Rubén Aguilar Valenzuela
En el México de hoy no hay nadie que desconozca que la Fiscalía General de la República (FGR) y su titular obedecen, sin más, a lo que se ordena desde Palacio Nacional, de manera particular el presidente López Obrador. La historia se repite.
En la elección de 2018, por órdenes del presidente Peña Nieto, la Procuraduría General de la República (PGR), en pleno proceso electoral, levantó cargos contra Anaya, en ese entonces candidato presidencial de la alianza PAN-PRD-MC.
La medida fue muy efectiva y logró que Anaya cayera en la intención del voto y creciera el candidato López Obrador de la alianza Morena-PT-PVEM-PES. El acuerdo entre el presidente Peña Nieto y el candidato López Obrador en esa ocasión se hizo más que evidente.
Al concluir la campaña electoral y con el triunfo de López Obrador, la PGR dio carpetazo al caso porque no había materia. El propósito se había cumplido y el candidato beneficiado de manera pública manifestó su agradecimiento. Ahora él, ya como presidente, es quien ordena a la FGR que investigue a Anaya.
El affair Anaya- López Obrador es un circo de tres pistas: la comunicación, la política y la jurídica. De las tres la primera es la más importante y ocupa el centro de la función. El presidente lo mejor que hace es comunicar, pero también Anaya sabe hacerlo.
López Obrador fue el primero en salir a escena y, en los días que tiene el espectáculo, que habrá de prolongarse, por momentos él tiene la iniciativa, y Anaya se pone a la defensiva, pero en otros es el presidente quien pasa a la defensiva y Anaya a la ofensiva. Van y vienen.
La contienda es desigual por la cobertura que el presidente tiene de parte de los medios y por el uso del aparato del gobierno, para publicitar sus dichos. Aún así, ahora en esta pista quien luce y gana es Anaya.
Los golpes de Anaya, que ha pasado a ser el primer exilado político en el gobierno de López Obrador, desconciertan al presidente que no sabe cómo reaccionar, para defenderse. Lo suyo es atacar.
La función en esta pista del circo es la que más atrae a las distintas audiencias y también a la prensa nacional e internacional que dan cuenta del intercambio de golpes entre uno y otro. El presidente utiliza sus comparecencias mañanera y Anaya las redes sociales.
El criterio, para evaluar quién perdió y quien ganó la contienda mediática es lo que estos logren transmitir a los distintos sectores de la sociedad. Seguramente pronto se darán a conocer encuestas que digan cuál es la valoración de la ciudadanía.
Al presidente nunca le ha importado la consistencia jurídica de sus acusaciones. Eso le resulta irrelevante. Sus juicios son mediáticos y tienen como escenario la comparecencia mañanera en Palacio Nacional donde ha instalado una guillotina, que él mismo opera, para descabezar a sus “enemigos”.
El presidente es quien abrió el talón del circo en una función mañanera. Hay elementos para pensar que esta vez el presidente puede perder la batalla mediática que tanto le importa. Ya lo veremos. En próximos artículos hablaré de las pistas política y jurídica. El circo continúa.
Twitter: @RubenAguilar