Y bueno, los Estados Unidos se hallan sumidos en una espiral de miedo-terror político que usualmente no se vive dentro de sus fronteras. Generalmente los estadounidenses, mediante intervenciones de los Marines y la U.S. Army y gracias a un poderío militar sin igual, se la viven impartiendo miedo alrededor del mundo desde su surgimiento como Estado-nación en el continente americano.
Únicamente en el siglo XX tenemos tropas estadounidenses interviniendo y ondeando su bonita bandera, bajo diferentes pretextos, en los siguientes países: México, Cuba, Nicaragua, Haití, República Dominicana, Rusia, Indochina, Corea, Irán, Laos, Líbano, República Democrática del Congo, Vietnam, Tailandia, Bolivia, Camboya, Zaire, Afganistán, Granada, Libia, Panamá, Somalia, Bosnia, Herzegovina, Serbia y Sudán. El factor común (aunque no el oficial) para justificar la intervención en la mayoría de los casos fue defender sus intereses.
Algunos de estos países se vieron intervenidos dos veces. La lista se elaboró sin tomar en cuenta la participación estadounidense en la primera y segunda guerras mundiales, la Guerra del Golfo y las operaciones encubiertas de la CIA en un buen de países.
En todos estos lugares eran los estadounidenses los que propagaban el miedo… Aparentemente, el estadounidense promedio a través de su historia vence su miedo matando a extranjeros en su propia tierra, jamás en la propia. Las excepciones históricas al respecto fueron Pearl Harbor y Pancho Villa.
Esto es, los estadounidenses no son ajenos al miedo político de la guerra, nada más que en la mayoría de los casos se han hallado del lado ganador. Actualmente los estadounidenses se hallan atrapados en el peor de los miedos políticos: el de compadre contra compadre, el que genera una profunda desconfianza que cuesta generaciones enteras superarla, el que destruye al de junto y a uno mismo. Hoy por hoy, y sin miedo a exagerar, Estados Unidos está más cerca que nunca de un conflicto interno generalizado implosivo, mejor conocido en el siglo XX como guerra civil.
Existe una gama impresionante de tipos de miedo, pero el miedo a la muerte es el padre o madre de todos los miedos. El cristianismo se levanta vigorosamente entre las religiones modernas por haber proclamado que venció a la muerte. No obstante, cualquier cristiano, por más que refrende su creencia en un más allá lleno de vida y felicidad eternas, pues como que le da ñáñaras primero tener que morir para iniciar el viaje a la patria celestial. El miedo desaparece cuando uno muere, supongo. Los miedos se generan en la infancia, al ser trasmitidos por los adultos a cargo del cuidado y educación de los infantes. Que si no te duermes ya, va a llegar el coco en la noche y te va a comer. Que si le vuelves a decir así a la abuela, te lavo la boca con jabón… Y el niño o la niña empiezan a asociar el miedo con el castigo. No hay miedo efectivo si no hay castigo efectivo.
Aunque, en honor a la verdad, el chip del miedo lo tenemos integrado desde el día uno de nuestra existencia. Forma parte de nuestro instinto de sobrevivencia. Si el tátara tátara tatarabuelo no le hubiese tenido miedo hace 10,000 años al león que estaba en la entrada de la cueva, pues el que aquí escribe no estaría escribiendo lo que escribe. Gracias a un miedo relativamente controlable es que planeamos lo planeable, sobre todo a la hora de defendernos de animales o de personas o de cualquier amenaza. Los miedos incontrolables nos controlan a nosotros y generalmente llegan para quedarse. El miedo en esencia paraliza, de ahí que sea tan peligroso. Una vez paralizado, el individuo lleno de miedo tiende a reaccionar de forma irracional y violenta. Le sale lo animal y tiende a confiar en sus instintos de ataque y defensa, mismos que son desproporcionados, ya que generalmente el individuo no los usa, por lo que no sabe usarlos en un momento dado y generalmente se le pasa la mano, matando al de enfrente por motivos completamente irracionales.
