Autor: Dr. José Martín Méndez González
Desde 1981 la Fundación Princesa de Asturias* otorga los premios que llevan su nombre en ocho categorías: artes, ciencias sociales, comunicación y humanidades, concordia, cooperación internacional, deportes, investigación científica y técnica, y letras. El objetivo de la Fundación (la cual es sin ánimo de lucro) es “promover los valores científicos, culturales y humanos de todo el mundo”. Los premios se pueden otorgar a personas u organizaciones en las categorías antes mencionadas. En particular, me centraré en la categoría de Investigación Científica y Técnica que, en el 2021, fue concedido a siete investigadores de cinco nacionalidades distintas (Hungría, Estados Unidos, Alemania, Canadá y Reino Unido). Todos ellos fueron reconocidos por sus investigaciones que hicieron posible el desarrollo de las vacunas de ARN mensajero contra el coronavirus.
La vacuna que distribuye (ojo, no creada por) Pfizer fue desarrollada por los galardonados alemanes, la pareja formada por la Dra. Özlem Türeci y el Dr. Uğur Şahin, ambos de origen turco, pero cuya formación académica y científica se desarrolló por completo en Alemania. Su empresa biotecnológica, BioNTech, fue la primera en crear una vacuna efectiva contra el coronavirus.
Ellos constituyen un excelente ejemplo de la riqueza que se puede generar cuando un Estado no ahoga el emprendimiento y la innovación, sino todo lo contrario. Aparte de ser científicos, ellos pertenecen a una clase de investigadores cuyos intereses van más allá del entorno académico: buscan crear compañías con una componente científica; son emprendedores, y BioNTech no es la primera compañía que desarrolla la pareja.
La principal línea de investigación de ambos es el cáncer. Decididos a ir más allá de prescribir terapias con fármacos a los pacientes con cáncer, comenzaron a investigar nuevas formas de terapia aprovechando el sistema inmune, diseñando anticuerpos capaces de atacar las células cancerosas. Tuvieron tanto éxito—los mejores en dos décadas en su ramo—que la compañía que habían fundado en 2001 (Ganymed) la vendieron en 2016 por 1.3 billones de euros.
En el camino, con el conocimiento adquirido de este emprendimiento, se dieron cuenta que podían desarrollar tratamientos personalizados para el cáncer. Así, en 2008 fundan BioNTech, enfocada al desarrollo de medicamentos basados en el ARN mensajero para su uso en inmunoterapias contra el cáncer, así como vacunas contra enfermedades infecciosas. Esta tecnología de ARN mensajero no existiría de no ser por el trabajo de otra de las galardonas: la Dra. Katalin Karikó, quien se incorporó a BioNTech en 2013. Dos años después de integrada en la compañía, demuestra que recubrir a las moléculas de ARN con partículas lipídicas (moléculas que se comportan como aceite) proporciona protección para su transporte en una vacuna.
En enero de 2020, Uğur Şahin se entera del brote del coronavirus en Wuhan. Haciendo algunos cálculos rápidos asumiendo valores conservadores para la tasa de contagio, llegó a la conclusión de que había motivos para alarmarse con este brote de coronavirus. Casi de manera inmediata, echó a andar un proyecto en BioNTech para el desarrollo de una vacuna basada en ARN mensajero. En un fin de semana, diseño posibles secuencias de vacunas. Al terminar, envió correos electrónicos a ciertos colaboradores en BioNTech convocándoles a una reunión ese mismo lunes para discutir la viabilidad del proyecto de una vacuna contra el coronavirus.
Hubo objeciones sobre la viabilidad técnica de desarrollar una posible vacuna con esta tecnología. No se desanimó. De hecho, bautizó al proyecto como “Velocidad de la luz”, porque debían desarrollar la vacuna en el menor tiempo posible, optimizando pasos en el camino. Después de desarrollar la vacuna, había que probarla, es decir, realizar los ensayos clínicos y, en caso de funcionar, la posterior distribución, algo que requiere “músculo” y recursos como los que tienen las farmacéuticas. Ese mismo lunes, Uğur Şahin llamó por teléfono a un colega en Pfizer para preguntarle directamente si estarían interesados en unirse al proyecto de la vacuna contra el coronavirus. La respuesta que recibió fue en los siguientes términos: “No. Es demasiado pronto. Estos brotes ocurren todos los años. Y este brote también se frenará antes, incluso antes de que una vacuna llegue a las pruebas clínicas.”
