Antes, para hacer referencia a una ciudad atrasada y subdesarrollada solía llamársele peyorativamente “pueblo bicicletero”. Recuerdo cómo me irritaba cuando siendo yo estudiante en la Ciudad de México, por allá de finales del siglo pasado, mis compañeros capitalinos solían nombrar así a todo lo que fuera provincia, incluida mi ciudad natal, Saltillo.
Hoy en día los papeles se han invertido. Los pueblos que utilizan la bicicleta como medio de transporte son considerados como los desarrollados y los que utilizan el coche, sobre todo el de combustión interna, ahora son los subdesarrollados. Las obras magnas de infraestructura vial se perciben como males necesarios: qué bueno que existen, pero, como los hospitales y las cárceles, sería mejor no necesitarlas.
Según el INEGI en México poco más de 2 millones de personas utilizan la bicicleta como medio de transporte, muy poco si consideramos la cantidad de mexicanos que somos y si lo comparamos con países como Dinamarca y Holanda, en los cuales el 80 y 99% de sus habitantes, respectivamente, cuenta con una bicicleta y la utiliza con una frecuencia 5 o 6 veces superior a la nuestra.
Los beneficios de utilizar la bicicleta como medio de transporte son muchos. En lo personal, nos ayuda a mantenernos saludables, quemar calorías, bajar de peso, liberar endorfinas, reducir el estrés, tornear los músculos de las piernas y mejorar la circulación de la sangre. En mi caso, como ejemplo, nunca había estado tan delgado como en la época en la que fui estudiante en el Viejo Continente y tenía que moverme en bicicleta todos los días.
En lo colectivo, utilizar este medio reduce las emisiones de dióxido de carbono, mejora el medio ambiente, aminora el congestionamiento vial, libera cajones de estacionamiento y disminuye el estrés social. Por el lado que se mire, las ventajas son de peso.
Es cierto que nuestras ciudades, al igual que las de Estados Unidos, no están diseñadas de origen para el uso de la bicicleta. He ahí el reto de los nuevos planes y rediseños urbanos. Es una de las principales razones por las cuales las ciudades ya no deben expandirse hacia las periferias. La vivienda vertical, los usos mixtos y el rescate de los centros históricos abonarán al uso de este medio de transporte.
Y como en todo, no se trata de buscar radicalismos improbables, sino sanos equilibrios. No estamos hablando de una sustitución definitiva, sino una alternativa ocasional. Los coches se seguirán utilizando para trayectos largos, vacacionar, transportar a la familia o para los días lluviosos. No se trata de erradicar el uso de vehículos, sino reducirlo. Como polo de desarrollo de la industria automotriz nos conviene que así sea.
Las ciudades del futuro deberán integrar estos elementos en sus planes directores de desarrollo urbano. La sociedad deberá participar también, desde generando una cultura de respeto al ciclista hasta inculcando en sus familias la utilización de este medio de transporte.
Es responsabilidad de todos que nuestras ciudades se reconviertan y alcancemos pronto el tan anhelado estatus de “pueblo bicicletero”.