Esta última semana hubo un detalle peculiar en los datos de consumo de Netflix: The Witcher se colocaba entre las producciones más vistas en el mundo entero cuando la segunda temporada estaba a punto de llegar. Esto podía tener dos explicaciones: o bien había nuevos usuarios que sentían curiosidad por uno de los mejores estrenos de la historia de la plataforma, aprovechando que volvía, o bien el público necesitaba hacer memoria. No sería descabellado que la respuesta tuviera más que ver con esta última opción, teniendo en cuenta que la primera temporada fue un cacao a nivel narrativo.
Se podía apreciar que The Witcher tuviera una esencia fantástica menos épica que otros relatos. Los episodios estructurados alrededor de monstruos de la semana, que Geralt de Rivia (Henry Cavill) tenía que matar, contribuían a ver la serie como un entretenimiento sin tantas ínfulas como el material promocional de Netflix. Pero había un problema. Como si la obra quisiera comportarse como lo que no era (o quisieran disimular este espíritu televisivo convencional), la creadora Lauren Schmidt Hissrich decidió explicar la historia a partir de tres planos temporales distintos centrados en los tres personajes principales.
Más que ayudar al relato, este enfoque dificultó la comprensión con una estructura innecesariamente enrevesada, una coartada de complejidad que la historia tampoco pedía. Y, claro, esto llevaba al público a necesitar revisionados o resúmenes (que Netflix, lista, también incluyó en el catálogo) para que el espectador pudiera recordar dónde se había quedado y qué personajes continuaban todavía con vida tras la batalla de Sodden Hill. Con la perspectiva que da el tiempo, The Witcher incluso había empeorado por su incapacidad de hacerse entender.
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Entrar en la segunda temporada es desconcertante precisamente por la desubicación como espectador. Tienes una escena que muestra a tres anónimos muriendo en manos de un monstruo volador. Te reencuentras con Geralt y Ciri (Freya Allan) cabalgando y conversando. Y, de repente, también nos encontramos entre los restos de la batalla de Sodden Hill con Tissaia (MyAnna Buring) buscando a Yennefer (Anya Chalotra) entre los cadáveres aunque la hechicera en realidad es presa de Fringilla (Mimi Ndiweni) y las fuerzas de Nilfgaard. Los retrasos sufridos por The Witcher, que no pudo volver antes por la pandemia y una lesión de Henry Cavill durante el rodaje, tampoco ayudan a entrar tan en frío en la acción. Cuando ya temes que The Witcher cometerá el error de estructurar de forma tan caótica los nuevos episodios, la serie se repliega.
The Witcher abandona la épica bélica fantástica del final de la primera temporada para centrarse en una pequeña historia que bebe de la Bella y la Bestia con Geralt y Ciri alojándose en casa de un viejo conocido del brujo, Nivellen (Kristofer Hivju), un aristócrata transformado en una bestia tras una maldición. Se agradece un escenario controlado con un número reducido de personajes, que alterna el caso de la semana con el retrato de Geralt y Ciri, y la nueva dinámica. Es aquí donde The Witcher explota mejor su potencial: en un esquema procedimental reconocible con una mitología de fondo a la que recurrir.
Porque, de la misma forma que The Witcher sabe traducir a nivel de estructura el universo literario de Andrzej Sapkowski, tampoco es que sea sofisticado en los diálogos: sólo hay que ver las conversaciones acerca de la naturaleza de los monstruos de la nueva carta de presentación. Es tan aplicable al conflicto interno de Ciri y sus dudas acerca de sincerarse con Geralt que casi tiene una mentalidad infantil o familiar. Esto confunde teniendo en cuenta que la producción de Lauren Schmidt Hissrich tiene un volumen de violencia y desnudos propios de una producción pensada para el público adulto.
En resumidas cuentas, The Witcher vuelve poniéndole las cosas fáciles al espectador y con cierta sensación de promesa de controlar las aguas narrativas. Pero también continúa siendo un entretenimiento irregular y prescindible en el catálogo de Netflix, que se beneficiará (por segunda vez) de la actitud relajada del espectador cuando se acercan las fiestas de Navidad. Sería interesante comprobar si obtendría los mismos datos de visionado de estrenarse en otras fechas donde los usuarios no tuviéramos más tiempo libre.