La esencia del COVID 19 es la incertidumbre. En realidad no se sabe de dónde viene, ni a dónde va. Tal como el ser humano. Conforme avanza y arrecia su paso por la humanidad en el tiempo y en el espacio, la incertidumbre generada por la pandemia se apodera de todos los aspectos que implican las relaciones humanas: la política, lo social, la economía, la medicina…
A través de la historia de la humanidad, vencer a la incertidumbre se había convertido en una señal clara de progreso y mayor bienestar:
* ¿Que el león se comió a la familia del vecino? Se inventaron las armas para medio defenderse del león.
* ¿Que papá salió a cazar lo que sea para que comamos? ¿Que se tardó dos semanas en regresar con algunos pedazos de jabalí y todo arañado? ¿Qué ya no lo volvimos a ver? Pues mejor plantamos chayotitos y calabacitas aquí afuera de la cueva donde vivimos, mientras regresa o no papá.
* ¿Que los señores feudales están hartos de hacer la guerra a todo lo que se mueve? Pues inventamos las fronteras. De este modo, los que las crucen sin autorización, sobre todo si son miles, lo hacen al mismo tiempo y van armados hasta los dientes, pues se tiene la certeza de que el vecino quiere guerra.
Y así sucesivamente, hasta que llegó el COVID 19.
Siempre ha habido virus en la historia de la humanidad. Algunos de ellos bastante agresivos, como la gripe española (que ni fue gripe, ni fue española) en 1918-1920, cuando murieron un estimado de 50-100 millones de personas alrededor del mundo. Y así con la influenza H1N1 o el sida, por mencionar los virus más recientes. Una de las grandes diferencias que empuja al COVID 19 más a los territorios de la gripe española es su carácter de pandemia, donde la amenaza es tremenda y las consecuencias desconocidas.
Pero la gran diferencia con la gripe española es que el COVID 19 le pega directamente al corazón del desarrollo de la humanidad contemporánea: la globalización. Hay gente que se pregunta que cuál es el alboroto, si de todas maneras nos vamos a morir; que cómo es posible que la economía se paralice ante un triste virus que apenas ha matado al cero punto cero bongosero de la población; que quién conoce a alguien que se haya muerto del “covi”; que todo es un compló del gobierno para controlarnos; que todo es un cuento de los medios de comunicación para incrementar las ventas; que tomando cloro se te quita luego luego, además de que te deja todo iluminado por dentro; que una fiestecita familiar nos hace lo que el viento a Juárez; que el virus ni virus es; que una gripita con tos le pasa y se le pasa a cualquiera… Todo este pensar se esparce a velocidades impresionantes en las redes sociales.
Los niveles de relaciones humanas en tiempos de globalización son realmente intensos, las distancias se acortan y el contacto social se multiplica a niveles de récords históricos. O se multiplicaba. La primera gran víctima del virus es la economía global, y con ello la local. Los gobiernos enfrentan una decisión de vida o muerte, a nivel global: se cierra la economía para evitar más contagios o se abre con riesgo de un mayor contagio. O algún punto intermedio del dilema. Incertidumbre. A nivel local no se sabe qué hacer.
La gente de todas formas tiene que comer, de ahí la gran presión social para que la economía se abra. Esto se torna dramático en los países y gobiernos del tercer mundo, mismos que no tienen dinero para echar a andar la economía antes, durante y después de la pandemia. Lo otro es que la gente tiene miedo a morir y eso siempre complica las cosas. Porque no es lo mismo que la mente esté convencida de que moriremos, pero sin saber cuándo (bendita incertidumbre), a que de repente surja una tos latosa, con dolor de cabeza y tantita fiebre… No obstante, las probabilidades de morir actualmente, una vez contagiado, varían en el rango de 1%-15% en promedio para los países y 3%-4.5% para el mundo. De todas maneras, vivir con la impresión de que la muerte pueda tocar la puerta de la casa de uno en cualquier momento, pues es suficiente como para preocuparse de sobremanera.
