México no está en guerra como aparenta por el blindaje casi bélico que reviste sus principales ciudades, más espectacular en la capital donde edificios emblemáticos, monumentos y vidrieras son tapiados a cal y canto.
Tampoco es una emergencia por la cercanía de algún fenómeno climatológico, tan comunes en estos tiempos de agresión a la naturaleza, ni un recurso para preservar la integridad en fiestas masivas desastrosas, ahora pretéritas en tiempos de Covid-19.
Mientras ejércitos de obreros, técnicos e ingenieros con salarios extra emparedan Paseo de la Reforma, Juárez, el Eje Central, 5 de Mayo y otras avenidas del centro histórico cuyos nombres patrióticos las enaltecen, ya las redes sociales se inundan con melosos mensajes de amor a las mujeres por su Día Internacional.
El martilleo en el Zócalo donde son colocadas altas y metálicas bardas para ocultar el Palacio Nacional, la sede del gobierno capitalino y sus oficinas en edificios vecinos, excepto el frontal de La Catedral, contrasta de forma aguda con la ternura y solidaridad de los mensajes de felicitación.
Ante el despliegue y el alto costo del blindaje, el gobierno federal hace una aclaración pertinente: no es por las mujeres, a quienes apoyamos, sino por los infiltrados.
Puede que haya de todo, desde mujeres ingenuas hasta perversas pagadas y entrenadas para escalar con facilidad barreras, enfrentar con furia brutal a sus congéneres, solo diferentes porque visten uniformes de policía.
Pero más allá del muy sospechoso mercenarismo, hay un saldo descomunal en la violencia de género en México, el cual justifica que sus mujeres estén al límite de la disyuntiva de ser o no ser respetadas, igualadas, consideradas y emparejadas a los hombres en sus derechos y deberes, los cuales defienden hasta con las uñas.
Desde el Grito de Dolores en 1810, pasando por la revolución de 1910 y las transformaciones sociales, las Malinche estigmatizadas por la historia no existen, ni a las soldaderas heroicas o Adelitas hay que seguirlas en buques de guerra o en tren militar, porque están aquí, luchando en otro México insurgente, como se ve en miles de enfermeras que exponen sus vidas ante el Covid-19.
Al margen de las mercenarias infiltradas -y el mercenarismo se sufre en todas partes-, a las mexicanas les sobran razones para lanzarse a las calles porque es demasiada la carga de discriminación y violencia de todo tipo que llevan en sus espaldas.
Es increible que en pleno siglo XXI sean asesinadas cada día 10 mujeres, y otro tanto desaparezca o sean secuestradas, según cifras del movimiento feminista. Esa es la triste realidad actualmente.