Fueron 62 segundos que levantaron indignación como una ampolla: en la campaña turística #MomImInAcapulco, el Acapulco tradicional había sido sustituido por una visión frívola del hermoso puerto de Guerrero. Para miles, el problema fue en las imágenes del spot, pero el peligro estaba en una frase aparentemente inofensiva: “No hay reglas”.
El comercial buscaba atraer el turismo de lujo, que en la década de los 50 hizo de Acapulco el sitio más codiciado del mundo; un puesto que fue perdiendo a medida que otros lugares del planeta comenzaron a brillar con fuertes inversiones gubernamentales. Cuando la crisis en México apagaba a La Joya del Pacífico, se necesitaron nuevas estrategias para atraer a los turistas, y una de ellas, en los 90, fue la decisión de suprimir, en los hechos, el bando municipal que regulaba el comportamiento de habitantes y visitantes. Si eras turista, las reglas no aplicaban para ti, en aquel nuevo Acapulco. Se podía beber en las calles, hacer fiestas escandalosas o manejar a toda velocidad por la costera. Ese era el encanto en un puerto entregado al placer, no había reglas. Pronto, esa ausencia de ley, hizo que Acapulco se infestara de pedófilos y pederastas, seguros de que las leyes mexicanas los protegían, si venían a gastarse su dinero. Ellos hicieron de Caleta y Caletilla, el Parque Papagayo, los bares de la avenida Miguel Alemán, y los yates de la Zona Diamante, sus escondites para tener las relaciones sexuales con niñas y niños que no podían tener en su país. El turismo sexual atrajo padrotes, que a su vez llegaron con drogas, armas y negocios ilícitos, que después absorbieron los cárteles de las drogas. El resto es historia: Guerrero hoy es un destino rojo con un altísimo índice de prostitución infantil.
En contraste, el país vio esta semana un hecho inédito en otro emblemático destino turístico: el inicio del juicio por una de las redadas contra la explotación sexual más grandes en la historia de la zona Cancún-Playa del Carmen.
Lo inusual fue que una decena protestó afuera de los juzgados, donde 13 personas eran imputadas por manejar negocios de prostitución forzada, a donde habían llegado 21 mujeres extranjeras, con la falsa promesa de un trabajo junto al mar. Gracias a la presión ciudadana, las autoridades de Quintana Roo estuvieron a la altura del caso; hoy los presuntos responsables están en prisión aguardando una sentencia, mientras que las víctimas han recibido la ayuda necesaria para volver a sus países.
El contraste entre Acapulco y Cancún-Playa del Carmen deja ver con claridad los resultados de dos estrategias distintas: la impunidad cuando no hay reglas, y la justicia, cuando los ciudadanos obligan a cumplirlas. En los lugares sin ley, quienes la pasan bien son las redes de tratantes y sus clientes, no las niñas y niños.