Los recursos diplomáticos se le agotan a Occidente. La determinación rusa por mantener a Ucrania dentro de su esfera de influencia parece ser tajante y esto ha quedado bastante claro con el reciente reconocimiento por parte del Kremlin a las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, como repúblicas independientes. El despliegue de fuerzas rusas en la zona para garantizar la paz en los territorios afines a Rusia no manda buenas señales.
La escalada en la ofensiva rusa y su reconocimiento a las nuevas repúblicas ya generó las primeras sanciones de Occidente al círculo cercano de Putin y a algunas entidades financieras de Rusia. El bloque occidental se ha mostrado enérgico al respecto y tanto EE UU como la UE están moviendo todas las piezas del tablero económico para asfixiar a Rusia en caso de que el escenario más probable se haga realidad: la guerra.
Sin embargo, la respuesta del Kremlin ha sido tanto o más enérgica que la de EU y sus aliados puesto que no se muestra intimidado por las sanciones y tampoco da luces de que estas lo vayan a detener en su objetivo de salvaguardar sus intereses, más allá de la retórica occidental del bloqueo económico y de las violaciones a acuerdos internacionales y a los derechos humanos.
El gran problema ahora para Estados Unidos y Europa es que el Kremlin les lleva ventaja. Dadas las condiciones actuales del conflicto, en donde Rusia recibe apoyo por parte de aquellos ucranianos que se identifican más con el país de Putin y en donde el papel de EU a escala global es cada vez más ambiguo e intrascendente, me resulta difícil pensar que una posible solución a este asunto se dé en los términos que Occidente decida.
Sin temor a equivocarme, creo que este conflicto significará un punto de inflexión histórico en el papel hegemónico que ha tenido EU en los últimos 50 años en el mundo. El desgaste de la que por ahora sigue siendo la primera potencia del orbe es evidente. Hoy queda ya muy poco del nivel de influencia y de la poderosa retórica que dominaron el juego político global después de la Segunda Guerra Mundial.
Aquejado por sus problemas de índole doméstico, que no son menores, y aún sin recuperarse de lo que supuso el paso de Trump por la Casa Blanca, a Estados Unidos le está costando trabajo recuperar posiciones y asumirse de nuevo como el líder indiscutible de eso que ellos llaman “el mundo libre”.
Claro está que el mundo ha cambiado. La economía se ha reconfigurado y nuevos actores han entrado al juego.
Lo que Occidente, y en especial EU, quizá no ha entendido o se niega a aceptar, es que las piezas del tablero ya se han movido. Existen nuevos liderazgos que no van a bailar al ritmo que Estados Unidos y su aliados les dicten, sobre todo, porque ahora están en condiciones de permitirse ese lujo. La Unión Americana tendrá que aprender a negociar sin establecer ella sus propias condiciones y teniendo que ceder, le guste o no, espacios simbólicos y reales de poder.
El conflicto entre Rusia y Ucrania puede ser el primer ejemplo de la inminente caída del imperio, que dicho sea de paso, ya lleva tiempo.