Está por cumplirse el primer tercio de la administración presidencial de Andrés Manuel López Obrador. Son varias las características que han distinguido el desarrollo de estos primeros dos años y que han ocupado, como no se había visto en las últimas décadas, a la tarea periodística en el decir y el hacer de la figura presidencial.
Esto es así dada la innovación del presidente de la república en su forma de comunicarse con la sociedad, y no me refiero únicamente a la utilización de las conferencias mañaneras, en donde realiza un extraño ejercicio de propaganda política combinado con reafirmación personal, sino también al deliberado esfuerzo presidencial por mantener centrada la atención de la opinión pública sobre su persona y los calificativos con los cuales, de manera recurrente, se inviste, así como la forma somera y breve en que da cuenta de los graves problemas nacionales que el país presenta durante momentos espaciados del discurso político presidencial que constituye la materia prima de las largas conferencias matutinas.
Los resultados de la gestión pública se han convertido en un tema deliberadamente soslayado de la retórica presidencial que, cuando se aborda, se hace mediante juicios de valor o frases hechas que se repiten una y otra vez para inhibir el análisis objetivo de los mismos.
En esta intención inflexible del presidente se gesta también una característica de la narrativa presidencial que ha permeado al gabinete cuando se tratan los graves problemas que enfrenta la nación: El uso recurrente de la mentira y de verdades a medias para construir una realidad alterna a la que cotidianamente enfrentamos los mexicanos, lo que se ha convertido en el guión básico de todo mensaje gubernamental.
Así, la pandemia del coronavirus, que es ya un drama social, se nos presenta como un triunfo de la política sanitaria de la cuarta transformación y se nos insiste en que el manejo de la pandemia implica un orgullo para México, que se ha convertido en un“ejemplo para el mundo”, sin importar las cifras oficiales que, aun maquilladas, muestran una tragedia de enormes magnitudes que no deja de cobrar un número terrible de vidas mexicanas todos los días.
Constantemente, se insiste en negar la existencia de la debacle económica que significa la pérdida de una década de crecimiento y que se extenderá durante los próximos cuatro años, dada la falta de empatía gubernamental con la inversión privada y la falta de medidas anticíclicas que el propio Secretario de Hacienda y el Jefe de la Oficina de la Presidencia han urgido a adoptar, asegurando (contra toda evidencia) que “ya se ve la luz al final del túnel”.
Los trascendentes compromisos de campaña como la lucha contra la corrupción, la impunidad y la violencia criminal no tienen mejor suerte. La actuación de los órganos de gobierno responsables de dar cumplimiento a estas demandas de la sociedad y que en buena parte orientaron el voto que otorgó al actual Presidente la posibilidad de trascender en la historia nacional que obsesivamente buscó, han pasado de la ineficiencia al encubrimiento, significándose en este triste papel la Secretaría de la Función Pública, la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana y la Fiscalía General de la República. Estas dependencias han convertido la manipulación de las estadísticas y las afirmaciones sin pruebas verificables en recursos comunes para sustentar supuestos avances en sus encomiendas, aunque la realidad y todas las evidencias públicas señalen que, al contrario, lejos del progreso anunciado, lo que hay son severos retrocesos.
Este uso abusivo de la mentira en la narrativa gubernamental, que se ha extendido a los diferentes actores gubernamentales y políticos en un indeseable efecto pedagógico de estulticia política, tiene también un objetivo perverso para el debate público al suprimir los argumentos, la técnica y la ciencia del análisis de los graves problemas nacionales, reduciendo a la opinión publica a consumir exhortos mesiánicos y a esperar el advenimiento de un México justo y feliz que se asegura está en gestación.
En este punto, podría parecer que el asalto de la 4T a la vida nacional ha llegado a un límite insuperable, sin embargo, sólo han pasado dos años de esta administración y aún les queda mucho México por “transformar”.