El capitalismo y la libertad son el binomio que trajo crecimiento y desarrollo a la humanidad durante los últimos siglos. Su destino está entrelazado hasta por una cuestión del destino: nacieron el mismo año, en 1776. Ese año se publicó en Inglaterra el texto “La riqueza de las naciones” de Adam Smith, considerado como el documento que dio vida al libre mercado. Al mismo tiempo, también en 1776, se proclamó el Acta de Independencia de Estados Unidos de América, paradigma de libertad en el mundo.
Desde entonces la esperanza de vida casi se triplicó, la alfabetización ha crecido en más de seis veces y la pobreza extrema se redujo en más de 70 puntos porcentuales.
Sin embargo, algo ya no está funcionado. La confianza en la libre empresa ha venido decayendo y cada vez son más personas que quieren un cambio de modelo. Aunque, en general, la sociedad está mejor que en el pasado, la creciente desigualdad indigna a la población, no sin razón, que ahora sí tiene medios de manifestarse y ser escuchada.
El sistema de libre empresa está en riesgo, y con ello nuestras libertades, y lo peor es que no se vislumbran alternativas viables. En el extremo opuesto se encuentran las economías planificadas, que acaban con la dignidad e iniciativa humanas. Su fracaso se evidenció con la caída del Muro de Berlín hace más de 30 años.
Pero sí existe una opción, poco conocida al momento: el Capitalismo Consciente. Todos quienes tienen relación con el negocio son utilizados para alcanzar el fin último: mayores ganancias. Los trabajadores, los proveedores, los clientes, la sociedad, el medio ambiente, todos son explotados para otorgar el máximo rendimiento a los inversionistas.
A los estudiantes de administración se les enseñan tácticas militares para aplicar en los negocios. En la guerra, aunque uno gane, todos pierden. El Capitalismo Consciente se trata de que todos ganen. Exige no explotar, sino servir a los demás. Si la empresa quiere ganar, primero tiene que dar. Se requiere de liderazgo con valores, que trascienda el egocentrismo y venza el egoísmo natural del sistema empresarial. Un nuevo sistema basado en la confianza, en el cuidado de la otra parte, en la integridad y la lealtad.
En México existen ya empresas que aplican sus principios, como la cadena de tiendas de autoservicio Merco. Su objetivo manifiesto no gira en torno a las utilidades o crecimiento, sino en la satisfacción de sus empleados, clientes y proveedores. Lo más maravilloso de todo es que cuando se tiene como prioridad el bienestar de los demás, las ganancias llegan por añadidura. Al final de cuentas, la lealtad, el afecto y el respeto se vuelven recíprocos. Bajo este modelo, la existencia de las fundaciones y asociaciones no sería necesaria, porque no habría necesidades por cubrir.
Si todas las empresas asumieran este modelo de responsabilidad social, otro gallo nos cantara.