La Voyager I es el objeto creado por humanos que se encuentra más distante de nosotros: fue lanzada hace más de 40 años y todavía sigue en funcionamiento, revelando nuevos datos sobre el espacio profundo. La nave llegó más allá de los límites del sistema solar y atravesó la heliopausa, nuestra frontera con el espacio interestelar, en el año 2012. Ahora, según un trabajo publicado en la revista Nature Astronomy, los instrumentos de medición de la Voyager I han detectado un zumbido constante procedente del gas interestelar, un hallazgo muy relevante puesto que se origina en una zona que teóricamente está vacía.
Desde 2017, la sonda ha detectado una emisión constante, persistente y duradera a una frecuencia muy baja. “Es un zumbido muy débil y monótono, porque está en un ancho de banda de frecuencia estrecho”, explica Stella Koch Ocker, la estudiante de doctorado de la Universidad de Cornell que descubrió la emisión al analizar los datos procedentes de la Voyager I. “Estamos detectando el zumbido tenue y persistente del gas interestelar”.
Estallidos solares y mucho más
La nave espacial Voyager I fue lanzada en septiembre de 1977. Desde entonces ha marcado varios hitos en la exploración espacial: en 1979 sobrevoló Júpiter, a finales de 1980 Saturno y en agosto de 2012 cruzó la heliopausa. Desde entonces, el sistema de ondas de plasma de la nave ha detectado diversas perturbaciones en el gas provocadas por el Sol, pero esta emisión es distinta y parece provenir de una cantidad de plasma mucho menor pero constante y que nos indica que en la supuesta nada del espacio interestelar también hay cantidades relevantes de esta materia. Se trata de una firma constante y persistente: “El medio interestelar sería como una llovizna”, explica James Cordes, autor principal del trabajo. “En el caso de un estallido solar, sería más bien como detectar un rayo en medio de una tormenta eléctrica para después volver a la llovizna”.
Según los autores, este trabajo permite mejorar nuestra comprensión sobre cómo el medio interestelar interactúa con el viento solar, y cómo la burbuja protectora de la heliosfera del sistema solar es moldeada y modificada por el entorno interestelar. Los científicos creen que este hallazgo demuestra que hay más actividad de bajo nivel en el gas interestelar de lo que se había pensado anteriormente, y que los datos que siga enviando la Voyager I (o las nuevas misiones espaciales al medio interestelar) permitirán rastrear la distribución espacial del plasma cuando este no está siendo perturbado por erupciones solares.
“El seguimiento continuo de la densidad del espacio interestelar es muy importante y nunca hasta ahora habíamos tenido la oportunidad de evaluarlo. Ahora sabemos que no necesitamos un evento fortuito relacionado con el Sol para medir el plasma interestelar”, explica Shami Chatterjee, otro de los autores.
Los autores recuerdan que la Voyager I salió de la Tierra haca más de cuatro décadas y que nos está enviando datos con tecnología de los años 70. “Científicamente, esta investigación es una gran hazaña, y un testimonio de la capacidad de la asombrosa nave Voyager I”, concluyen.