Había una vez… un país donde no importa por quién votasen sus ciudadanos, las cosas nomás no cambiaban. Algo parecido a lo que sucede actualmente en México, donde la democracia es resbaladiza. Donde por más brincos para delante que se den, siempre acabas donde empezaste, en el mejor de los casos. Donde los partidos políticos se confunden en las elecciones. Donde doñas como la excelente actriz Carmen Salinas llegan a dizque legislar, aunque lo más relevante de su estadía en San Lázaro hayan sido los coyotitos que tan a gusto se echó en las sesiones legislativas.
A mi parecer, esta triste historia de la vida real comienza con el artero asesinato de Donaldo Colosio. El partido en el poder se tambaleó desde adentro. Justo en el momento en el que se le avienta una silla a Carlos Salinas durante el velorio de Colosio. Ahí, en los hechos, el partido en el poder deja de convertirse en un instrumento del presidente en turno y pasa a convertirse en un instrumento desechable del presidente en turno, de oposición o no.
En ese momento se inicia la era del grupo-banda en el poder, que sustituye de manera contundente al presidencialismo como eje de poder. Se utiliza la bandera neoliberal para instrumentar los cambios necesarios con el objeto de canalizar las estructuras políticas y económicas del país hacia los recovecos institucionales necesarios para alimentar de dinero y poder a los intereses del relativamente nuevo grupo-banda.
El plan del nuevo orden fue de diseño genial y ejecución magistral. No importa quién llegara a la silla presidencial, el nuevo orden se fortalecía y se perfeccionaba constante y consistentemente. En el terreno político, las elecciones sirven para legitimar las acciones del grupo-banda en el poder. En realidad, el voto que cuenta es el del grupo-banda y el país hasta se da el lujo de presumir un sistema democrático incorruptible y eficiente. En términos políticos, la primera acción fue que durante la campaña presidencial de 1994, el Jefe Diego se desapareció hasta que las encuestas lograron señalar a Ernesto Zedillo a la cabeza de la carrera presidencial. Ahí el mensaje fue claro: de ahora en adelante, si el grupo-banda quiere proteger sus intereses y así garantizar el flujo de dinero y poder a sus arcas, habría que sacrificar los intereses partidistas.
Desde la perspectiva económica, se utilizaría un enfoque pseudo neoliberal para modificar la legislación necesaria y amarrar los cambios indispensables para fortalecer los intereses del grupo-banda en el poder. Aunque todo este proceso se inicia a mediados del sexenio de Miguel de la Madrid. En otras palabras, a diferencia de Gorvachov en la Unión Soviética que lanzó al mismo tiempo las reformas económicas y políticas, México primero empezó con las reformas económicas y después llevo a cabo las políticas. La Unión Soviética dejó de existir y el México del grupo-banda floreció como nunca antes. A favor del grupo-banda, esto es.
El asesinato de Colosio marcó el inicio del cambio político y el PRI fue sacrificable sin problema alguno cuando llegó Fox. El grupo-banda sobrevoló sin problema alguno los sexenios de Fox y Calderón. Es más, se fortaleció con esos dos presidentes, hasta la llegada de Peña Nieto: todo llegó a funcionar de maravilla, el paraíso terrenal para el grupo-banda en el poder.
En el terreno económico, una ola de privatizaciones de sectores altamente rentables y estratégicos fue el resultado directo de un cambio sistémico de las reglas del juego en el legislativo. Los intereses de la nación fueron eclipsados por un esquema monopolístico de intereses de un grupo-banda en el poder. En el terreno político, la maquinaria funcionó a la perfección. México seguía siendo un país democrático y no importa quién ganase las elecciones, el grupo-banda en el poder era el gran beneficiado, el que cortaba las rebanadas más grandes del pastel para beneficio propio. Los partidos de izquierda, centro y derecha perdieron color e identidad propia paulatinamente, elección tras elección. La mexicana se convierte en una democracia de plástico desechable, que a punta de cañonazos de billetes legisla y legisla, sin ni siquiera leer lo que se votaba.
En el terreno social, los efectos serían aún más severos. La elite se fortalecía mediante un claro y cínico nepotismo, los políticos a su vez se convirtieron en fichas desechables, el crimen organizado hizo su triunfal entrada y cada vez se dedicó a controlar más territorios económicos y políticos. La época de oro del chayote entre los medios de comunicación y la academia también se materializó. La corrupción surgió como medio de cambio en la relación gobierno-sociedad, garantizada e incentivada por una impunidad sin par: todos los rincones del sistema judicial, desde el que imparte justicia hasta el que la implementa, es afectado… Y la abrumadora mayoría le entra, sin empache alguno.
