Estos días de guardar me han permitido retomar proyectos pospuestos, dedicar más tiempo a mi familia y profundizar en el hábito de la lectura. Justo acabo de terminar de leer un clásico, una intrigante novela publicada hace casi siglo y medio, considerada como la obra maestra de su autor, Julio Verne: La isla misteriosa.
Para quienes no la hayan leído se las recomiendo ampliamente. Y en consideración a ellos no revelaré aquí los misterios de la Isla de marras y menos desvelaré sus orígenes. Lo que sí comentaré son datos generales sobre la trama.
La historia se enmarca en el contexto de la Guerra de Secesión norteamericana y se remonta a 1865, cuando 5 prisioneros de guerra robaron un globo aerostático en Richmond, aprovechando la confusión generada por un huracán, que los arrojaría, después de 5 días, a una isla desconocida, ubicada en el hemisferio sur del océano Pacífico.
La comitiva aterrizó en la Isla sin pertenencia alguna, salvo la ropa que llevaba puesta. Uno de sus integrantes, Cyrus Smith, era un habilidoso ingeniero en quien Verne vuelca su pasión por la ciencia. Gracias a sus conocimientos los colonos pudieron contar con una gran cantidad de objetos y herramientas que les permitieron vivir de manera cómoda y holgada.
Pudieron fabricar jabón, velas y nitroglicerina, mucho más potente que la pólvora. Construyeron un horno para crear utensilios de barro, producir vidrio, cocer ladrillos y hornear pan. Sembraron huertos, criaron mariscos y edificaron una granja. Produjeron textiles para confeccionar cuerdas, ropa y calzado. Instalaron, incluso, un telégrafo y domesticaron animales para tirar una carreta.
Fueron hábiles carpinteros en la producción de muebles e inventaron un elevador utilizando la energía cinética de las poleas. Hicieron un molino de viento y una sierra hidráulica. Produjeron grandes cantidades de proteína animal, vegetales y hasta se dieron el lujo de degustar bebidas fermentadas y licores destilados.
La isla imaginaria de Verne era pródiga en recursos naturales pero los colonos difícilmente hubieran sobrevivido si no fueran portadores de tan rico conocimiento. Y ese conocimiento es el resultado de muchos siglos de emprendimiento, comercio y movilidad internacional.
Es cierto que la globalización trae algunos problemas y retos, como el que actualmente nos agobia. Pero sin duda siempre serán muchos más los beneficios. Somos como esos viajeros, llevados lejos de nuestra zona de confort por un fenómeno natural. Al igual que ellos, utilicemos nuestro talento y experiencia para sobrevivir, adaptarnos a los nuevos tiempos y triunfar.