La Organización de Naciones Unidas declaró el día de los Refugiados el 20 de junio, ello como en diversos días conmemorativos internacionales, con el objetivo de no olvidar a personas en determinadas circunstancias de vulnerabilidad, y sobre todo para la reivindicación de sus derechos y su protección. Refugio todos necesitamos: hombres, mujeres, niños o ancianos.
¿Quién quiere salir de su país, dejar sus casas, sus familias o cualquier cosa que los vio crecer? La respuesta es: muy pocas o casi ninguna, y absolutamente ninguna cuando TIENEN que hacerlo por motivos de seguridad, por miedo.
De acuerdo con la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados del año 1951, un refugiado es una persona que debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él.
Pero hay que decir que el estatus de una persona refugiada, en la práctica tiene su existencia casi desde los orígenes de la humanidad. Ya en los años 20 y 30 se habrían dado los primeros pasos “oficiales” e institucionalizados para la protección de personas que por motivo de conflictos bélicos tanto nacionales como internacionales tuvieran que solicitar protección, como lo fue, por ejemplo: la revolución rusa.
En la actualidad, de acuerdo con Agencia especializada encabezada por el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, existen en nuestro planeta 70.8 millones de personas desplazadas en el mundo, de estos 41 millones son desplazados internos que por motivos de conflictos bélicos, cambio climático o violencia generalizada, las personas deben salir de sus poblaciones de origen; 25 millones son refugiados, la mayoría de Siria, Afganistán y Sudán del Sur, aunque cabe señalar que el caso de Venezuela es un caso paradigmático ya que se calcula que la “dictadura” de Hugo Chávez, continuada por Nicolás Maduro, ha provocado un desplazamiento de más de 4 millones de personas pues muchos de las y los venezolanos no cuentan como refugiados porque cuentan con otras nacionalidades, particularmente de Europa y Estados Unidos de América.
En el año 2018 la ONU con la ayuda del ACNUR (Alto comisionado de naciones unidas para los refugiados) se consiguió el consenso para la firma de un Pacto Mundial sobre Refugiados que firmaron 181 países y que buscaba y busca fomentar la cooperación y la solidaridad para con los refugiados y las sociedades de acogida. El fin último: crear armonía entre los que llegan y los que reciben.
Hoy en día, nadie con un mínimo nivel de humanismo podría atreverse a cuestionar la necesidad de proteger a los que huyen de sus países por un temor fundado, sin embargo, las circunstancias particulares de algunos, varios políticos con discursos populistas y polarizantes, y alguno que otro ignorante, siguen creyendo que los refugiados no pueden ser un factor de desarrollo económico y bienestar social para los países de acogida. Nada más alejado de la realidad, de hecho, un excelente ejemplo de ello es el gran aporte económico, social y cultural de los exiliados españoles que llegaron a México por motivo de la Guerra Civil Española, que por cierto y es motivo de orgullo recordar, el pasado 13 junio se cumplieron 81 años de la llegada del primer buque, “El Sinai”, con españoles y españolas huidos por la guerra civil.
Sirva la presente columna como una forma de recordarle a los Gobiernos de los Estados firmantes de los instrumentos internacionales citados previamente, que lo consensuado no sea solo una fuente de buenas intenciones, que no sean papel mojado y que sean respetados los derechos de las personas refugiadas.
Tienen los gobernantes, la obligación de provocar consensos entre ellos, independiente de si los Estados involucrados son expulsores o receptores de refugiados. Los unos debieran comprender y atajar las causas de los desplazamientos, como los otros entender que los refugiados NO quieren dejar sus hogares, pero tienen que hacerlo.
El próximo 20 de junio deberíamos reflexionar con empatía sobre los refugiados, finalmente nunca sabemos a quién de nosotros nos tocará huir, aun sin querer hacerlo, y espero que no seas tú estimado lector.
Carlos Gonzalo Blanco Rodríguez
Abogado internacionalista y catedrático universitario.
Correo: cgonblanc@aim.com
@cgonblanc
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