Imperios de la mente— ¿El autismo como motor de la invención humana?

Autor: Dr. José Martín Méndez González

A veces son las personas de las que nadie puede imaginar nada las que hacen las cosas que nadie puede imaginar.

Alan Turing, El código enigma.

La semana pasada me topé con un tweet de Maye Musk (la mamá de Elon Musk) que compartió una persona que sigo en redes sociales. En el tweet se lee: “Encontré tu prueba de aptitud de informática de cuando tenías 17. Si recuerdo correctamente, ellos tuvieron que repetir la prueba porque nunca habían visto una puntuación tan alta. No es de extrañar que seas un ingeniero tan brillante.” El tweet viene acompañado de la prueba de aptitud de la Universidad de Pretoria, en Sudáfrica. El documento muestra que sus resultados fueron sobresalientes (outstanding, A+) en lo concerniente a programación y sistema operativo. Sin duda estas habilidades le resultaron más que útiles al desarrollar X.com, uno de los primeros bancos de internet que luego unió lazos comerciales con una empresa criptográfica con la que terminarían proyectando el producto hoy conocido como PayPal.

Las empresas que ha fundado desde que vendiera PayPal (Tesla, SpaceX, Neuralink, The Boring Company, por mencionar las más visibles en los medios y redes sociales) le han granjeado el apodo de Iron Man, multimillonario personaje de Marvel Comics que debe su fortuna a la comercialización de sus desarrollos científicos. Es esta una figura con la que el propio Elon Musk (al parecer) se siente más que identificado, como lo atestigua su cameo en la película Iron Man 2, además de utilizar las instalaciones de la fábrica SpaceX para el rodaje de la película. Dada la envergadura de los proyectos en los que se embarca, algunos lo han llamado genio. Pero ¿en realidad lo es?

Generalmente, cuando escucho la palabra genio pienso casi de manera inmediata—sí, además de Einstein— en la distribución de Gauss, donde la inmensa mayoría de la población nos encontramos en las inmediaciones del centro de la campana. Pero los genios serían aquellas personas ubicadas en las regiones más extremas de la campana: lo improbable, lo raro, lo que está fuera de lo común habita allí.

Una versión más refinada de mi imagen mental son los términos de Mediocristán y Extremistán acuñados por Nassim Nicholas Taleb en su libro “El cisne negro”. El primero lo define como sigue: “Cuando la muestra es grande, ningún elemento singular cambiará de forma significativa el total. La observación mayor seguirá siendo impresionante pero, en última instancia, será insignificante respecto a la suma.” Por el contrario, en “Extremistán las desigualdades son tales que una única observación puede influir de forma desproporcionada en el total.” Para aclarar ambos términos, Taleb usa de ejemplos la altura o el peso de una población dada de individuos. Si se toma un individuo que sea tres veces más alto o pesado que la media, su presencia apenas perturbará al total. Sin embargo, si consideramos como medida el valor monetario de los individuos, entonces, añadir a una sola persona como Elon Musk (el hombre más rico del mundo según Forbes; Carlos Slim también funcionaría, aunque esté decimotercero) perturbaría por completo el total: Musk representaría el 99.99 % de la riqueza total.

Con lo anterior en mente, me pregunto si se esperaría el mismo tipo de comportamiento si hablamos de “capital intelectual”. Y éste es un terreno escurridizo ya que no necesariamente aquellos con un coeficiente intelectual superior serán los que, con sus ideas o visiones del futuro, apalanquen el cambio. De hecho, según Taleb, el coeficiente intelectual pertenece a Mediocristán. Así, pues, ¿con qué clase de inteligencia cuentan las personas que transforman el mundo? Después de todo, una persona puede tener cientos de ideas más o menos factibles técnicamente para cambiar el mundo, pero es en la ejecución de las ideas donde reside gran parte del éxito.

