Aunque para nadie fue una sorpresa el desaseo de las últimas elecciones presidenciales en Nicaragua en la que por cuarta ocasión fue reelecto Daniel Ortega -con este periodo alcanzará nada menos que 20 años consecutivos gobernando-, no deja de ser escandaloso que para este nuevo fraude se atreviera a detener a 7 aspirantes presidenciales y a 39 líderes opositores sociales, empresariales y de los medios de comunicación, así como a cancelar tres partidos políticos.
Por supuesto que tampoco fue sorpresa que los mandatarios de Venezuela, Cuba y Rusia se congratularan ante tal derroche de autoritarismo, sobre todo si consideramos su amplia afinidad y experiencia en el ejercicio de perpetuarse en el poder torciendo las leyes y reprimiendo y desapareciendo a las oposiciones por la vía del encarcelamiento, el exilio e incluso el asesinato; o que otros gobernantes, como el de México, se abstuvieran de evidenciar el atropello en espera, seguramente, de poder hacer lo mismo llegado el momento.
Y aunque fueron varios los países de América Latina que junto con Estados Unidos y la Unión Europea desconocieron esta elección e incluso anunciaron sanciones o una “evaluación colectiva inmediata” dentro de la OEA para determinar su suspensión de este organismo regional, lo cierto es que pareciera llegan muy tarde. Como tarde están actuando ante las amenazas que representan varios líderes latinoamericanos ya en el poder o en tránsito para alcanzarlo.
Y es que no es difícil ubicarlos y saber hacia dónde se dirigen, la disciplina con la que siguen el “manual del autócrata populista perfecto” los delata: polarización de la sociedad en dos grupos antagónicos con base en las desigualdades (el pueblo y las élites); lenguaje de odio; búsqueda de legitimidad plebiscitaria; la dominación, control o desmantelamiento de los contrapesos institucionales, llámense poderes judicial y legislativo, órganos electorales, organismos autónomos e incluso la misma constitución; desarticulación de la sociedad civil organizada; intimidación y persecución de todos los actores empresariales, sociales, políticos, académicos y de los medios de comunicación opositores y/o críticos; promoción de políticas sociales selectivas y clientelares; manipulación de los procesos electorales. Y todo, con el objetivo de hacerse de ventajas para centralizar el poder y mantenerse el mayor tiempo posible en el mismo.
Sin duda, Nicaragua, nos representa un nuevo recordatorio sobre las amenazas autocráticas que se ciernen sobre varios países de América Latina y el mundo, pero también nos advierte que las acciones tardías tanto de los actores nacionales como de la comunidad internacional derivan en el fortalecimiento y enquistamiento de este tipo de regímenes. De ahí la importancia del llamado del presidente Joe Biden a una cumbre por la democracia, iniciativa que debiera ser incentivada además por las democracias latinoamericanas, porque el problema es grave y va mucho más allá de garantizar elecciones libres y transparentes. El verdadero desafío radica en la enorme desigualdad y pobreza que aqueja a la mayor parte de nuestras poblaciones, pues mientras no se encuentren e instauren soluciones viables que incidan sobre de ello, estos populistas seguirán surgiendo y tomando fuerza minando la credibilidad de un sistema si basado en el Estado de derecho, pero incapaz de satisfacer las necesidades básicas de sus gobernados.