Septiembre es el mes de la Patria. Varias son las festividades que se celebran, pero la más importante de todas es la conmemoración del inicio de la lucha de Independencia, acontecida en la madrugada del 16 de septiembre de 1810 con el mítico Grito de Dolores, y que se lograría hasta 11 años después.
Es el día de la mexicanidad. Los festejos son elocuentes. Los mexicanos nos reunimos una noche antes, aunque ahora con muchas restricciones sanitarias, para “dar el grito” y celebrar a lo grande. Los corazones se encienden y la piel se eriza al gritar al unísono “viva México”. Por un momento nos olvidamos de las diferencias políticas e ideológicas, y nos volvemos una sola alma: todos somos simplemente mexicanos. Quienes viven fuera del país se congregan en las embajadas o consulados mexicanos, para replicar el ritual y entonar con fervor el Himno Nacional y cánticos de añoranza de la tierra a la que se extraña.
Ese día celebramos el nacimiento de nuestra nación como tal, aunque como ya señalé, formalmente eso sucedió hasta más de una década después. Festejamos, sobre todo, nuestra independencia. ¿Pero somos realmente independientes? No lo somos, ninguna nación lo es, ni tampoco es deseable serlo.
Con el paso de los años y la globalización, las economías han transformado su sufrida independencia en una sana interdependencia, basada en la lógica económica de la especialización en función de la ventaja competitiva. Los países que más han explotado esta dinámica, como Estados Unidos, son en los que sus ciudadanos gozan de mayor riqueza y opciones de consumo.
Al igual que las personas, que son más felices cuando conviven y no se aíslan, y son más productivas cuando trabajan en equipo, así las naciones son más eficientes y rentables cuando se integran al concierto internacional. Una flauta sola podrá producir una melodía, pero todos los instrumentos generan una sinfonía.
Lo que debemos de celebrar no es la independencia, sino la libertad de ser interdependientes. El problema de la interdependencia es cuando no se da por libre albedrío, sino porque no se tiene otra opción y, sobre todo, cuando esta falta de alternativas se da en los sectores estratégicos, como el energético y el alimentario.
Cuando la dependencia en estos sectores es alta, se tiene un problema de falta de soberanía, se pierden grados de libertad y la sana interdependencia se transforma en una peligrosa dependencia.
No seamos temerosos de la falta de independencia, pero sí cuidémonos de la falta de soberanía. Utilicemos esa libertad que nos dieron nuestros próceres para, de manera responsable, generar las condiciones de ser autosuficientes en los sectores estratégicos y seguir alimentando el orgullo de ser mexicanos.