Réquiem

Los años no pasan en vano. La vejez lo cambia todo: nuestras reacciones, acciones y nuestras capacidades. Con la vejez, lentamente nos vamos apagando hasta que llega el ultimo día. Como las personas, las instituciones políticas también se avejentan, se van haciendo obsoletas, hasta ser irrelevantes.

Así vivirá el PRI su 93 aniversario. Un partido político que durante décadas se dio a la tarea de preservar la unidad del país y forjar instituciones, desde el poder absoluto hasta el compartido. Entretejió con éxito un aparato político capaz de representar lo diverso y ahí estaba la clave de su éxito: un partido con reglas no escritas que funcionaban desde un seccional hasta su comité ejecutivo.

En los últimos 30 años, la diversidad política comenzó a habitar en otros partidos y movimientos, y el PRI sentía que aun había posibilidades de encontrar una narrativa que lo hiciera competitivo y aunque no pudo volver a construir un eje político claro, electoralmente tenía representatividad y capacidades indudables. Pero hoy no. Hoy el PRI esta extraviado en alguna parte de su pasado, incapaz de construir una narrativa de futuro, alejado de sus causas y de sus bases.

Los clamores de unidad desde las cupulas desnudan el miedo a perder el poco poder que queda, y ahí, en espacios cerrados, se pretende que el viejo partido vuelva a la vida como si nada hubiera pasado.

Políticos priistas capaces de construir, luchan por encontrar espacios propios porque adentro no hay posibilidades de dialogar y encontrar una buena narrativa que ofrezca una verdadera alternativa a los ciudadanos.

En esta última etapa, claudicar se ha convertido en la manera de transitar de gobernadores y legisladores que prefieren rendirse que pelear como lo hacen los militantes. Desde los, seccionales se ve con asombro esa nueva manera de perder todos para que ganen unos cuantos, mientras que a las candidaturas siguen llegando los mismos con derecho de picaporte, que sin más, pierden pero caen siempre de pie.

Colosio tenía claro lo que pasaba e ilustró en sus discursos con toda claridad la difícil encrucijada del partido y los gobiernos emanados de él. No había nada peor que dejar de escuchar, no había nada peor que dejar de reconocer errores y nada peor que convertir a la política en un laboratorio de experimentos y al partido en un centro para obtener empleo.

Ese partido que vio Colosio, es el partido que desde entonces solo uso su discurso como un cómodo adorno, pero no como una hoja de ruta para cambiarlo todo. Por eso, hoy bien haría el PRI en enterrar al partido que ya acabó de vivir, y reconocer que en estos nuevos tiempos hay que crear opciones políticas que generen alternativas desde la pluralidad y diversidad: que nazca un partido inspirado en el futuro y los valores de los jóvenes que creen que hemos quedado mucho a deber al país, un partido que encuentre fuerza en la emoción política de sus militantes y tenga una identidad que contraste más allá de la polarización que vive México.

El PRI tiene que morir para que nazca desde allí una plataforma que enfrente, como lo hizo hace 100 años, el reto de construir una nación, de hacer política y de volver a mirar a los ojos, con propuestas en la mano, a los millones de mexicanos que siguen

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