Volviendo a Elon Musk, ¿cómo aborda los proyectos? ¿Cuál es su secreto para resolver un problema o iniciar un negocio? El método científico. En sus propias palabras:

  1. Hazte una pregunta.
  2. Reúne tanta evidencia como sea posible.
  3. Desarrolla axiomas basados en la evidencia, y trata de asignar una probabilidad de verdad a cada uno de ellos.
  4. Obtén una conclusión basándote en la contundencia para determinar: ¿Son correctos estos axiomas? ¿Son relevantes? ¿Conducen necesariamente a esta conclusión? ¿Con qué probabilidad?
  5. Intenta refutar la conclusión; busca a otras personas para que refuten tu conclusión.
  6. Si nadie puede invalidar tu conclusión, entonces probablemente tengas razón.

Ciertamente el método científico permite cribar lo que funciona de lo que no; miles de científicos producen conocimiento de esta forma cada año, incluso más de lo que es posible leer, ya no digamos comprender. Recientemente, el profesor Simon Baron-Cohen del Departamento de Piscología y Psiquiatría de la Universidad de Cambridge, propuso en su libro “Buscadores de patrones: cómo el autismo impulsa la invención humana”, la hipótesis de que gran parte de la innovación humana proviene de un mecanismo de sistematización; es decir, la capacidad de discernir y manipular patrones causales, algo que él denomina la lógica del “Si-y-entonces”.

De acuerdo con la investigación de Baron-Cohen este mecanismo es más pronunciado en las personas innovadoras (desde las artes hasta las ciencias “exactas”). Pero existe un subgrupo de personas (aproximadamente un 3 % de los hombres y un 1 % de las mujeres) que son “sistematizadores extremos”: pensadores poderosos, casi obsesivos en la forma de pensar de “Si-y-entonces”, pero que tienden a tener problemas en cuanto a empatía se refiere; no son especialmente dotados para desenvolverse socialmente. Entre las personalidades históricas que cumplen con la definición de “sistematizadores extremos” de Baron-Cohen se encuentran el inventor Thomas Alva Edison, Nikola Tesla, así como Bill Gates. En esta categoría también entran personas con rasgos autistas. El propio Elon Musk reveló el año pasado que tiene el síndrome de Asperger, que pertenece a una parte del espectro del autismo.

Una de las características de las personas con este síndrome es que poseen intereses intensos y sumamente enfocados, los cuales pueden canalizarse hacia una carrera de éxito en algunos casos; en otros, es precisamente la falta de empatía hacia otras personas lo que puede orillar a las personas con Asperger (o autismo) a no hallar un trabajo donde se puedan valorar su extrema concentración o capacidad de pensamiento abstracto.

Un caso anecdótico que menciona Cohen es el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT, por sus siglas en inglés, y segundo lugar de las universidades más innovadoras del mundo en 2018), donde en 2003 se sabía que las tasas de autismo entre su alumnado eran del 10 %, y no el usual 1 o 2 %. Al parecer, institutos donde se ofrecen carreras en “ciencias exactas” funcionan como nodos concentradores de personas del tipo “sistematizadores extremos”. ¿Y a dónde van a parar cuando se gradúan de estos institutos? A los Silicon Valleys del mundo: Silicon Alley en Nueva York; Silicon Roundabout en Londres; Silicon Fen en Cambridge; Cyberabad en Hyderabad India.

Lo anterior me recuerda un artículo que leí en una revista de divulgación científica hará más de 10 años. La memoria me falla, así que confieso que lo siguiente está sujeto con alfileres. Ante las asombrosas capacidades mentales de los autistas, un investigador tenía la teoría de que, tras realizar daños controlados a ciertas regiones del cerebro, era posible hacer emerger estas capacidades mentales de los autistas y potenciar un intelecto más analítico, como de supercomputadora. Puede sonar descabellado, ciencia ficción si se quiere, pero en una época en la que se prima la innovación y la generación de conocimiento para detonar economías que superan la de algunos países enteros en manos de unos pocos, no me extrañaría que se cristalizara un día de estos un procedimiento quirúrgico con esos fines.

 

Deja un comentario