Autor: Dr. José Martín Méndez González
Para los teóricos de la ciencia ficción los protagonistas son las ideas, no los personajes.
María Emilia Chávez Lara, “Estética del prodigio”.
Un día de 1965, Frank Herbert ponía el punto final a la novela Dune, primera entrega de lo que sería una de las sagas (seis novelas en total) de ciencia ficción más exitosas hasta el momento. Después de seis años de investigación—lo comparo con haber cursado la escuela primaria—Herbert se “graduó” con honores en la construcción de un universo donde cabía, según sus propias palabras, “el mito del Mesías […] el hombre contemplado como una máquina energética […] los afanes interconectados de la política y de la economía […] la predicción absoluta y sus trampas […] una droga de la consciencia [..] el agua potable iba a ser una analogía del petróleo y de la propia agua […] una historia acerca de gente y sus preocupaciones humanas con valores humanos.”
La novela Dune se sitúa en un futuro de aproximadamente 10,000 años en el futuro, donde la galaxia está controlada por un emperador de una de las casas o clanes que forman un gran consejo. A su vez, también existe una corporación enfocada al comercio interestelar. Sus “navegantes” hacen uso de una droga, llamada melange o especia, para desarrollar habilidades prescientes que les permiten plegar el espacio-tiempo y, así, poder viajar y comerciar a cualquier parte de la galaxia.
Las tensiones, conspiraciones y traiciones han estado siempre presentes en este tablero de ajedrez galáctico ya que sólo un planeta—Arrakis—alberga en su ecología la capacidad de producir la especia. Orbitando todo este entramado de intereses, se encuentran diversas estructuras sociales y tecnológicas. En cuanto a la primera, podemos destacar la hermandad femenina Bene Gesserit, quienes han perfeccionado poderes físicos y mentales a través de ejercicios de autocontrol que, para el no iniciado, pueden parecer casi mágicos. Más aún, esta hermandad es capaz de acceder a “otras memorias”, una especie de consciencia de las vidas anidadas en su código genético.
En lo tocante a la tecnología, me llama particularmente la atención los mentat, una “clase de ciudadanos imperiales adiestrados para alcanzar las máximas cotas de la lógica. Ordenadores humanos.”
Estos elementos que forman parte medular del universo descrito en Dune me sirven de pretexto para explorar algunas ideas que tienen resonancia (al menos eso creo) con ciertos temas de actualidad.
Mentats e Inteligencia Artificial.
Comencemos con los mentat. Estos humanos excepcionales en la computación de relaciones lógico-matemáticas existen porque hubo una rebelión contra las “máquinas pensantes y robots conscientes”, lo que hoy llamaríamos Inteligencia Artificial (IA). ¿Por qué hubo una rebelión contra esta forma de IA? Las capacidades de la IA habían avanzado tanto que los seres humanos terminaron dominados por ella. El rechazo a cualquier forma de IA queda patente en una especie de mandamiento: “No construirás una máquina a semejanza de la mente humana.” Si usáramos la novela Dune como oráculo, ¿deberíamos abrazar o rechazar la IA?
Consideremos el uso actual de la IA para labores de reconocimiento y vigilancia de objetivos militares, lo cual es ya una realidad. ¿La IA puede tomar la decisión de acabar con el objetivo sin intervención o aprobación humana? Al parecer sí. Guerra de Libia, marzo de 2020: las fuerzas militares del general Jalifa Hafter fueron atacadas “por sistemas de armas autónomas letales [que] se programaron para atacar objetivos sin requerir la conectividad de datos entre el operador y la munición.” Mientras se debate si existe o no un marco legal que regule el uso de la autonomía en los sistemas armados, las acciones de la IA en asuntos de conflictos humanos siguen ganando terreno.
La preocupación por los problemas que puedan surgir derivado del uso de la IA no es nueva. De hecho, el matemático Norbert Wiener escribió en 1948 un libro seminal titulado Cibernética o el control y comunicación en animales y máquinas. En uno de los capítulos finales tiene el acierto de escribir lo siguiente: “Una y otra vez he escuchado la afirmación de que las máquinas de aprendizaje no pueden someternos a ningún peligro, porque podemos apagarlas eficazmente cuando nos apetezca. ¿Pero podemos?”
