La incredulidad y el asombro han inundado las opiniones de analistas y expertos respecto a lo que está sucediendo en Afganistán. El azar de la historia pone de manifiesto que ningún imperio es invencible y que ni el mayor despliegue de recursos militares y tecnológicos puede ser garantía de éxito. Estados Unidos lo vivió en carne propia con la Guerra de Vietnam y la historia se repite hoy con su retirada del país asiático.
La historia de Afganistán no puede entenderse sin tomar en cuenta a la de todo el Medio Oriente. Una región geográfica crucial, escenario de múltiples conflictos étnicos, políticos, religiosos y sociales. La zona es un volcán en erupción constante y el regreso del Talibán es una muestra de ello.
Después de 20 años de intervención estadounidense (y millones de dólares de por medio) en la que se lograron algunos avances en materia de libertades y derechos humanos, sobre todo para las mujeres, Estados Unidos y sus aliados no pudieron fortalecer el engranaje institucional del país ni contener a un ejercito de casi 300 mil soldados (ignórese cualquier similitud con la guerra de guerrillas que los condujo al fracaso en Vietnam), el resultado: se avecina una crisis humanitaria y política brutal y de altos costes para la administración de Biden.
Las imágenes de estos últimos días de afganos y afganas desesperados por huir del país ante el regreso de un régimen totalitario y represor son desgarradoras, y aunque el Talibán ha moderado su discurso respecto a las libertades individuales, sobre todo de las mujeres, la realidad es otra, puesto que en algunas regiones del país no se está permitiendo que mujeres asistan a la universidad o al trabajo.
La lectura que se está dando a este lamentable hecho tiene varias aristas, por un lado, hay quienes asimilan esto como un estrepitoso fracaso de occidente y que la retirada de tropas estadounidenses fue un completo desastre. Existen también quienes celebran el hecho de que Estados Unidos termine con la intervención y en el interior de la Unión Americana, la percepción no dejará muy bien parada a la actual administración, aunque este sea un conflicto heredado.
Sin embargo, los alcances de esta nueva crisis geopolítica son difíciles de medir por ahora y lo más preocupante es la amenaza que se cierne sobre los derechos humanos, en especial de las mujeres. La zozobra para este grupo es tal, que muchas han optado por esconderse o huir del país de forma inmediata. Países como México y Chile han abierto sus puertas para aquellas que necesiten asilo.
Se podrá tener un debate amplio sobre los pros y contras de las políticas intervencionistas de x o y potencia, lo que no puede estar sujeto a discusión es la lucha y defensa por la libertad y la dignidad humanas, y creo que este lamentable episodio es un foco rojo al respecto, puesto que los logros y avances de una década, pocos o muchos, se han diluido en cuestión de días.
Justo esta semana veía en redes una publicación, que, grosso modo decía lo siguiente: cuando vinieron por los comunistas no hice nada porque yo no soy comunista; cuando vinieron por las mujeres yo no hice nada porque no soy mujer; cuando vinieron por los homosexuales yo no hice nada porque no soy homosexual… cuando vengan por mí no habrá nadie que responda en mi nombre.
Y creo que la reflexión a la que nos conduce todo esto es la siguiente: el combate a los regímenes totalitarios nunca debe ser menospreciado, son la mayor amenaza al individuo y sus consecuencias afectan a generaciones enteras. Lo que sucede hoy en Afganistán es, lamentablemente, moneda corriente en muchos países del mundo, si es tarea o no de Occidente hacerles frente, me parece que es un asunto baladí, se trata de una responsabilidad humana que debería trascender barreras geográficas e ideológicas.
Hoy lo viven los afganos, pero nada nos asegura que nosotros estemos exentos, y peor aún, nada nos asegura que alguien vaya a ayudarnos.