Autor: Dr. José Martín Méndez González
Al científico siempre le conviene ser honrado; no debe hacer declaraciones falsas, ni debe condenar abiertamente los hechos que refuten sus convicciones. La indecencia moral se castiga más severamente en el mundo de la ciencia que en el de los negocios.
- Cramer, científico norteamericano (1896)
Un hecho curioso, pero mortalmente serio ocurrió en el 2010 durante una de las asambleas del parlamento francés: la prohibición de biberones de plástico. La prohibición no era para todos los biberones de plástico sino para aquellos que estuvieran hechos de policarbonato cubiertos con un producto químico llamado Bisfenol A (BPA). ¿Recuerda haber leído mientras caminaba por un pasillo del supermercado en algunos productos plásticos la leyenda “libre de BPA”, o algo similar? La historia que desembocó en la prohibición del BPA es muy ilustrativa de los claroscuros que, como toda actividad humana, siempre están presente en la investigación científica cuando, por un lado, hay científicos deseosos de resolver un misterio mientras que, por el otro lado, ciertas compañías utilizan el método científico para tapar verdades que no convienen a los intereses comerciales, principalmente.
Si bien el BPA se sintetizó por primera vez en 1891, no fue sino hasta 1989 que sus potenciales daños a la salud comenzaron a revelarse. Carlos Sonnenschein y Ana Soto, ambos profesores de inmunología de la Escuela de Medicina de la Universidad Tufts en Boston, Massachussets, realizaban experimentos para entender los mecanismos de proliferación en células cancerosas. Un día, en las muestras apartadas como control o testigo (es decir, no sometidas a ningún reactivo) contenidas en un tubo de ensayo, las células comenzaron a proliferar sin razón aparente. ¿Por qué?
Responder esa pregunta le tomaría a Carlos y Ana cuatro meses de arduo trabajo. Básicamente, ambos investigadores fueron descartando todos los elementos involucrados en los ensayos. Digamos que vivieron en carne propia aquella frase de Sherlock Holmes: “Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”. La respuesta del misterio yacía en los tubos de ensayo usados para la máquina centrifugadora.
Descubrieron que el material del cual estaban hechos no era después de todo completamente inerte. Resultó que el compuesto liberado por los tubos de plástico actuaba como el estrógeno hormonal (una hormona sexual), lo que conducía a una proliferación de las células cancerosas. Así, estos investigadores se preguntaron en qué otros productos plásticos podrían hallarse la liberación de este tipo de compuesto: ¿Contenedores de comida? ¿Juguetes?
Si resultaba ser un compuesto presente en muchos artículos de uso diario, ¿la cantidad podría tener un efecto negativo en la salud de las personas? ¿Qué dosis marcaría el umbral para su prohibición? Es decir, ¿a qué cantidad podría estar expuesto el público de manera segura? Estas preguntas no son tan fáciles de responder.
Una “regla” o principio para responder estas preguntas se basa en lo pronunciado por Paracelso (considerado el padre de la toxicología): “Todo es veneno y nada es veneno, sólo la dosis hace el veneno”. Lo que se interpreta de esta “regla” es que el efecto de un compuesto o sustancia de interés es proporcional a la cantidad absorbida. Con esta idea en mente, se puede establecer una serie de experimentos donde poco a poco se incremente la dosis de una sustancia y se anote el efecto en la salud del “sujeto de estudio” (e. g. un ratón de laboratorio). De esta manera, puede llegar a marcarse un límite; por debajo de ese límite, la sustancia absorbida no produce daños a la salud, es decir, se considera “seguro”. Pero ¿qué tanto es tantito?, como solemos decir coloquialmente.
Para responder a lo anterior, el investigador Frederick S. vom Saal de la Universidad de Missouri, probó el efecto del BPA en ratones de laboratorio utilizando dosis muy pequeñas, ubicadas en los límites de la detección. Con ello, se descubrió que el BPA afectaba el sistema endócrino de los ratones en dosis tan bajas como 25,000 veces la dosis que se consideraba que no producía ningún efecto. ¿Cómo era posible? Suena a contradicción, ¿cierto? Era necesario investigar más a fondo este asunto. Ahora, por parte de las empresas que fabricaban los plásticos con BPA.
Los estudios financiados por la industria de los plásticos con BPA eventualmente arrojan resultados que resultan contrarios a los hallados por Frederick vom Saal, Carlos Sonnenschein y Ana Soto. ¿A qué se debe esta contradicción en los estudios? ¿Qué explica estas diferencias en los resultados? ¿Quién tiene la razón? La respuesta—y vuelta de tuerca en esta historia—la halló vom Saal después de comparar minuciosamente los estudios sobre el impacto del BPA en dosis bajas financiados con dinero público y aquellos financiados por la industria: todo se reducía a los ratones, el modelo animal empleado en los estudios.
Existe todo un mercado para la selección, empaque y envío de ratones de laboratorio. Dependiendo del estudio que se quiera realizar, uno puede seleccionar de un catálogo el ratón de laboratorio apropiado (con parámetros biológicos de interés). Esta etapa es de fundamental importancia: seleccionar el ratón equivocado conducirá a resultados espurios. Los experimentos financiados por la industria del plástico de BPA utilizaron un ratón de laboratorio que, por sus parámetros biológicos, no se vería afectado por el BPA; es decir, fueron seleccionados astutamente para probar la inocuidad del BPA. Torcieron el método científico para favorecer los intereses de un sector de la industria química.
Las prácticas en la que se usa el método científico para generar confusión o “verdades a modo” son objeto de estudio de la agnotología: “el estudio de la ignorancia o duda culturalmente inducida, especialmente a la publicación de datos científicos erróneos o tendenciosos”. El término fue acuñado Robert Proctor, profesor de la Universidad de Stanford. En sus propias palabras, investiga “cómo la ignorancia se genera activamente a través de cosas como el secretismo en los avances científicos militares o por medio de políticas deliberadas”. La tesis central de Proctor es que vivimos en una era de ignorancia, y es importante conocer cómo y por qué no sabemos. Igualmente, es importante es entender los mecanismos por los cuales se crea una ignorancia estratégica, como el orquestado por el sector industrial con el BPA.
El caso del BPA es uno de varios que han existido, existen y seguirán existiendo si no tenemos un pensamiento crítico y dejamos de financiar investigación con fondos públicos que, idealmente, no deberían mostrar un sesgo en su objetividad. Quizá otro caso que más resuena históricamente es el de la industria del tabaco. Robert Proctor recuerda una frase escrita en un reporte interno de la compañía tabacalera Brown & Williamson: “La duda es nuestro producto”. Si nosotros lo permitimos.
Nota: El lector interesado en profundizar en este tema, le recomiendo el documental Manipuladores de Opinión: Bulos y Certezas ¿Por qué Dudamos de la Ciencia?