¿Qué detiene a un programa? Hallar la solución al problema planteado utilizando sus algoritmos. En un contexto militar, muy probablemente la solución sea la eliminación de un objetivo (humano o no). De enterarnos, ¿estaremos de acuerdo con la moralidad de esas soluciones? O tal como lo expone Anthony Swofford, autor de Jarhead: “Permitimos que la tecnología aumente la distancia moral; por lo tanto, la tecnología aumenta la matanza”. ¿Tomaremos distancia y dejaremos la decisión en manos de los algoritmos para que nosotros no estemos obligados a tomar una?
Bene Gesserit e información genética.
Tal como se describe en la novela Dune, las Bene Gesserit son capaces de acceder a información ancestral que se encuentra contenida en el código genético. Esta idea implica que el ADN ha servido como plantilla para que se grabe información específica (no necesariamente biológica). ¿Es esto posible? Sí, y desde 2012. El científico George Church de la Universidad de Harvard y su equipo se las ingeniaron para “grabar” un libro de 52,000 palabras en el ADN. Para ello, en lugar de usar una impresora de tinta, se diseñó una “impresora de ADN”—es decir, las bases químicas que componen al ADN, denotadas por las letras A, C, G, T—de tal forma que, en lugar de ceros y unos, la información se “grabó” usando las cuatro letras anteriores.
Cada uno de los fragmentos codificados contó con una especie de código de barras que permite reconocer el lugar que ocupan en la obra original. Esto es clave, ya que para “leer” la información grabada en el ADN de manera artificial, la computadora que va a decodificar la información necesita saber el orden correcto en que tiene que organizarla. Esta técnica de “grabación” tuvo sólo dos errores por cada millón de bits de información. En 2017, el mismo investigador y su equipo fueron un poco más allá. En esta ocasión codificaron un video de 1870 donde se contempla a un jinete galopando en su caballo.
El ADN tiene la capacidad de almacenar 215 Petabytes en un solo gramo, lo cual lo convertiría en el esquema de almacenamiento de información con mayor densidad del mundo. Ahora bien, los costos asociados a la grabación de información, así como los tiempos de codificación y decodificación no son los mejores. Por el momento. Si la tecnología continúa disminuyendo de precio, y mejorando las velocidades de “grabación” y decodificación, quizá tengamos centros de almacenamiento de datos basados en ADN en futuro no muy lejano.
Melange y expansión de la conciencia.
El uso de drogas psicodélicas no es novedad en la historia de la humanidad. Según éste artículo, escrito por Nicholas R. Longrich, profesor titular de Biología Evolutiva y Paleontología en la Universidad de Bath, existe poca evidencia arqueológica del consumo de drogas en la prehistoria (alcohol o plantas con efectos alucinógenos).
Al parecer, existe evidencia del consumo de opio en Europa que data de 5700 años A. C. Para el cannabis, por ejemplo, se han encontrado semillas de ella en restos arqueológicos localizados en Asia tan antiguos como 8100 A.C. También se cita al historiador Heródoto, quien dio cuenta del consumo de marihuana por parte de los escitas allá por el año 450 A.C.
Si bien las sustancias alucinógenas poseen ventajas y desventajas, y mucho se ha enfocado al uso lúdico de las mismas, esto podría estar cambiando de rumbo en algunos sectores de la sociedad. Un antecedente histórico nos lo ofrece el propio Carl Sagan—esa especie de James Bond de la ciencia y el pensamiento crítico—, quien firmó un ensayo bajo un pseudónimo abogando por el uso de cannabis. El describió que su consumo le llevaba un estado “siempre reflexivo, pacífico, intelectualmente excitante, sociable”.
Hay una entrevista en la que le preguntan al antropólogo y filósofo Santiago Beruete si defiende el uso de las drogas, a lo que responde: “La dosis es lo que convierte una droga en veneno o en cura.” La regulación de la dosis, esa especie de dial invisible puede llevar a la creación de pensamientos de claridad meridiana pero también a meros sinsentidos o peligros.
Pero en una época obsesionada con la productividad y eficiencia, han surgido algunos gurús que promueven el uso de psicodélicos para mejorar el desempeño y creatividad laboral en lugares como Silicon Valley, donde el LSD se ha considerado una herramienta más—aunque clandestina—para mejorar la concentración. Recientemente, un documental de la Deutche Welle explora este y otros aspectos emocionales. Y no es nada sorprendente que un gran número de los entrevistados en Alemania se muestren reacios a dejar pasar ese as bajo la manga. ¿Qué pasará cuando comencemos a ver un incremento en la productividad de algunas sociedades espoleados por el uso de ciertas drogas? ¿Qué tan lejos llegaremos en su regulación?