombras de realidad proyectada por los que tienen poder. Tomar conciencia del valor de nuestra libertad de expresión, conveniente para todos quienes nos interesa, preservar y ensanchar nuestras libertades.