Ayer, Joe Biden se convirtió en el presidente #46 de los Estados Unidos. La pesadilla ha llegado a una pausa. Aunque no se ha acabado del todo. En un descuido, esto se convertirá en una película de terror coreana: justo cuando uno cree que las cosas horribles ya acabaron, es justo cuando el verdadero terror comienza…
Trump estuvo cerca de repetir un segundo mandato, lo cual hubiera sido catastrófico para las instituciones democráticas estadounidenses. Un régimen político democrático cuyo jefe del ejecutivo escupió sin empacho alguno más de 25,000 mentiras o aserciones engañosas en cuatro años de ninguna manera podría aguantar otras 25,000 mentiras. La democracia colapsaría tanto en sus ideales como en sus instituciones.
Y digo que esto está en pausa porque Trump se transforma por arte de magia en Donald X, un ciudadano mediocre más. Mientras que el trumpismo, con todo y sus teorías conspiratorias, actos racistas y estupideces anexas, se queda bien metido en la cabeza de la mitad del electorado estadounidense.
Las cosas ciertamente estarían peor. De no ser por la acción concreta de las redes sociales, principalmente de Twitter y Facebook, de retirarle las cuentas personales a Trump y a tanto nido de teóricos de la conspiración y supremacistas blancos, definitivamente el riesgo de que se hubiese dificultado la toma de posesión de Biden se hubiera disparado, sobre todo porque todos los censurados generalmente están armados hasta los dientes y la violencia armada está a la orden del día en los USofA. De hecho, los cuatro siguientes años de Biden y de Harris estarán marcados por el constante riesgo de sufrir atentados en contra de sus personas.
La censura ejercida por los Big-Tech ha generado un debate muy interesante. ¿Hasta qué grado una red social puede censurar al jefe del ejecutivo de un país sin consecuencia alguna? ¿Son las redes sociales más poderosas que los gobiernos? ¿Y qué significa esto para la democracia en el mundo?
Los primeros en rezongar a este respecto fueron López Obrador y Ángela Merkel. De una u otra forma, los dos mandatarios manifestaron su desacuerdo sobre las acciones llevadas a cabo por Twitter y Facebook, entre otras redes sociales. Su principal argumento era que las redes sociales no podían censurar al ejecutivo de ningún país porque ese era un asunto de Estado y carecían de facultades para hacerlo.
En lo personal, y hasta donde yo entiendo, no creo que las redes sociales hayan censurado al ejecutivo estadounidense; en realidad retiraron el privilegio de uso de cuenta personal a un tal Donald X, ya que éste había violado las condiciones de uso de las redes, además de considerar su narrativa muy incendiaria, sobre todo después de lo sucedido el 6 de enero en el Capitolio. La cuenta del presidente de los Estados Unidos jamás fue retirada de circulación, al menos en Twitter. En este sentido, las redes sociales actuaron responsablemente. Al cerrar las cuentas de Donald X, yo considero que se evitó una potencial catástrofe de violencia electoral en el país más poderoso del planeta. Y más aún, su democracia, por más chafa que ésta sea, se hubiera visto profunda y permanentemente afectada…
Por otra parte, si las redes se hubiesen esperado a que el propio Estado estadounidense se hubiese encargado de intervenir el asunto, pues la retórica incendiaria y provocativa nunca hubiese finalizado. Creo que sería bastante ingenuo pensar que Trump se hubiese encargado de retirar de las redes sociales al mismísimo Donald X.
Lo hecho por FB, Twitter y anexas fue lo correcto, no obstante aquí hay que aplicar la de un ojo al gato y otro al garabato: las redes sociales acaban de demostrar que le pusieron un hasta aquí al presidente del país más poderoso del planeta. Lo cual deja abierto a la imaginación e interpretación de los amables lector y lectora sobre todo el potencial de acción y poder que puedan ejercer las redes sociales en un momento histórico dado de cualquier país sobre la faz de la tierra.
Lo anterior es la principal razón por la que China y Rusia mantienen un férreo control sobre las redes sociales que utilizan sus respectivos ciudadanos. Juntando las posiciones de López Obrador, Merkel, Putin y Xi Jinping podemos concluir que las redes sociales, privadas o públicas, en realidad son un asunto de Estado. La manipulación a través de las mismas se puede dar a nombre de una empresa privada con junta de accionistas o a través de un gobierno centralista cuyo proceso de libertad de expresión le importe un bledo.
Más aún, las redes sociales pueden ser una herramienta de política exterior, cuyo accionar de un país sobre otro bien podría ser catalogado como un acto de guerra en un futuro no muy lejano. Reflexionemos: en el caso estadounidense, el contagio mental de tanta estupidez apunta hacia las redes sociales, prácticamente sin regular por el Estado estadounidense. ¿Es posible considerar seriamente que alguna otra potencia mundial haya manipulado el contenido político de las redes sociales en los últimos 8-12 años de los Estados Unidos para beneficiarse a sí misma en terrenos de política exterior y perjudicar a los estadounidenses en política interior? (Tip: Moscú no cree en lágrimas)
En relación a esto último, también hay que considerar que la democracia es tan sólo un sistema político más para distribuir el poder en una sociedad. La democracia es frágil y está llena de defectos pero, hoy por hoy, es la mejor manera que el ser humano ha empleado para repartir el poder a través del tiempo en el Estado-nación. Los ingenuos que proclamaron el “fin de la historia” a finales de los 80s, no tenían idea sobre el poder real de las ideas.
En la actualidad tenemos dos tipos de regímenes: democráticos con libertad de expresión en las redes sociales y autoritarios sin libertad de expresión en las redes sociales. Los principales exponentes del primer grupo se ubican en los Estado Unidos, Europa y algunos países asiáticos; los del segundo grupo principalmente son China y Rusia. El resto de los países del planeta, sobre todo los del tercer mundo, se ubican en una especie de revoltijo medio tecnológico y de sistemas políticos de subsistencia, tal como México: cero control o posibilidades de control sobre las redes sociales, pobre infraestructura tecnológica para desarrollar las propias y una democracia más de nombre que de acciones.
Y luego llega el Covid 19.
Habrá países cuyo sistema político se modificará profundamente en los próximos 5-15 años a causa de la pandemia. Algunas democracias y/o países definitivamente dejarán de existir. De hecho, yo considero que las redes sociales (privadas o públicas) son las que tienen más probabilidades de sobrevivir o incluso de salir fortalecidas por el impacto de la pandemia en la economía global. El cambio climático también será un factor determinante a este respecto.
La democracia no es un matrimonio político permanente entre sociedad y gobierno. Hay que ser realistas: puede o no estar con nosotros y el cambio se puede dar de la noche a la mañana. Lo que acaba de suceder en los Estados Unidos es prueba fehaciente de cómo una democracia en un país poderoso se puede deteriorar en cuestión de semanas. En el caso concreto de los Estados Unidos, para dejar de ser una Mickey Mouse Democracy, hay que modificar la estructura y procesos democráticos de la Unión, sobre todo lo relacionado con el Colegio Electoral. Sigo sin entender cómo es posible que en el país más poderoso del planeta el candidato o candidata que gana las elecciones presidenciales puede llegar a perder a la hora de contar los votos. La mayoría a la orden de la minoría: ¿Es eso democracia?
¿Y qué hacer entonces con las redes sociales, el internet, Youtube y todo lo demás? ¿La libertad como idea se ha convertido en el peor enemigo de la democracia como institución?