Como sabemos, el brote de coronavirus en Wuhan se convirtió en pandemia. Las grandes capitales del mundo comenzaron a recibir el embate del virus, y los muertos se acumularon en los hospitales. Seis semanas después de la llamada de Uğur Şahin a su colega en Pfizer, la farmacéutica se sube al proyecto “Velocidad de la luz” de BioNTech. Para el 9 de noviembre de 2020, se publican los primeros resultados de un examen independiente sobre la vacuna desarrollada por BioNTech en colaboración con Pfizer: la efectividad de la vacuna en los ensayos clínicos resultó ser del 95 %. El esfuerzo había rendido frutos. Y muy buenos. De un día para otro, BioNTech tuvo que dejar de pensar en pacientes y comenzar a pensar en otra escala de negocios: negociar con gobiernos de todo el mundo que se encontraban en jaque por un virus y no por bombas atómicas apuntando a sus territorios. Al momento de escribir esta columna, Forbes ubica a Uğur Şahin en el número #727 de los billonarios de 2021, con un “valor” de $ 6.4 billones de dólares. Los premios académicos y condecoraciones también han llegado, con justificada razón, en no menos tiempo de lo que les tomó el desarrollo de la vacuna. En un par de años pasaron de la ciencia a los dólares, cubriendo sus costos de inversión de riesgo con creces, y salvando millones de vidas.
Hasta aquí parece una historia más de éxito, un final casi de Disney. Ahora, por otro lado, quiero hacer hincapié en cómo la pandemia también ha sacado nuevamente a relucir la desigualdad en las economías del mundo. El 3 de febrero de 2022 la revista Nature publicó una nota sobre cómo un grupo de científicos sudafricanos, apoyados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), replicaron la vacuna de Moderna (sin su ayuda), también basada en ARN mensajero. ¿La razón? Más del 70 % de las dosis de las vacunas se han enviado a naciones ricas (wealthy nations). El resto de los países de bajos y medianos ingresos (de acuerdo con el Banco Mundial, México pertenece a esta categoría) han tenido que enfrentar retrasos.
Hasta el momento, Afrigen, la compañía sudafricana localizada en Ciudad del Cabo ha sido capaz de producir microlitros de la vacuna de Moderna. Luce insignificante cuando se compara con lo que produce Moderna (y las demás farmacéuticas) hoy en día, pero constituyen los primeros pasos para equilibrar un poco la balanza en favor de los países económicamente menos desarrollados. En junio del año pasado, cuando la OMS solicitó ayuda a Moderna, BioNTech y Pfizer para transferir el conocimiento sobre cómo hacer las vacunas a Afrigen, no obtuvo respuestas favorables de ninguna de ellas. A pesar de ello, la OMS siguió adelante y pusieron sus esfuerzos en replicar la vacuna de Moderna ya que es la que cuenta con más información pública disponible, además de que ha prometido no ejercer su derecho de patentes durante la pandemia.
Existen otros esfuerzos en crear una vacuna contra el coronavirus que estén libres de patentes. Uno de ellos es la vacuna Corbevax, creada en Texas por la Dra. María Elena Bottazzi (de origen hondureño) y el Dr. Peter Hotez. Aunque Corbevax no está basada en ARN mensajero, utilizan un proceso de fermentación para producir las proteínas necesarias en la vacuna, lo cual es un método más escalable y barato que sus contrapartes de Moderna y Pfizer. Esta vacuna ya recibió la autorización para su uso de emergencia en la India. Los esfuerzos de ambos no han pasado desapercibidos para el gobierno de Texas. Hace poco, recibieron una llamada de un representante del gobierno notificándoles que han sido nominados al premio Nobel de la Paz.
En el epílogo a su novela de ciencia ficción, Tierra, el autor David Brin, a propósito de un futuro con escasez de alimentos, cita una frase del profesor de la Universidad de California, Garret Hardin: “Llegaremos al grado de dejar de regalar alimentos a las naciones hambrientas. Sólo aprieten los dientes, y díganles: Tienen que ingeniárselas ustedes mismos, y hacer que su población coincida con la capacidad de su país”. Cambiemos en la cita anterior “alimentos” por “vacunas”, y “naciones hambrientas” por “naciones de bajo/medianos ingresos”, y tendremos una fotografía bastante fiel de la situación actual. Ese epílogo fue escrito en 1989, hace poco más de 30 años.
En perspectiva, estos últimos años las vacunas se han convertido en un símbolo de supremacía tecnológica. Aquellos países con la economía e infraestructura para comprar y absorber el conocimiento en el que están basadas las vacunas pudieron actuar en consecuencia para proteger a sus ciudadanos y reactivar su economía, aunque de manera gradual. La inversión sostenida en la generación de conocimiento debe ser un asunto de seguridad nacional, no para adjudicar contratos sin transparencia o inhibir a competencia; no para pintarla de nacionalismos falsos y alienarnos de los avances que tienen lugar en otros países. El conocimiento es una moneda de cambio: compra bienestar a generaciones enteras, presentes y futuras. Los recursos humanos están ahí, los económicos, quién sabe.
*Desde que, en 2014, el Príncipe Felipe de Borbón fue proclamado Rey de España (Rey Felipe VI), la Fundación y los Premios se llaman Princesa de Asturias.