El 28 de agosto de 1789 en la Asamblea Constituyente de Francia se estaba teniendo lugar la votación sobre el poder que debía tener Luis XVI.
Cuenta la historia que el debate desatado en la asamblea, integrada tanto por seguidores de la Corona como por revolucionarios interesados en tumbarla, era tan acalorado y pasional que los contrincantes se terminaron ubicando estratégicamente en la sala según sus afinidades.
De un lado, en las sillas ubicadas a la derecha del presidente del organismo, se sentó el grupo más conservador.
Del otro lado, en las sillas de la izquierda, se comenzaron a reunir los revolucionarios que tenían una visión opuesta.
Eran los más progresistas de la sala, los que pedían un cambio de orden radical.
Luego, en el siglo XX, la división se manifestó hacia lo económico, con la derecha a favor de un mercado liberal y la izquierda por uno regulado.
Durante una buena parte del siglo XIX, los términos izquierda y derecha fueron únicamente usados por políticos. Y según el politólogo Brechon, una cosa trajo a la otra, la popularización de los términos izquierda y derecha “estuvo ligada a la politización progresiva de los individuos y a la elevación del nivel educativo de las sociedades desarrolladas”.
Así, más de 230 años después, la polarización termina por recordar a ese escenario dicotómico, de polos opuestos en el que estalló la Revolución francesa.