Los estragos de una pandemia que aún no puede ser controlada en nuestro país, son paralelamente visibles en una crisis económica, donde la necesidad de obtener ingresos a costa de cualquier cosa se han vuelto cada vez más recurrentes.
Lo anterior se debe a que uno de los principales daños del COVID-19 fue el cierre de todas las actividades económicas no esenciales, y los diversos centros de trabajo que mantuvieron su funcionamiento, de igual manera se vieron afectados por los contagios, viéndose obligados a cerrar para preservar la salud, lo que trajo como consecuencia que a pesar de que los empleadores trataron de evitar los despidos, la situación se volvió insostenible, provocando la pérdida de miles de empleos.
De acuerdo con la información oficial del INEGI, y ya con los primeros daños de la pandemia, para el segundo trimestre del año inmediato anterior, el número de la población económicamente activa había disminuido en 10,036,119 personas, mostrando datos muy desalentadores; sin embargo, con el estado de necesidad presente la población se vio obligada a buscar alternativas de ingresos.
En ese contexto, para el segundo trimestre de este año la población económicamente activa se situó en 57,668,254, lo que pareciera esperanzador como muestra de una pronta recuperación económica. No obstante, los datos son engañosos al contemplar empleos formales y los que no lo son, en ese aspecto la mayor parte de su recuperación se situó en el empleo informal, indicador que se dio como respuesta a la falta de generación de empleos formales y la realidad de la situación económica; encontrándose latente una inestabilidad del sector empresarial.
Visualizando objetivamente el alza ocupacional, claramente se deriva de la capacidad de sobrevivir a una crisis sanitaria y económica, a una lucha incansable de la población por conseguir oportunidades de trabajo y generar ingresos para la manutención de sus familias; misma que ante la escasez de empleos formales, su alta demanda, sumada a sus bajos salarios desproporcionados a las cargas de trabajo; pero que son la única opción ofertada para mantener las fuentes de trabajo; obligó a la población a refugiarse en el autoempleo.
Característico de los connacionales, afloró el espíritu emprendedor, visualizando oportunidades de negocios en cualquier lado, pues toda forma de generar ingresos de manera legal, se volvió una ocasión para salir adelante; empero a ello se debe tomar con precaución como una salida de la crisis económica, pues al ser dependiente el poder adquisitivo de la mayoría de la población, que se sitúa en niveles muy bajos, la ocupación carente de formalidad dejo de ser bien remunerada.
Lejos del optimismo de la situación, debemos tener en cuenta que el empleo informal ahora ya no sólo depende del empeño personal, sino, ante una nula regulación en materia de competencia y la insuficiencia de recursos, ahora no es remunerada con su valor real, sino con lo que se pueda pagar. Por lo que individual, colectiva y gubernamentalmente se deben de enfocar los esfuerzos en la generación de empleos formales y el apoyo a las micro y pequeñas empresas para su constitución formal y legal.