Cualquier miembro veterano de los grupos de doce pasos (Alcohólicos Anónimos, Al Anon, Comedores Compulsivos, Adictos Anónimos, Neuróticos Anónimos, etc.), puede identificar el caminito que sigue del miedo en el comportamiento del individuo: miedo – enojo – violencia. Tarde o temprano sucede, nada más es cosa de esperar sentado a que suceda. O evitar que suceda uniéndose a un grupo de doce pasos y trabajar el Programa, no nada más quedarse sentado en las juntas esperando a que no suceda el famoso caminito.
Pero el miedo político presenta matices diferentes en su manifestación, no obstante el caminito es el mismo. En el caso estadounidense, el miedo político siempre ha estado presente, aunque en su modalidad de controlable. De hecho, el miedo es un componente esencial para entender el devenir de la política. No únicamente gana el más hábil y el más fuerte, sino también el que tiene menos miedo o el que lo controla mejor, siempre a su favor.
En Estados Unidos, las teorías conspirativas y las fake news hacen crecer el miedo de la gente en un caldo de cultivo lleno de mentiras e historias alucinantes que poco a poco provocan que la gente tenga miedo, se enoje y se torne violenta conforme la realidad desafía sus creencias. Casi la mitad de los estadounidenses tienen el cerebro sumergido en estas peligrosas estupideces y traen en jaque al sistema político estadounidense. Sobre todo si consideramos que la mayoría de estos estadounidenses están armados hasta los dientes.
El miedo es tal que una enardecida multitud de vagos casi toma al Capitolio estadounidense con todo y Representantes y Senadores dentro. El miedo es tal que actualmente, con vistas a la toma de posesión de Joe Biden el próximo 20 de enero, la Guardia Nacional, armada hasta los dientes, pernocta en los pasillos del Capitolio y está lista para un agarrón de miedo contra los conspirativistas. El miedo es tal que ya se prepara la defensa de los Capitolios de los 50 estados. El miedo es tal que los ocho militares más importantes de los Estados Unidos tuvieron que aclararles a las tropas de todo el país que ellos estaban ahí para defender la Constitución (no al presidente) y que el próximo 20 de enero Joe Biden iba a tomar posesión de la presidencia haiga sido como haiga sido…
El miedo que actualmente se respira en los Estados Unidos es del que paraliza, enoja y explota violentamente. Aunque hay acciones que tratan de romper el caminito y hay que decirlo: las medidas de Twitter, Facebook y anexos en las redes sociales de censurar al presidente Trump han mostrado ser las correctas, ya que evitan una mayor confrontación, al menos por el momento. Y es que en una democracia hay que distinguir entre libertad de expresión y libertad de discurso destructivo. La primera debe ser respetada a toda costa. La segunda debe ser limitada y, de ser necesario, prohibida. La línea divisoria entre la primera y la segunda no es sencilla de trazar, pero tampoco es imposible. El discurso destructivo destruye la democracia, la libertad de expresión la construye y refuerza.
Alemania es un buen ejemplo al respecto. Plantea claramente los parámetros sobre qué se permite decir y sobre lo que no se puede ni tolerar: negar el holocausto es un crimen y todo aquello que se refiera positivamente al nazismo es prohibido y censurado. Y no por eso Alemania deja de ser una democracia. No por eso Alemania deja de tener grupos pro nazis. Alemania tiene la suficiente madurez política para vencer sus miedos, tanto pasados como presentes. Estados Unidos no ha podido dar ese paso, prueba de ello han sido cuatro años de absurdo, conspirativista y mentiroso trumpismo.
A todo esto hay que agregarle el miedo y la incertidumbre generados por el Covid 19. Estados Unidos es el país más afectado por la pandemia. El miedo no deja que sus ciudadanos y políticos se pongan de acuerdo para que puedan defenderse conjuntamente al 100. Los Estados Unidos, desde una perspectiva de Estado-nación van perdiendo la batalla: para combatir la pandemia, observando los países más exitosos a este respecto, es necesario que la elite gobernante alcance un acuerdo sobre lo que hay que hacer en términos de políticas públicas; también es importante que la sociedad se ponga de acuerdo entre sí sobre qué medidas tomar para lidiar de la mejor manera con la pandemia; y finalmente, es necesario que la sociedad y el gobierno lleguen a acuerdos mínimos sobre cómo proceder ante esta situación de emergencia. Estados Unidos no ha logrado ninguno de los tres consensos, por eso está como está.
En los próximos días se verá de qué lado masca la iguana en la recién estrenada Banana Republic.