En los últimos años hemos sido testigos de cambios vertiginosos en todos los ámbitos, en esta columna ya hablamos de la transición democrática, de la impunidad y en contrapartida, la esperanza.
Nos preguntamos de manera constante que es lo que impulsa tales cambios y mantiene la expectativa de las personas y de la colectividad; es decir, siempre existe algo más que nos empuja a ver y hacer las cosas de manera distinta.
De un lado negativo encontramos la molestia social, el rencor, producto de la falta de oportunidades y esto puede ser un ingrediente que, a veces, no se reconoce o simplemente no se acepta por lo que la frustración se expresa de una manera violenta.
Los estudiosos dicen que el principal problema en este sentido es la ausencia de movilidad social, un concepto que sigue siendo complicado para personas pero que en su definición más sencilla dicta que son los cambios que experimentan las personas en su condición socioeconómica.
Al no encontrar avance en su bienestar, es comprensible la molestia que tiene en sus vidas los sectores afectados ya que sufren por las carencias propias y de su familia nuclear (padre, madre e hijos) otro concepto que en la actualidad está sometido a una gran presión y a cambios que muchos no terminan por aceptar.
Pero regresemos al problema fundamental que nos atañe ahora: no hay movilidad social, aun cuando la mercadotecnia y la propaganda política invierta millones de dólares para hacer parecer que, si existe y hasta se ha creado la industria de la motivación con el couching y, todo, es cuestión de actitud y resiliencia, ¡vaya conceptos!
Pero la realidad cae por su propio peso: en el mundo el 50 por ciento de la riqueza está en manos del 1 por ciento de la población; en nuestro país, de acuerdo al Informe de Movilidad Social en México 2019 del Centro de Estudios Espinosa Yglesias, 74 de 100 personas que nacen en pobreza no logran superarla a lo largo de su vida, y más del 80 por ciento de la riqueza del país está en manos de máximo el 20 por ciento de la población. Terrible, ¿no?
Desde mi perspectiva, sostengo que el malestar social tiene su origen en estas cifras y entiendo que, a veces, el grueso de la población no lo puede expresar, pero lo siente, le duele y lastima todos los días, y un fenómeno actual como la migración es, posiblemente, la mejor respuesta que encuentran quienes simplemente buscan una mejor forma de vida y un cambio en su movilidad social porque es claro que ir de un lado a otro también pone de manifiesto otros problemas, y ese tema lo trataremos en siguientes entregas .
Sé perfectamente que la esperanza cumple una función social verdaderamente importante, pues es quien sustituye al “homo homini lupus”, aquella sentencia que se suele citar de manera incorrecta o al menos no completa (el hombre es lobo para el hombre), ya que es preferible temerle a uno y no a miles (el uno es el Estado), tal como lo describía el filósofo inglés, Thomas Hobbes en el Leviatán y lo complementa Juan Jacobo Rousseau en el Contrato Social.
Pienso, de manera responsable, que es hora de sustituir el discurso retórico que pretende engañar, controlar y dominar para que nada cambie y sea la ignorancia, el vehículo que garantice la permanencia del status quo, porque es una acción perversa, sí, muy perversa.
Todo lo anterior es, quizá, la esencia de una asignatura pendiente por parte de todos los partidos y de todos los gobiernos para con la ciudadanía. La gran deuda de la política.
Podemos citar a los más grandes educadores, pero no hay necesidad, el sentido común nos dice que el mejor camino lo es una educación universal, libre, critica y objetiva; sin dejar de reconocer que la esperanza siempre será una aliada incondicional del avance de la civilización y la cultura. Por cierto, la civilización será tema de otra entrega y mientras tanto, si pueden, quédense en su casa.
¡Hasta la próxima!
Jessica Vega
@jessyvega81
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