Lic. Rafael Olivares García
Del reciente proceso electoral aún hay mucho ruido. Tanto Morena como la oposición se dicen ganadores.
La verdad es que no hubo un ganador absoluto, ambas posiciones ganaron y perdieron.
Recordemos que, en política, como en la vida misma, ninguna victoria o derrota son para siempre.
El futuro de México depende ahora de las estrategias a implementar por las partes, de su efectividad y de la capacidad de movilización que generen en los votantes. A final del día, lo que cuenta es el voto y no las intenciones.
En 2018 Morena obtuvo 30.1 millones de votos, el 53.1% de los 56.6 millones de votos computados. Cabe destacar que el porcentaje de participación fue del 63.4% del padrón.
En 2021 Morena obtuvo 16.1 millones de votos, el 34% de los 48 millones de votos emitidos. El porcentaje de participación fue del 52.6% del padrón.
El número de votos obtenidos por Morena cayó a casi la mitad, pero eso no garantiza un mejor horizonte para el país, ni el debilitamiento de dicho partido.
Lo que vimos en esta elección, al igual que en las anteriores, son los choques de estructuras partidistas, estructuras basadas en la prebenda, la dádiva, el interés.
Asi pues, dado que se trata de estructuras mercenarias, éstas pueden ser compradas y es aquí en donde se complica la situación.
Morena ganó 183 de 300 distritos en términos absolutos, pero en coalición ganó 279. Para mantenerse dueño y señor de la Constitución habrá de lanzar algunos cañonazos millonarios a individuos o fracciones que lo apoyen, como se ha hecho siempre.
El dato más alarmante lo fue su triunfo en 11 de las 15 gubernaturas en juego.
Morena gobernará en 17 estados del país y les aplicará la misma estrategia que lo mantuvo por 25 años consecutivos como amo absoluto de la Ciudad de México. Con ellos avanzará en forma importante en la consolidación de superestructuras, con la pinza estado-federación, en la mitad del país, lo cual se verá reflejado en votos las próximas elecciones.
Lo verdaderamente preocupante es que los gobiernos emanados de todos los partidos se dediquen a alimentar estructuras electorales y no a mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, que su objetivo sea ganar elecciones y no el bien común y la justicia social.
Ese es el triste destino que se avizora en el país.
Para vencer al monstruo hay que alimentar y generar otro monstruo que pueda vencerlo, pero luego quedaremos a merced del monstruo nuevo y eso se convierte en un círculo vicioso muy peligroso.
Urge pensar en nuevos mecanismos jurídicos y democráticos que lleven a la muerte por inanición de todos los monstruos.
Sólo entonces los gobiernos podrán pensar en el beneficio colectivo, ejercer un estricto cumplimiento del estado de derecho y los ciudadanos podremos elevar nuestra calidad de vida.