Y luego llega López Obrador y la 4T. Indiscutiblemente se da un rompimiento de facto con el grupo-banda en el poder (o la mafia en el poder, como él la llama). El discurso es perfectamente racional y consistente a ese respecto. A tal grado que gana la presidencia en su tercer intento. Los discursos siguen, pero las acciones han quedado cortas. Hay que esperar a que acabe el sexenio para poder ver los alcances del proclamado cambio, pero… tiene las probabilidades en contra. El eje central de acción del grupo-banda en el poder, corrupción e impunidad, corre el riesgo de permanecer intacto después de seis años de 4T.
Probablemente Peña Nieto tenía razón cuando afirmó sin empacho que la corrupción era ya un factor cultural en México… Al final del sexenio de López Obrador el grupo-banda habría superado la prueba de fuego y sobreviviría el paso de una especie de huracán de gobierno bueno de izquierda. Lo cual sólo significa una cosa: la verdadera lucha del grupo-banda será interna, por la sucesión, como en los viejos tiempos. Bajo esta perspectiva, las elecciones intermedias que vienen en junio no cambiarían nada en el país, al igual que las elecciones del 2024. El único cambio podría venir de una guerra civil y nada civilizada en las mismísimas entrañas del grupo-banda en el poder.
La 4T lucha contra el tiempo, pero también lucha contra una estructura de corrupción e impunidad generalizada en los terrenos económico y político de la nación. Esta estructura tardó 36 años en construirse y no será nada fácil extirparla del devenir nacional. De entrada, habría que empezar por el origen del problema: el sector educativo. Durante más de 36 años la educación promedio del mexicano avanzó en franco declive, por no decir en que cayó en picada. ¿De dónde va a sacar la 4T los cuadros y los funcionarios para reestructurar el cambio de manera realista y eficiente, y a su vez combatir la corrupción y la impunidad de la clase política a nivel nacional? ¿De dónde los va a sacar si la mayor parte de esos cuadros y funcionarios son el mismísimo producto directo de un esquema educativo fallido?
He ahí la magia del grupo-banda en el poder. Al tronar la educación de un país durante más de 36 años, el que no tuvo dinero, no tuvo acceso a una buena educación, sobre todo a nivel básico. Sin educación… ¿Quién puede ponérsele enfrente al grupo-banda en el poder y decirle “no” a la corrupción? Sin educación ¿quién puede presentarse como una verdadera opción de cambio en cualquier elección en el país? Sin educación ¿quién puede constituir un verdadero partido político que aspire concretamente al cambio una vez en el poder? Sin educación ¿cómo se resuelve el problemón que representa la impunidad institucional?
Entonces se crea una elite que, por un lado, guía los destinos nacionales mediante la docta manipulación de las reglas del juego en el legislativo y que implementa desde el ejecutivo, sin problema alguno, políticas públicas que garantizan el flujo de dinero y poder hacia el grupo-banda. Por otro lado, “a nivel de cancha”, la elite también es conformada por otro grupo que prefiere ser más directo en su accionar sin necesidad de pasar por lo tortuoso de cualquier tipo de educación y cuyo modus operandi es plata o plomo.
Después, aparentemente, el hambre se junta con las ganas de comer y poco a poco se van tejiendo alianzas entre los señores de la plata/plomo y la elite política y de autoridad en el país, a nivel tanto local, como estatal y nacional. Primero como socios y luego como patrones los primeros de los segundos, pues aterrizamos en el México de hoy. Un México donde el que no transa no avanza y donde lo que sale sobrando a todas luces es la educación.
De veras, ante este panorama, yo me doy por bien servido si el último día del sexenio de AMLO, el secretario o la secretaria de Educación se para enfrente del presidente y le dice firme, asertiva y orgullosamente las siguientes palabras: “Señor presidente, ¡misión cumplida! Todos los niños de sexto de primaria del país saben leer y escribir, además de dominar las matemáticas a nivel básico y de entender lo que leen…” Hasta ese entonces la democracia podrá ser reconstruida, poco a poco, como una institución sólida y cero desechable.