Órale Politics! – I love you
Por Gustavo Cano
Nunca me imaginé escribir sobre el amor y la amistad con motivo del 14 de febrero. No es mi tema, ni encaja en mi estilo. Si esto hubiese sucedido durante los sexenios de Peña Nieto o Calderón, simple y sencillamente hubiese sido una pieza que me hubiese hecho ver como un tonto de primera línea, por no mencionar la palabra que en realidad estoy pensando.
Pero en tiempos del peje el asunto adquiere una relevancia muy particular. Pero empecemos por el día en sí, el famoso 14 de febrero. El mercantilismo se ha apoderado de la fecha de una manera mezquina. Si el o la susodiche no le lleva un regalo al o a la otre se arma un merequetengue de miedo. “Es que no te importo”, “es que no me quieres”, “no valgo nada para ti” … Y de ahí no baja el pleito que seguramente será recordado para siempre y hasta el final de los tiempos. En caso de que la pareja siga junta, porque cero detallitos el 14-2 es una oportunidad de oro para cortar la relación.
El 14-2 ha sido una fecha importante, dependiendo del año: 1076, el papa en turno excomulga al emperador romano en turno; 1349, masacre de judíos en Estrasburgo, Francia; 1899, las máquinas de votación son aprobadas para ser usadas en elecciones federales estadounidenses; 1919, da comienzo la guerra entre la Unión Soviética y Polonia; 1929, Al Capone se avienta a la conciencia la masacre del día de San Valentín en Chicago; 1946, el Banco de Inglaterra es nacionalizado; 2005, el primer ministro de Líbano es asesinado en Beirut con 1000 kilitos de TNT; 2008 y 2018, masacres estudiantiles se llevan a cabo en los Estados Unidos. También, aparentemente el 14-2 cumple años Youtube.
Regresando a México, me llama mucho la atención que el mexicano promedio eche toda la carne al asador un solo día y que los otros 364 pues ahí medio se acuerde del amor. Es una especie de rite de passage eterno y surrealista el rollo de que no importa cuánto amor haya habido durante el año, si el 14-2 no hubo flores o cenita cara o regalito chido… pues “ya no me quieres”, “quién sabe con quién andas…”, etc. O al revés, sólo se acuerdan de la media naranja una vez al año con regalos que se paga con dinero que no se tiene, lo cual es peor. Y todo esto sin mencionar los tristes capítulos de violencia doméstica que generalmente toman lugar cualquier día del año y que se coronan con el criminal e infame: “te pego porque te quiero…” y se remata en el confesionario con el rollazo de “es la cruz que te tocó cargar mija”.
En lo personal creo que es relativamente sencillo amar diario, siempre y cuando uno tenga a alguien a quien amar. Esto es, mostrar el amor que uno siente por otra persona de manera continua y cotidiana, sin presiones, sin esperar nada a cambio. Cero expectativas, pues. Ahora sí, como los monitos cursis del Yesteryear: Amor es… lavar los trastes, cuidar a los hijes durante el confinamiento de la pandemia, bañar a los perros, hacer agua de limón, llegar de sorpresa con tamales a la casa, traer de sorpresa también unas flores sin motivo alguno, dar un beso feliz en el cachete, dejar dormir tarde a la pareja los domingos, cocinar exquisito-pueblo en el almuerzo y gourmet francais por la noche en los sábados, ver una buena película juntos, comprarse un helado y ponerse a caminar por las avenidas de la gran ciudad tomados de la mano; decirle al ser queride: te amo y despedirse de beso en los labios por las mañanas, desearle lo mejor de lo mejor al otre, etc. Creo que también es amoroso hacerle caso a la Real Academia de la Lengua Española y evitar escribir el otre, hijes, queride o susodiches, ya que son palabras que todavía no existen en español.
Y viene entonces el amor más importante de todos, haciendo a un lado el amor a la madre entre mexicanos, por supuesto: el amor propio. La cultura judeocristiana, junto con cientos y cientos de años de una mala educación y una histórica falta impresionante de autoestima, nos ha impuesto a los mexicanos esta falsedad que amarse a sí mismo es puro egoísmo. Y no, el respeto hacia uno mismo comienza con el amor propio. Imposible amar a los demás o incluso a dios si uno no se ama a sí mismo: uno no puede dar lo que no tiene, así de fácil.
Y aquí es donde entra el Peje. En su última campaña presidencial un tema recurrente fue el amor. Amor y paz, abrazos y no balazos, cerraditas cariñosas de ojo al pueblo bueno, cero venganza y harta justicia… Una buena parte de los electores apreciaron de sobremanera el hecho de que no se anduviese peleando de pueblo en pueblo el Peje. Y que va ganando las elecciones… ¡Juárez bendito! Y que surgen dos grandes dudas: ¿Cómo le va a hacer para cumplir lo que prometió? ¿Qué hacer con tanto amor? Lo primero pues habrá de esperar a que acabe el sexenio y ver lo que pudo o no cumplir. Eso de acabar con la corrupción creo que es una noble utopía, casi casi de tinte amoroso, así que por ahí no va.
En relación a lo segundo, pues la respuesta es nada. Absolutamente nada. Para que el amor florezca, además de una buena dosis de amor propio, se requiere correspondencia. Y yo no veo ningún tipo de amor floreciendo desde o hacia el gobierno federal. Muy al contrario, en estos tiempos electorales, pues como que todo esto se ha convertido en una guerra de plátanos entre chimpancés, en el mejor de los casos. La oposición ya empezó con sus mensajes al cuello, con verdades a medias o mentiras cínicas y alianzas al más puro estilo del Peje: de chile, de manteca, de azúcar y de odio (en lugar del amor del Peje, pues). Del lado de la 4T, su propio mosaico de alianzas eclécticas hace que se pisen los callos entre ellos. Ese pedacito de propaganda electoral del Partido del Trabajo de que el personal de salud no come de aplausos es un buen platanazo a la cara de los esfuerzos del gobierno federal de medio taparle el ojo al macho, tratando de consentir más que compensar a los verdaderos héroe4s amorosos de la pandemia: los médicos y el personal médico nacional.
Más bien veo manifestaciones concretas de amor político, si es que eso existe. El amor del presidente por el ejército; el amor de la 4T por políticas públicas que no saben plantear y más o menos las saben implementar; el amor de los partidos políticos por el presupuesto amigo en tiempos de elecciones; el amor del crimen organizado por el control de cualquier nivel de gobierno; el amor de la FGR por atrapar y atrapar a pillos sin resultados concretos; el amor del presidente por darle prioridad a la recuperación económica sobre la atención de la salud del pueblo bueno en tiempos de pandemia; el amor por la libertad del peje, mismo que ha provocado que México sea el país #3 en el mundo con mayor cantidad de muertos por el Covid 19; etc.
Y así nos podríamos seguir de aquí hasta el fin de la pandemia citando amores y desamores, pero creo que lo ideal es ser conscientes que amar es exclusivo de los seres humanos. Y eso nos hace únicos, además de irrepetibles. Cada amor tiene lo suyo: el amor entre enamorados, el amor entre padres e hijes (¡Diantres, lo volví a escribir!), el amor entre hermanos, el amor a lo largo del espacio y a través del tiempo, el amor hacia el hoy, el amor que es incansable, el amor que acepta de manera incondicional, el amor hacia los médicos y personal de salud, el amor que destruye imperios, el amor al primer amor, el amor del olvido, el amor al conocimiento, el amor al raciocinio, el amor al último minuto de la existencia… ¿Y el amor más burro de todos? Sí, cómo no: el amor por Donald J. Trump.