Cuando hablamos de rituales asociamos la idea con prácticas ancestrales, propias de sociedades secretas, sectas o tribus. Nada más alejado de la realidad. Los rituales son ampliamente practicados en la actualidad por millones de personas. Aún sin estar conscientes de ello, todos practicamos rituales: desde la mayoría de los habitantes de un país hasta los miembros de las sociedades, asociaciones, religiones y, en general, de cualquier agrupación particular.
Los rituales son el reflejo de la cultura de los pueblos. Tomemos el caso del saludo entre dos amigos de diferente sexo. Los mexicanos mostramos nuestra calidez mediante un abrazo apretado, los italianos su fogosidad con dos besos tronados, los norteamericanos su formalidad con un frío apretón de manos y los japoneses su respeto con una solemne reverencia.
Muchos de esos rituales van a cambiar permanentemente después de esta crisis sanitaria. Imagino a nuestros nietos asombrarse, cuando vean los videos de los cumpleaños de sus padres, porque todos los presentes se atrevían a comerse un pastel al que le había soplado el homenajeado para apagar las velitas.
Como éste, otros hábitos alimenticios también tenderán a cambiar. Estaremos más atentos a los procedimientos de su preparación. Seguramente seremos más observadores y nos daremos cuenta que el algodonero le sopla a la bolsa antes de introducir ahí la golosina o que el taquero de la esquina no tiene una fuente de agua limpia cercana para lavar los platos.
La fobia de estar rodeado de gente desconocida nos podría llevar a alterar los rituales relacionados con la ingesta de alimentos y la convivencia. Quizá ya no salgamos a comer los fines de semana en familia o sustituyamos los almuerzos de negocios por reuniones virtuales.
Seguramente también entrarán a revisión ciertos rituales religiosos. Para el caso de los católicos, durante las celebraciones eucarísticas, yo no sé si seguirá vigente el ritual de estrechar la mano del feligrés de atrás durante el saludo de paz, tomar la mano de la persona de al lado al rezar el Padre Nuestro o tomar la comunión de la forma tradicional.
Indiscutiblemente nuestras vidas cambiarán, así como lo harán nuestros rituales, convirtiéndose en cosa del pasado. Muchos de éstos son la base de nuestra identidad, nuestra idiosincrasia y nuestra cultura. Un reto que tendremos que asumir será evitar que estas modificaciones afecten nuestra esencia y nos alejen de los seres queridos.