En estos tiempos de incertidumbre hay en realidad muy pocas cosas que se pueden considerar ciertas. Ojo: todos los estudios, datos, estadísticas, análisis, opiniones de expertos o inexpertos, políticas públicas, aserciones, mandatos, afirmaciones, conteos, investigaciones, cursos, profecías, disertaciones académicas, entrevistas, mensajes bíblicos, las corazonadas estacionales, las revelaciones de la Ouija o los Déjà Vu… todo es preliminar. Probablemente en unos diez años sabremos en realidad lo que hoy acontece.
Pero mientras esto sucede, repasemos brevemente lo que se sabe del COVID 19 a ciencia cierta preliminar:
* Como virus, no existe cura para el COVID 19. Es un virus altamente contagioso.
* A la fecha, no existe gobierno en el mundo que tenga la fórmula mágica, ni el presupuesto suficiente, para lidiar exitosamente con el virus. No existe gobierno, ni sociedad que hayan domado al virus. Los gobiernos y las sociedades del planeta aprenden sobre la marcha, algunas más rápido que otras.
* El liderazgo político tiene mucho que ver para enfrentar el virus de la manera más eficaz posible, con recursos e infraestructura de salud públicos limitados. Nomás comparen mentalmente a los líderes de Alemania, Nueza Zelanda y Corea del Sur con los amigous de los Estados Unidos, Brasil y México.
* Los gobiernos que han hecho pocas pruebas de contagio a su población, difícilmente saben lo que hacen en términos de políticas públicas, porque no tienen forma de saber lo que hacen.
* Si el subsecretario de salud dice una cosa y el presidente hace lo contrario, pues la población se confunde y eso se puede traducir en un mayor número de contagios y muertes.
* El semáforo mexicano para lidiar con el COVID 19 tiene buenas intenciones, pero no es muy respetado que digamos.
* Si el confinamiento o el uso del cubrebocas son indispensables ante los altos niveles de contagio, pues que el gobierno los haga obligatorios, sin que le tiemble la mano, para eso es gobierno. Otros gobiernos democráticos lo han hecho.
* ¿Y el crimen organizado en países como México? Bien gracias.
* No hay que subirse a taxis cuyo chofer no use cubrebocas, ni comprar en establecimientos que no usen o exijan el uso de cubrebocas. Hay que evitar el uso del transporte colectivo, en la medida de lo posible. El confinamiento, para países como México, es la mejor estrategia, al menos por el momento.
* Hay que usar cubrebocas (aunque no es recomendado cuando se hace ejercicio), ejercer la sana distancia, evitar grandes concentraciones de gente, lavarse las manos constantemente, alimentarse sanamente, bajar esos números de azúcar para los diabéticos, bajar de peso para los obesos, etc.
* Todas las medidas de confinamiento, contingencia, precautorias de salud y distanciamiento social sirven para reducir la probabilidad de contagio, pero no para evitarlo. En esencia, sirven para evitar una constante saturación de los sistemas de salud pública.
* A mayor nivel de ingreso, se incrementan las probabilidades de no morir por la pandemia.
* La vacuna de que ayuda, ayuda, pero si el virus llegó para quedarse, como acaba de afirmar la Organización Mundial de la Salud, pues las mascarillas y el distanciamiento social también llegaron para quedarse.
* El problema de hoy, además de los contagiados, su tratamiento y los muertos, es el hecho de que los servicios de salud se vean abrumadoramente desbordados. En algunos países esto ya es una preocupante realidad. Los problemas del mañana cercano aparentemente son las secuelas de la enfermedad y la recuperación económica.
* El otro problema de hoy es el colapso económico de las economías del planeta. La globalización provoca que los mercados se contagien rápidamente y la inyección de dinero de los bancos centrales para reactivar sus economías tiene un límite. Los niveles de desempleo se han disparado y las cadenas de producción-distribución-venta-consumo se ven amenazadas y en algunos lados se hallan a punto de colapsar.
* El virus todavía no llega a Marte.
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